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Hace un año, los economistas celebraban la rápida recuperación de la recesión por culpa del Covid. Ahora están preocupados porque se vislumbra la próxima crisis. En Europa, el alto coste de la energía está reduciendo el poder adquisitivo de los consumidores y encareciendo el funcionamiento de las fábricas. En EEUU la Reserva Federal está preparada para frenar la escalada en la inflación subiendo los tipos de interés de manera abrupta y reduciendo su balance. Y en China, un nuevo brote de la variante Ómicron ha llevado a las autoridades a imponer los confinamientos más estrictos desde el inicio de la pandemia.

Todo esto hace que el panorama no sea nada alentador. Varias economías podrían entrar en recesión, aunque en distintas fases, en función de los obstáculos a los que se enfrenten.

Europa tiene un problema de inflación derivado de los altos costes de la importación de energía y alimentos. La invasión rusa de Ucrania y las sanciones de Occidente amenazan el suministro energético del continente. Los precios del gas para el próximo invierno se situarán cinco veces por encima de los que se pagan en Estados Unidos y el gasto por vivienda en energía es el doble en porcentaje del PIB.

La zona euro probablemente, en su conjunto, mantenga el crecimiento en 2022 pero será un crecimiento frágil. Si se para por completo las importaciones de gas ruso; bien por elección, bien porque Rusia corte el suministro; el riesgo de entrar en recesión aumentará.

Por otra parte, la economía de EEUU se está sobrecalentando. La tasa anual de inflación de los precios es del 7,9% y el precio del salario por hora ha aumentado un 5,6% respecto al año pasado.

La FED necesita que tanto el crecimiento de los precios como el crecimiento de los salarios se enfríe si quiere llegar a su objetivo del 2% de inflación. Para ello tiene la intención de subir los tipos de interés, que iniciaron el año por debajo del 0,25% hasta más del 2,5% en diciembre de este año e incluso llegar al 3% en 2023. También ha presentado un plan para reducir sus 8,5 billones de dólares en bonos.

Pisar el freno monetario, aunque necesario, conlleva el peligro de la recesión. De hecho, los inversores en bonos, basándose en datos históricos, están apostando que en dos años la FED tendrá que volver a recortar tipos por culpa de un debilitamiento de la economía.

La amenaza al crecimiento global por parte del brote de Ómicron en China es el más grave y el más inmediato. Por sus políticas de lucha contra el Covid-19 los 26 millones de residentes de Shanghái, una de las ciudades más grandes del país, así como de otros municipios más pequeños están confinados. Si se mantiene la relación entre confinamientos y PIB de China podemos esperar, según datos de Goldman Sachs, un crecimiento del 7,1% inferior al que tendríamos sin confinamientos.

Los confinamientos de China también afectan de manera directa el comercio internacional, que todavía lucha por recuperarse desde el batacazo del inicio de la pandemia. Shanghái es el último puerto que ha visto paralizada su actividad con cientos de barcos esperando para cargar o descargar.

Hasta que China no sea capaz de vacunar en un alto porcentaje a sus mayores los confinamientos formarán parte de su economía y una fuente de volatilidad global.

Los problemas económicos a menudo golpean de la nada, pero la culpa, en este caso, recae sobre los gobiernos porque todos los problemas se vieron venir. En Europa hemos fracasado a la hora de diversificar nuestros suministradores de energía lo que nos ha hecho dependientes de una autocracia como Rusia. El trabajo de la FED es actuar cuando se dan los primeros indicios de una posible crisis y en su lugar está actuando a posteriori, la dificultad de China para manejar la nueva variante Ómicron era predecible y altamente predicha. El miedo a la recesión podría haberse evitado si se hubiesen hecho las cosas bien.

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