- La advertencia que lanzó en la tarde del martes pesó en la intervención de Puigdemont
- En julio de 2015, su empeño resultó determinante para evitar el 'Grexit'
Su nombre no inspira tanta autoridad como el del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Tampoco se acerca en influencia al del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. Pero, a golpe de irrupciones rutilantes en ciertos momentos críticos, Donald Tusk va forjando una leyenda como 'solucionador' de problemas. Y Cataluña lo vuelve a acreditar.
Nacido en Polonia hace 60 años, Tusk preside el Consejo Europeo desde agosto de 2014 tras ser el primer ministro polaco durante siete años. Y en poco más de tres años su papel ha sido determinante en, al menos, dos momentos críticos. El primero, en julio de 2015, para impedir la salida de Grecia del euro, el famoso 'Grexit'. Y el segundo, ahora, en octubre de 2017, para refrenar el ímpetu independentista del 'president' de Cataluña, Carles Puigdemont.
Sin necesidad de apartarse de la posición oficial de las autoridades europeas, en el sentido de que el 'procés' es un asunto nacional, en la tarde del martes lanzó un mensaje lo suficientemente contundente como para enfriar el calor secesionista del Govern. "No anuncie nada que haga imposible el diálogo", avisó Tusk en referencia a los riesgos asociados a una Declaración Unilateral de Independencia (DUI). "Me dirijo a usted no sólo como presidente del Consejo Europeo, sino como alguien que cree firmemente en el lema de la UE de ‘unidos en la diversidad’, como miembro de una minoría étnica y un regionalista, como un hombre que sabe lo que se siente al ser golpeado por la porra de la policía. Como alguien, en fin, que entiende y siente los argumentos de ambas partes", proclamó Tusk. Apeló al "diálogo", pero también emplazó a Puigdemont a "respetar el orden constitucional". "Busquemos siempre lo que nos une, y no lo que nos divide. Esto es lo que decidirá el futuro de nuestro continente", remató.
Lejos de pasar desapercibidas, estas palabras sonaron en el Parlament. Y parece que de lleno, puesto que removieron las posiciones del Govern y, según fuentes conocedoras de la situación, causaron tanto el retraso con el que empezó el Pleno -previsto para las 18 horas, comenzó minutos después de las 19 horas- como la ambigüedad de Puigdemont, con una declaración de independencia que él mismo suspendió. En un terreno ya menos firme, porque el éxodo empresarial y la división social habían abierto costuras entre los independentistas, Tusk dio en el blanco.
AQUELLAS PALABRAS DE 2015
De nuevo, por tanto, la voz de Tusk emergió en un momento crítico. Una vez más. Como en el verano de 2015. En la eterna madrugada del 12 al 13 de julio, Grecia, castigada ya con un 'corralito' desde finales de junio y con una situación cada vez más desesperada, estaba más fuera que dentro del euro. Iba camino de 'estrenar' la puerta de salida del club de la moneda única. El 'Grexit' cada vez sonaba menos a quimera y más a realidad.
Hasta que llegó Tusk. Presente en las reuniones a puerta cerrada entre los líderes europeos y griegos, sus palabras impidieron la ruptura absoluta. Según relató el diario británico 'Financial Times', tras 14 horas de reuniones, la canciller Angela Merkel y el primer ministro heleno Alexis Tsipras no aguantaban más. La fractura era un hecho. Pero Tusk se resistió a dejarse vencer por el cansancio, el hartazgo y lo que, en apariencia, era inevitable. "Perdonad, pero no hay manera de que salgáis de esta sala", les dijo a Merkel y Tsipras para dejarles claro que debían seguir negociando. Que la historia no entendería ni perdonaría lo contrario.
Lo logró. Siguieron hablando. Y finalmente, al filo de las 9 de la mañana, tras casi 19 horas de reunión, la 'fumata blanca'. "La Eurocumbre ha alcanzado un acuerdo por unanimidad. Todo preparado para poner en marcha el programa del Mecanismo de Estabilidad (Mede) para Grecia con serias reformas y asistencia financiera", anunciaba Tusk en su cuenta de Twitter a las 8:55 horas. Tusk lo había logrado. Grecia seguía en el euro. Y Europa descubría a un nuevo 'solucionador' entre los suyos.