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Se suele decir que los gobiernos desperdiciaron la oportunidad de reformular cómo debería ser la economía tras la crisis financiera del 2007 al 2009. Nadie dirá lo mismo tras la pandemia del coronavirus. La situación ha llevado a una carrera frenética por promulgar políticas económicas que unos meses antes eran inimaginables. Se está llevando a cabo un cambio de rumbo en la economía global de los que solo pasa una vez por generación, tal y como sucedió en 1970 cuando el Keynesianismo dejó paso al monetarismo austero de Friedman y en 1990, cuando se les dio independencia a los Bancos Centrales.

Así, la pandemia marcará su propia era donde se tratará de explotar las nuevas oportunidades y contener los enormes riesgos que supone la intervención directa de los Estados en la economía y en los mercados financieros. Esta nueva era tiene cuatro características muy marcadas:

- La magnitud del endeudamiento de los gobiernos y el potencial a que este sea aún mayor. El FMI predice que los países ricos pedirán prestado en total en 2021 el 17% de su PIB combinado para financiar los 3,53 billones de euros de gasto y recortes fiscales diseñados para mantener la economía a flote.

- El constante fluir de las imprentas. Los Bancos Centrales de la eurozona, EEUU, Gran Bretaña y Japón han creado nuevas reservas de dinero por valor de 3,11 billones de euros en este año. La mayoría ha sido usado para comprar deuda de gobiernos, lo que significa que los Bancos Centrales están financiando tácitamente los estímulos. El resultado es que los tipos de interés a largo plazo se mantienen bajos pese a haberse disparado la emisión de deuda pública.

- El creciente papel del estado como responsable total de la distribución de capital. La Reserva Federal y el Tesoro estadounidense están respaldando el 11% de toda la deuda comercial de EEUU. Otros gobiernos y Bancos Centrales de los países ricos están en cifras similares.

- La baja inflación pero con repuntes apareciendo. La ausencia de presión al alza en los precios implica que no hay necesidad de frenar el crecimiento de los balances de los Bancos Centrales ni de subir los tipos de interés a corto plazo ya veremos lo que pasa en 2022. La baja inflación es la razón fundamental para no preocuparse por la deuda pública, la cual, gracias a las políticas monetarias acomodativas, cuesta tan poco de repagar que parece dinero gratis.

No pensemos que es oro todo lo que reluce. Esta nueva era plantea graves riesgos. Si la inflación aumenta inesperadamente, como los reguladores parecen no reconocer, toda la estructura de la deuda temblará, mientras los bancos centrales deberán subir sus políticas de tipos y a cambio pagar grandes sumas por los intereses sobre las reservas que han creado para comprar bonos. Aunque la inflación se mantenga, la nueva maquinaria es vulnerable y podría acabar dirigida por lobistas o grupos de presión, sindicatos y demás cabildeo.

Cada nueva era de la economía ha tenido que afrontar distintos desafíos. En 1930 había que prevenir las depresiones. En 1970-1980 se buscaba acabar con la estanflación. Hoy la tarea de los legisladores es crear un marco de referencia que permita gestionar el ciclo económico y las crisis financieras sin que haya una politización de la economía. Veremos si sale bien o el coste de esta nueva era es superior al que nadie pueda imaginar.

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