• Resulta incomprensible que Rajoy haya renunciado a asistir al debate a cuatro en Antena 3
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Estas elecciones del 20 de diciembre presentan una singularidad inédita que a nadie se le escapa: por primera vez, hay cuatro protagonistas en la gran batalla por el poder. Junto a los dos grandes partidos tradicionales, muy mermados por un cúmulo de factores, han irrumpido otros dos emergentes, a los que las encuestas otorgan un respaldo muy relevante.

Por ello, el gran debate preelectoral que reclama la ocasión ya no es el cara a cara habitual entre los líderes del viejo bipartidismo sino el que se celebre entre los cuatro actores que se disputan la presidencia del gobierno. El cambio de planteamiento todavía no ha cuajado institucionalmente pero ya es una clara realidad social, que todos los sondeos ratifican sin excepción.

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Resulta incomprensible que el presidente del Gobierno y del PP haya renunciado a asistir al debate a cuatro a que las formaciones han convenido celebrar en Antena 3

Por ello resulta incomprensible que el presidente del Gobierno y del PP haya renunciado a asistir al debate a cuatro a que las formaciones han convenido celebrar en Antena 3 el próximo día 7 con el argumento de que ya celebrará un cara a cara con Pedro Sánchez el día 14 de diciembre. Como se sabe, el PP mandará al debate cuatripartito a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, quien sin duda hará un buen papel pero cuya presencia no se justifica en este escenario, en el que nadie puede sustituir a los emplazados ante las urnas como jefes de filas.

En nuestro modelo democrático, los candidatos acuden a los debates que creen conveniente (algunas formaciones llevan en sus programas electorales la propuesta de reformar la ley de Partidos para que los debates sea instituciones tasadas y obligatorias), pero la opinión pública calificará después inevitablemente la actitud de los políticos a este respecto. Y probablemente castigue con dureza a quienes, como Rajoy, rehúyan las confrontaciones mediáticas más expresivas porque no les convienen. Los asesores áulicos de Rajoy –parece ser que Pedro Arriola ha vuelto- le habrán convencido de que no es bueno que se mueva demasiado en vísperas electorales, en que será difícil que mejore su posición y cualquier error podría resultarle fatal. Y, verdaderamente, no le sería fácil a Rajoy bandearse frente a tres adversarios mucho más jóvenes que él, incontaminados y con probada habilidad dialéctica, dispuestos a confrontar al PP con todas sus responsabilidades. Pero la política es riesgo y la democracia es dialéctica y presencia, y no hay justificación válida para esta espantada.

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Rajoy, que tampoco piensa ir al debate convocado por El País el día 30 de noviembre (en esta ocasión, el organizador no ha aceptado la sustitución del candidato del PP por Soraya), tiene previstas algunas comparecencias públicas más o menos vistosas –acudirá, por ejemplo, como Pedro Sánchez, al programa de Bertín Osborne- y uno de sus cercanos colaboradores, Pablo Casado, ha justificado sus ausencias con el argumento de que el tiempo del presidente del Gobierno “no es de chicle, hay que hacer mítines, hay que hacer entrevistas, hacer visitas a fábricas y, sobre todo, hay que gobernar con Consejos de Ministros, ir a la cumbre del Clima, a Consejos Europeos o a la OTAN"…

Tales evidencias no justifican la silla vacía, o prestada a su número dos, en el debate preelectoral más importante. A menos, claro está, que llegado el caso piense ceder también el testigo del poder a su fiel escudera. Pero eso debería aclararlo antes de que se abran las urnas.

Antonio Papell

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