• La gran clientela de Trump está formada por personas en situación económica precaria que ya no tienen nada que perder
  • El republicano ha ganado las elecciones por incomparecencia del contrario
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La conocida imprecación de James Carville, asesor de Bill Clinton, contra Bush –“es la economía, estúpido”- tiene perfecta aplicación al análisis de los resultados electorales norteamericanos en los que Donald Trump se ha arrogado la victoria.

Lo más llamativo del personaje que en enero se instalará en la Casa Blanca es, evidentemente, su talante soez, sus rudimentarios criterios sociales, su machismo exhibicionista, su misoginia, su concepción del mundo que ha quedado de manifiesto en sus primeros pasos: el haber recibido a Nigel Farage como primer europeo que acude a cumplimentarle revela una disposición extremadamente perturbadora para la Unión Europea y para la propia OTAN ya que se sitúa a extramuros de los criterios más asentados del modelo de democracia liberal que ha adoptado Occidente después de la Segunda Guerra Mundial. Trump se alinea ostensiblemente junto a las formaciones populistas y es aclamado por personajes como el citado Farage de Ukip, o Marine Le Pen del Frente Nacional, o Viktor Orban, primer ministro radical de Hungría, que ha marcado insuperables distancias con quienes en Europa quieren adoptar una postura humanitaria que socorra al exilio sirio.

Es aclamado por personajes como Farage de Ukip, o Marine Le Pen del Frente Nacional, o Viktor Orban, primer ministro radical de Hungría

Es inquietante que el nuevo presidente de los Estados Unidos, el hombre sin duda con más poder del planeta, ponga en cuestión el vínculo trasatlántico y la cláusula de socorro mutuo del Tratado del Atlántico Norte, sobre los que se ha basado la guerra fría, primero, y la creciente globalización, después. Y es sencillamente peligroso que este sujeto, que alardea de haber logrado el sometimiento más humillante de todas las mujeres a su alcance, niegue el cambio climático a pesar de las evidencias ya tangibles, lo que irremisiblemente supondrá un desarrollo mucho menos activo del Tratado de París que el que sería de desear.

El personaje es, definitivamente, abominable. Pero una vez efectuado este juicio de valor en forma de desahogo, que es similar seguramente al que han realizado más de la mitad de los ciudadanos de los Estados Unidos, hay que reconocer que su victoria no es consecuencia ni de su temperamento rudo, ni de sus manifestaciones rupturistas ni antisistema, sino de sus propuestas económicas. Pocos analistas se han parado a observar esta evidencia, que conviene resaltar cuanto antes, como ha hecho, por ejemplo, José Félix Tezanos en la revista “Sistema”: Hay que tener en cuenta -afirma el articulista en un trabajo titulado "Aprender de las experiencias y actuar en consecuencia"- que Trump ha prometido acabar con las desigualdades, crear empleos de calidad y poner coto al poder de Wall Street, de los conglomerados mediáticos y de las actuales élites políticas vicarizadas. ¿Acaso esto no podría –y debería− ser un empeño de otras fuerzas políticas genuinamente demócratas? La pregunta, por lo tanto, debiera ser: ¿por qué se ha dejado que Trump ocupe ese espacio y se apropie de tales objetivos?”

Tezanos tiene evidentemente toda la razón: el motivo por el que han apoyado a Trump el 42 % de las mujeres –pese a todo-, el 58% de los blancos, el 8% de los negros, el 29% de los hispanos, el 50% de los habitantes de los suburbios y el 67% delos blancos no universitarios tiene poco que ver con la moral, con la sensibilidad social, con la postura frente a la inmigración o con la diversidad sexual: todas estas personas se han decidido a apoyar al magnate porque el sistema establecido no les ha dado las repuestas adecuadas. La gran clientela de Trump está formada por personas en situación económica precaria que ya no tienen nada que perder y que atienden las reclamaciones de quien les promete cambios radicales que permitirán su integración, una vida digna, un puesto de trabajo estable, un salario suficiente.

Trump ha prometido acabar con las desigualdades, crear empleos de calidad y poner coto al poder de Wall Street

El ejemplo más evidente que permite detectar la procedencia de muchos votos recibidos por Trump es el de la globalización. Es evidente que las nuevas tecnologías, que han abatido fronteras y han reducido distancias, nos conducen irremediablemente a un mundo globalizado, en que las oportunidades –en abstracto- serán mucho mayores. Pero también lo es que la globalización crea en nuestros países, y de manera brusca y súbita, desiertos industriales, deslocalizaciones cruentas… Y esto es así porque nadie se ha parado a denunciar con suficiente énfasis que bastantes de las ventajas que ofrecen tales deslocalizaciones son ilegítimas… El mercado textil es paradigmático en este sentido: diversas ONGs están denunciado estos días a Turquía por permitir que decenas de miles de sirios, incluso niños, sean explotados en fábricas textiles semiclandestinas de ese país que surten a las grandes marcas de moda occidentales… Lo que corrobora la evidencia de que el ‘dumping social’ perturba la globalización y la vuelve profundamente injusta… La rebelión de los valones –pertenecientes a una de las tres comunidades belgas-, irritados por su propio empobrecimiento industrial en los últimos años, que a punto ha estado de frustrar el tratado de libre comercio entre la UE y Canadá, es un ejemplo digno de ser tenido en cuenta. En el caso norteamericano, el hundimiento de Detroit, tradicional residencia de las grandes fábricas automovilísticas, cuando cientos de miles de automóviles norteamericanos se están fabricando algo más al sur, en México, por sus ventajas competitivas… irrita lógicamente a los damnificados de más al norte. No se trata de cuestionar el camino imparable hacia la globalización, es obvio, pero sí de plantear ciertas condiciones a su desarrollo, de modo que no queden tantos muertos y heridos en el camino.

En definitiva, no nos engañemos: Trump ha ganado las elecciones por incomparecencia del contrario –los defensores del discurso ortodoxo, neoliberal, paladines de la democracia parlamentaria en estado puro- en todo lo referente a la atención a los ciudadanos de a pie, a las clases medias cada vez más proletarizadas y faltas de expectativas. Hasta hora, el poder ha estado atento a grandes intereses corporativos –Wall Street y otras corporaciones, mediáticas y de otra índole- y no ha mirado a los verdaderos protagonistas del proceso político, los ciudadanos. En Europa, está ocurriendo otro tanto. Aunque aquí todavía estamos a tiempo de prevenir un desenlace caótico como el que tienen que gestionar los norteamericanos.

Antonio Papell

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