Opinión de Pedro Villar | Albert Rivera, que llegó a posicionarse en segundo lugar en el ranking de las encuestas electorales, se debilitó al final y sus cuarenta escaños, conseguidos con el 13,93% de los votos, tienen un sello negativo de ocasión desperdiciada, de oportunidad perdida: finalmente, los disconformes con el viejo bipartidismo se inclinaron más por las distintas marcas de Podemos que por la sensata y moderna propuesta de Ciudadanos.
La inflexión final a la baja de Ciudadanos se haya debido a una renuncia por parte de Rivera en el último tramo de la campaña a la pasión y cercanía espontáneas que había mostrado hasta entonces
Las razones de la fluctuación del voto son siempre complejas y escasamente escrutables pero caben hipótesis bastante fundadas en este caso: es probable que la inflexión final a la baja de Ciudadanos se haya debido a una renuncia por parte de Rivera en el último tramo de la campaña a la pasión y cercanía espontáneas que había mostrado hasta entonces. De hecho, Ciudadanos ha sido un referente de independencia, originalidad y modernidad, por contraste con las viejas inercias de los partidos tradicionales. Y la única formación que ha irrumpido con ideas originales, como el contrato único, apoyadas por corrientes intelectuales de prestigio –Garicano es catedrático de la London School of Economics y una personalidad respetable y respetada- que han diferenciado las propuestas de las tradicionales ‘ocurrencias’ impracticables de otros partidos.
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Es bien conocido que Ciudadanos, sorprendente desde que se hizo visible su ascenso a escala estatal, ha sido cortejado por grupos de presión de toda índole, que han acudido al aroma de lo nuevo con afán de influir. Rivera, que durante muchas semanas apareció como el complemento del PP en el futuro gobierno, fue seducido y zarandeado por innumerables instancias de la vida económica, política y social… Habrá sido una gratificante experiencia para el joven líder catalán pero es posible que este rozamiento continuo con muchos viejos dinosaurios de la política, la empresa y la banca le haya privado de la frescura originaria, de esa espontaneidad que constituyó el principal encanto de la naciente organización.
Ahora, Rivera tiene la gran oportunidad de regenerar la frescura y sacudirse las adherencias indeseables, al tiempo que da consistencia a la estructura de su partido, ultimando la selección de los mejores y fortaleciendo el grupo. En definitiva, el político emergente, que tiene verdaderas posibilidades de imponerse por calidad y por estilo a sus antagonistas, ha de arrojar todos los lastres innecesarios, tiene que regresar a su independencia un tanto adánica y debe volver por sus fueros a la regeneración y a la imaginación de sus comienzos en solitario, que han sido los elementos constitutivos de su éxito.
Pedro Villalar
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