Para muchos inversores, el oro es el refugio seguro definitivo: el primer puerto de escala cuando los mercados empiezan con incertidumbre. Sin embargo, resulta que puede haber una mejor alternativa al oro en lo que respecta a la gestión de riesgos: las acciones con volatilidad implícita baja.
Los precios de este tipo de acciones tienden a mantenerse relativamente estables a lo largo del tiempo y no muestran el mismo tipo de cambios bruscos comunes en las empresas tecnológicas, por ejemplo.
De los casos de estudio más recientes, destaco cuatro modelos de carteras defensivas desde 1975 hasta 2022: la cartera de 30% de acciones y 70% de bonos (barra negra); la misma división 30/70 ajustada para una ponderación de oro del 10% (barra dorada); la cartera 50% acciones de baja volatilidad y 50% bonos (barra gris); y la misma división 50/50 ajustada para una ponderación de oro del 10% (barra azul).
Si bien incluir una asignación modesta (10%) de oro en una cartera 30/70 puede reducir las posibilidades de pérdida en un 10% (gráfico de la izquierda), no mejora significativamente los rendimientos ajustados al riesgo de la cartera (gráfico de la derecha).
La rentabilidad que esperas de un activo con un determinado nivel de riesgo se mide por el índice de Sortino. Cuanto mayor sea la relación, mejor, porque esperará mayores rendimientos por una unidad de riesgo. Más bien, la cartera con la volatilidad a la baja más baja históricamente, en un horizonte de un año, ha consistido en un 45% de bonos, un 45% de acciones con volatilidad baja y un 10% de oro.
Las implicaciones son claras. Si bien el oro aún puede tener un sitio en nuestra cartera, quizás deberíamos considerar aumentar nuestra asignación en acciones con una volatilidad implícita baja. Estas acciones han generado históricamente mayores rendimientos que las que tenían una volatilidad implicita mas alta, un fenómeno conocido como la "anomalía de baja volatilidad".
