- 'Allí la corrupción no es estructural ni ha estado en el debate preelectoral'
Más de un centenar de encuestas preelectorales anunciaron un empate técnico entre conservadores y laboristas en las elecciones del pasado jueves, en un parlamento muy fraccionado en que resultaría muy difícil lograr una mayoría estable. Ante aquellas perspectivas, el discurso de Cameron fue sobre todo económico: el premier argumentó que había conseguido sacar al Reino Unido de la crisis, y que ahora, en tiempo de mayor bonanza, era necesario permitirle continuar por la misma senda para cuajar del todo la recuperación.
Como es bien conocido, aquellas previsiones erraron estrepitosamente, y Cameron seguirá siendo primer ministro cinco años más, con una mayoría absoluta incuestionable de 331 diputados en una Cámara de los Comunes de 650 plazas.
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Durante la campaña británica, diversas voces pusieron de relieve la relativa semejanza entre el proceso electoral británico y las elecciones generales que aquí van a tener lugar a finales de año (o a principios de 2016, lo más tarde): Cameron se desgañitaba para convencer a sus compatriotas de que era el autor material de la salida de la crisis, sin demasiado éxito aparente ya que los sondeos no le reconocían su capacidad de convicción, y Rajoy también ha hecho de la recuperación económica el monotema de su discurso preelectoral, sin que las encuestas le sean a pesar de ello favorables: todos los presagios anuncian un empate técnico PP-PSOE en cotas muy bajas de popularidad, ante la emergencia de los nuevos partidos que, aunque en en segundo plazo, les disputan la hegemonía con ardor y relativo éxito.
Las grandes diferencias entre UK y España serían el desempleo y la corrupción estructural
En estas circunstancias, es lógico que el PP aproveche lo sucedido en el Reino Unido para pronosticar también aquí el fracaso de las encuestas, presagiar que también Rajoy obtendrá el premio de su electorado, etc. Rajoy ya lo ha sugerido en un acto de partido en Tarragona y la vicepresidenta del Gobierno, Sáenz de Santamaría, al término del último consejo de ministros, defendió que “existe cierta similitud” entre el caso español y el británico. Allí se ha valorado “la estabilidad” y el “crecimiento económico”, y éste es también su vaticinio para España.
El parangón existe, qué duda cabe. Pero también hay serias y graves disimilitudes que ponen en duda cualquier paralelismo literal. En primer lugar, nada tiene que ver la recuperación económica del Reino Unido con la española; allí, el desempleo es del 5% y aquí, de más del 23%. En segundo lugar, allí la corrupción no es estructural ni ha estado en el debate preelectoral; aquí, Bárcenas, Correa, Fabra, Urdangarin, y Rato componen un mosaico atrabiliario que ha tenido mucho que ver en la reorganización de la política española en los últimos tiempo, que pesa como un lastre en los planteamiento de todas las organizaciones políticas y que, por descontado, también contará en el momento en que los españoles, en la soledad de su conciencia, decidan secretamente su voto en las próximas generales.
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