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Podemos, que irrumpió sorprendentemente en el panorama español aunque con una potencia menos indescriptible de lo que esperaban sus líderes, parece declinar antes de haber alcanzado su posición estable y su velocidad de crucero. Los jóvenes universitarios que interpretaron como nadie la irritación social y supieron improvisar una respuesta convincente que se ha abierto camino como ninguna otra fuerza de nueva creación en toda la etapa democrática, se han hecho mayores, ocupan un lugar significativo en el arco parlamentario –han asentado la tercera fuerza que le disputa al PSOE la hegemonía de la izquierda— y, concluido el efecto sorpresa inicial, han de acomodarse al entorno y a la coyuntura. Y tratan de hacerlo pero tropiezan con una seria fractura interior.