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El retorno a la política de Esperanza Aguirre después de su dimisión de la presidencia de la Comunidad de Madrid en septiembre de 2012 tenía y tiene mayor alcance que la alcaldía de Madrid que pretende ocupar tras las elecciones de este domingo.

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No es aventurado decir que Aguirre, que ha sido además ministra de Educación y Cultura (1996-1999) y presidenta del Senado (1999-2002), y que desde 2004 preside el PP madrileño, aspira a lo máximo: a la presidencia del PP nacional y a la presidencia del Gobierno. Lo que no significa, obviamente, que tales pretensiones, que de momento son abstractas, vayan a materializarse necesariamente. Lo harán si se dan las circunstancias adecuadas.

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La campaña electoral de Aguirre, que es una fuerza de la naturaleza, ha sido frenética, desaforada, excesiva, y seguramente exitosa

Y ¿qué circunstancias serían ésas? Pues parece claro que Aguirre se sentiría con fuerzas para intentar el asalto al poder popular si consiguiese la alcaldía, en solitario –algo muy improbable- o incluso con el apoyo de Ciudadanos –el único al que puede razonablemente aspirar, aunque sin demasiadas certezas-, y el Partido Popular obtuviera un muy mal resultado en el resto del Estado. Si el resultado general fuese aceptable y ella consiguiera la alcaldía, este éxito suyo personal sería en realidad para Rajoy.

Hace horas, Aguirre declaraba, quizás en un lapsus freudiano, que se presenta a las elecciones a la alcaldía de Madrid para evitar que Podemos gane las elecciones generales, ya que la organización de Pablo Iglesias quiere utilizar la capital del reino como plataforma para dar el gran salto al Estado. Hoy no es ningún secreto que Aguirre, condesa de Bornos y grande de España, pretende exactamente lo mismo.

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La campaña electoral de Aguirre, que es una fuerza de la naturaleza, ha sido frenética, desaforada, excesiva, y seguramente exitosa, y para conseguir su objetivo a codazos no se ha parado siquiera en el Ministerio de Hacienda, a cuyo titular ha atribuido con indignación la filtración de su declaración de la renta. Todo ello ha discurrido ante el estupor de Génova, que ya no puede eludir un rictus de recelo cuando hace referencia a la lideresa madrileña.

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