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Calles en la era del coronavirus.

La 'fatiga pandémica' y los problemas de salud mental son consecuencias generalizadas y preocupantes que trae consigo la pandemia del coronavirus. Esa fatiga, o el funcionamiento de la atención psiquiátrica en tiempos de Covid, son cuestiones que analizan e intentan resolver desde la Universidad de Comillas, que ha elaborado dos estudios para obtener resultados sobre los problemas psiquiátricos que acarrea la pandemia.

Por un lado, la Universidad ha realizado una evaluación psicológica enfocada en los profesionales de primera línea, de entre los cuales ha escogido cuatro grupos (sanitarios, fuerzas y cuerpos de seguridad junto con fuerzas armadas, personal de supermercado y periodistas). Por otro lado, ha desarrollado un estudio a nivel poblacional, independientemente de la profesión, desde la perspectiva de cómo vivir y afrontar una pandemia y un confinamiento.

La 'fatiga pandémica', como su nombre indica, es el cansancio o hartazgo asociado a una pandemia. En palabras de Nereida Bueno, psicóloga y docente en Comillas, "a nivel poblacional, asociaría ese hartazgo a encender el televisor y estar constantemente con el mismo tema, y también a la incertidumbre que hemos tenido hasta el momento, algo que provoca en uno querer una solución ya, que no haya que seguir hablando de cifras de contagiados y fallecidos. Llega un momento en el que uno quiere desconectar, y es ahí cuando se dice que se ha llegado a la 'fatiga pandémica'”. Bueno lo extrapola a la vida profesional cuando uno se encuentra saturado del trabajo, necesita algo diferente y acaba ‘burnout’ (‘quemado’). Con respecto a los profesiones que están en primera línea, reconoce que "puede haber más síntomas en ellos asociados a esa fatiga".

Los cuestionarios realizados por la Universidad de Comillas, enfocados a analizar el impacto psicológico para sacar en claro los síntomas traumáticos que aparecen tras esta situación, son preocupantes.

Los datos revelan que un tercio de la población se encuentra deprimida y con síntomas muy compatibles con aquellas personas que sufren estrés postraumático, es decir, que han experimentado estímulos tan violentos y traumáticos como un atentado terrorista, una guerra, una agresión... "Ahora estamos viendo que la pandemia como tal podría convertirse en un tipo de estímulo así, porque está provocando unos síntomas muy parecidos a los que vemos en las personas que han pasado por esas otras situaciones", afirma Nereida Bueno.

Esto con respecto a la población, pero si se centra el estudio en los profesionales, las cifras se incrementan mucho más. Los datos confirman que un 74% de los sanitarios, un 65% de los trabajadores de supermercados, casi la mitad de los periodistas entrevistados y un cuarto de los trabajadores de las fuerzas, cuerpos de seguridad y fuerzas armadas muestran ya esos síntomas traumáticos. De hecho, los tienen a niveles muy severos, lo que conlleva un grave riesgo, como que se cronifiquen (permanecer durante mucho tiempo) o que incluso se modifiquen hacia otros síntomas. Éstos pueden ser el nivel de 'fatiga pandémica' a la que se ha hecho mención anteriormente, pero mezclado con otros síntomas como la tristeza, los 'flashbacks' (recuerdos sobre imágenes que se hayan visto), dificultades de sueño o recuerdos intrusivos (un recuerdo que no se desea tener), entre otros.

Como conclusión se puede señalar que, si a la fatiga se le suma ese impacto traumático, un elevado número de personas necesitaría de atención psicológica. Entraría aquí otra variable a tener muy en cuenta: los recursos para ofrecer el apoyo psicológico requerido.

Según Eurostat, España es el tercer país por la cola en número de psiquiatras, con 11 por cada 100.000 habitantes. Unos números que contrastan con la demanda existente, donde el nivel de depresión se triplicó en las consultas, según la Federación de Salud Mental de Cataluña. "No estamos lo suficientemente preparados", declara Bueno.

Otro problema añadido es la falta de seguimiento terapéutico de un psicólogo que trabaja en el ámbito clínico, ya que no puede hacer un seguimiento semanal o mensual como se suele hacer en la privada. Esto quiere decir que, si se tiene hoy una consulta, quizás hasta dentro de dos meses no se vuelva a tener la siguiente, y durante todo ese tiempo el paciente seguirá padeciendo todos los síntomas de su diagnóstico.

Una alternativa, claro está, sería acudir a un psicólogo privado. Sin embargo, los precios en el sector privado, como mínimo, se mueven entre los 40 o 50 euros por consulta, cantidad que difícilmente se puede permitir un ciudadano medio, sobre todo teniendo en cuenta la grave crisis económica derivada de la pandemia.

"Yo lo considero un tema urgente que debe de abordar el sistema sanitario porque me preocupa pensar qué va a pasar de aquí a unos meses. No creo que la llegada de la vacuna solucione, como una varita mágica, el estado en el que se encuentran estas personas, porque seguirá habiendo un rastro psicológico que sea necesario abordar", insiste Nereida Bueno.

Pero, ¿todas las personas que necesitan ayuda la piden? Hay datos que demuestran que los sanitarios, por ejemplo, tardan mucho en buscar ayuda psicológica, lo hacen cuando ya la sintomatología es demasiado grave. O las fuerzas y cuerpos de seguridad, que se rigen por el principio del 'estoicismo', a partir del cual, o no terminan de identificar la emoción negativa que sienten o la identifican pero consideran que tienen que estar preparados y disponibles para lo que venga y, por ende, no tienen que pedir ayuda.

“Una de las cosas que pensamos es que hay que ser muy proactivos: no esperar a que vengan ellos, acercarnos nosotros”, precisa Nereida Bueno.

“Una solución podría ser que desde recursos humanos, tanto en sitios públicos como privados, sean capaces de detectar o incluso adelantar estas sensaciones y hacer un 'screaming', una evaluación rápida y empezar a programar terapias en grupo para hablar de esto”, propone Bueno. “Plantear debates también en televisión, por ejemplo, puede ayudar mucho a normalizar estos sentimientos y animar así a buscar ayuda”, pero “la preocupación sigue siendo que si se anima a buscar esa ayuda y luego no hay dinero para ella, estaríamos en las mismas”, añade.

Con todo, la experta reivindica “un diálogo social, un diálogo de salud pública, porque la salud mental también es salud y parece que separamos siempre lo físico de lo mental, pero lo mental también afecta a las personas, los psicólogos también somos sanitarios” .

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