A principios de mes todos teníamos la certeza que tras la crisis de 2007-2009 la próxima no sería por culpa de los bancos tras todas las normas que se implementaron entonces. Pero hoy sabemos que siguen teniendo la capacidad de dejarnos con el corazón en un puño.
El 9 de marzo el Silicon Valley Bank (SVB) vio como 42.000 millones de dólares se esfumaban en un solo día. SVB fue uno de los tres bancos estadounidenses que colapsaron en tan solo una semana. Pese a que los reguladores idearon un rescate durante ese fin de semana la incertidumbre permanecía.
La semana siguiente los bancos de EE.UU. cayeron un 17% en bolsa, los bonos del Tesoro estadounidense cayeron y el mercado ya descuenta que la FED empezará a recortar tipos en verano. Las cotizaciones de los bancos europeos y japoneses también se vieron afectadas.
Catorce años después de la crisis financiera bancaria vuelve a aparecer dudas sobre cómo de frágil es el sistema bancario y si a los reguladores les ha vuelto a pillar con el pie cambiado.
La crisis financiera de 2007-2009 fue el resultado de un sistema imprudente de préstamos y del desplome del mercado inmobiliario. Las regulaciones post crisis se centraron en limitar el riesgo de crédito y asegurar que los bancos mantienen en su balance activos fiables y atractivos para los compradores. Se alentó a los bancos a comprar bonos del gobierno por su alto grado de solvencia y su facilidad para ser vendidos en caso de crisis.
Esta tendencia se acrecentó durante la pandemia cuando las clientes aumentaron su demanda de depósitos y los estímulos de la FED inyectaron efectivo en el sistema. Muchos bancos utilizaron los depósitos para comprar aún más bonos a largo plazo.
El colapso fulgurante de SVB ha arrojado luz sobre un riesgo infravalorado dentro del sistema.
Cuando los tipos de interés estaban bajos y los precios de las activos altos el banco con sede en California se cargó de bonos a largo plazo. Después la FED subió tipos al ritmo más rápido en cuatro décadas, los bonos se desplomaron y el banco acumuló grandes pérdidas.
El problema es que las regulaciones de capital de bancos en EE.UU. no requieren a la mayoría de los bancos que contabilicen las caídas de los precios de los bonos si tienen intención de mantenerlos hasta vencimiento. Pero como vimos con SVB, si un banco se tambalea y debe recurrir a la venta de estos bonos, las perdidas no contabilizadas se convierten en reales.
A través del sistema bancario estadounidense estas pérdidas no contabilizadas suponían a finales de 2022 la nada desdeñable cifra de 620.000 millones de dólares. La subida de tipos ha destapado “las vergüenzas” del sistema bancario de EE.UU.
El problema viene cuando los clientes quieren retirar sus depósitos y el banco tiene que cubrir estas salidas vendiendo activos ya que estas pérdidas “teóricas” no contabilizadas cristalizan y se convierten en realidad y todo el colchón que, a priori, tienen se evapora.
Esta perspectiva tan alarmante es lo que ha hecho que la FED actúe con tanta contundencia ofreciendo préstamos al valor nominal de los bonos, cuando lo habitual era imponer un recorte al valor de la garantía, lo que puede llegar a suponer un 50% por encima del valor de mercado de los bonos.
Esta intervención hace que sea imposible que las pérdidas no contabilizadas causen un colapso de los bancos por lo que el dinero de los ahorradores está asegurado al 100%.
El rescate de los ahorradores en SVB demuestra que el regulador estadounidense considera que estos bancos pequeños pueden suponer un riesgo sistémico y si es así deberían enfrentarse a los mismos controles contables y de liquidez como los de los grandes bancos como ya pasa en Europa, por lo que aquí dicho riesgo como tal no existe, pese que sí podría haber un contagio si el sistema bancario de EE.UU. colapsase.