Los problemas en el lado de la oferta son una característica recurrente en la economía mundial y aumentarán en el futuro debido a que el cambio hacia un mundo más sostenible está en sus primeros pasos de vida.
Científicos y activistas han alertado durante décadas de los riesgos del cambio climático, pero solo recientemente los políticos han mostrado señales de compromiso real: los países que suponen más del 70% del PIB mundial y de las emisiones de gases de efecto invernadero han establecido 2050 como fecha objetivo para lograr tener cero emisiones netas de carbono.
Esto ha supuesto un cambio inmediato en la actitud, especialmente, en los inversores, obligando también a las empresas a focalizarse en esta problemática, no sólo llevados por los previsibles cambios regulatorios sino porque las tecnologías limpias son más competitivas en materia de costes. La principal consecuencia es que los gigantes de la era del petróleo se están viendo obligados a cambiar sus planes de inversión a corto-medio plazo, mientras que los pioneros en las energías limpias están aumentando rápidamente su gasto de capital.
Este repentino cambio en cómo se asignan los recursos está generando un aumento en la demanda de materias primas y una competencia por los, todavía pocos, proyectos con aprobación regulatoria.
Esta escasez se extiende al mundo de la economía y las finanzas. Mientras una gran masa de capital busca entrar en las pocas empresas “verdes”, las valoraciones se han extendido a un terreno que roza la burbuja. Pese a que el peso de las energías renovables en la industria de los precios al consumo ha aumentado, algunos economistas avisan que el miedo a la escasez de suministros durante años podría provocar una inflación elevada.
Este miedo viene, en parte, justificado porque los motivos se están materializando ahora mismo aun cuando la transición energética apenas está al 10% de ser completada (medido como la parte de la inversión energética necesaria para 2050 que se ha llevado a cabo). Es cierto que algunas de las tecnologías que serán necesarias para el objetivo de las cero emisiones netas apenas existen hoy en día y, por lo tanto, no se puede invertir en ellas (de ahí la necesidad de la investigación y el desarrollo). Pero también es cierto que el trabajo intelectual sí está hecho, por lo que la década de los 2020 va a suponer la materialización de las ideas apoyadas por un gasto en capital masivo.
Este gasto se calcula en 35 billones de dólares en la próxima década. Para llevarlo a cabo, probablemente, el sistema mejor preparado sea la red de cadenas de suministros transfronterizas y los mercados de capitales que llevan revolucionando el mundo de los 90. Sin embargo, ni siquiera este sistema está a pleno rendimiento, con una inversión en energía que se encuentra aproximadamente a la mitad del nivel requerido y claramente sesgado hacia unos pocos países ricos.
Uno de los principales escollos que se encuentran es el de la falta de visibilidad. Las empresas y los inversores tienen que lidiar con riesgos, por lo que necesitan certezas para acometer las inversiones, y a día de hoy tan solo el 22% de las emisiones de efecto invernadero están cubiertas por las estructuras de precios. Además, estas estructuras no están agrupadas, por lo que es difícil que los inversores y emprendedores puedan tener cierta visión a largo plazo, lo que frena su capacidad de desarrollo. La aparición de estos problemas en el lado de la oferta son una prueba de que la descarbonización ha pasado de ser una idea a una realidad, se necesita un empujón para hacer que la revolución verde acabe pasando.