• Los ‘viejos partidos’ han hecho mucho en muchos campos para modernizar este país, y ese patrimonio moral ha de ser defendido
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La presencia de Podemos en el Congreso de los Diputados ha revolucionado la vetusta quietud habitual de la cámara con la irrupción de un nutrido grupo de personas jóvenes que han introducido, junto con una serie de propuestas programáticas más o menos rupturistas, una estética y una ambientación diferentes.

A Podemos habrá, en fin, que criticarle su incapacidad para dar continuidad a la obra democrática con su propia obra, si es que cometen la equivocación de desconocer que este país tiene ya, por fortuna, historia y hábitos democráticos

La informalidad de todos ellos, la naturalidad con que Carolina Bescansa ha amamantado a su bebé en el propio escaño, la coleta de Pablo Iglesias o las rastas de Alberto Rodríguez parecen haber desagradado profundamente a muchos carcamales con escaño, que no han tenido empacho en manifestarlo.

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Por otra parte, la crítica y la controversia son consustanciales con la cámara de las ideas, en que los grupos debaten entre ellos el rumbo del país, la dirección del Estado, la conjugación de las aspiraciones sociales con la política real. Algo que viene haciéndose desde el arranque de la democracia. Por ello, es criticable con toda propiedad que Podemos haya llegado con el proverbial adanismo de la adolescencia, creyendo que sus huestes investidas de la sacrosanta representación popular aterrizan en un desierto en que no había nada antes de su llegada. Y las cosas son de otra manera, como ha escrito hoy con gracejo e inteligencia Manuel Jabois: “lo nuevo se sostiene siempre sobre lo viejo, y lo viejo en el Congreso es lo que permite que lo nuevo esté dentro. Por eso, puestos a ser intensos, en las fórmulas elegidas por Podemos para prometer su cargo, llenas de imperativos legales y nunca más un país sin su gente, hubiera estado bien que uno al menos recordase que en esa cámara que pisaba por primera vez hay en el techo agujeros de bala y hubo diputados que o bien no se tumbaron o bien fueron derechos a los golpistas a abroncarles.

Esa gente era de este país y estaba defendiendo, avant la lettre, que Podemos estuviese en el Congreso. También el país tenía gente dentro cuando se votó a favor del matrimonio homosexual: eran gentes del común los que acabaron con la mili, y los que durante años entraban y salían con una diana en la cabeza y otra en los bajos del coche mientras enterraban a sus amigos”.

A Podemos habrá, en fin, que criticarle su incapacidad para dar continuidad a la obra democrática con su propia obra, si es que cometen la equivocación de desconocer que este país tiene ya, por fortuna, historia y hábitos democráticos. Pero cometerían un monumental error quienes reprochasen impropiamente a los jóvenes y no tan jóvenes que llegan de nuevo a la sede de la soberanía popular que vistan como les plazca y como viste la gente de su generación, que se expresen como lo hacen en la calle, que hagan proselitismo de la conciliación familiar con la naturalidad que crean conveniente. Cualquier crítica proveniente de los ‘partidos viejos’, como la salida de tono de la inefable Celia Villalobos al referirse a los piojos ajenos, supone una paletada de tierra más sobre el ataúd de las viejas ideas y mucho oxígeno para la causa más o menos perfilada de estos jóvenes, que a fin de cuentas son el futuro.

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Y un apunte final, si me lo permite el lector: tiene toda la razón Carolina Bescansa cuando exhibe a su vástago en el hemiciclo del Congreso para recordar que ni la conciliación de la vida laboral con la familiar se ha conseguido, ni siquiera la plena equiparación hombre-mujer. Cada día siguen siendo despedidas de su trabajo muchas féminas por el hecho de haberse quedado embarazadas, los salarios femeninos continúan por debajo de los masculinos y en el propio Congreso, después de más de 35 años de democracia, sólo el 40% de los escaños son ocupados por mujeres. Los ‘viejos partidos’ han hecho mucho en muchos campos para modernizar este país, y ese patrimonio moral ha de ser defendido, pero han de reconocer que queda todavía mucho por hacer.

Antonio Papell

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