- La imagen del partido ha salido tan deteriorada de la lucha interna que la caída en el aprecio popular puede ser brutal
- Los vigentes estatutos, el candidato del PSOE a estas nuevas elecciones debería ser elegido en primarias
Es evidente que el amotinamiento del comité federal del pasado sábado 1 de octubre tenía por objeto derrocar a Sánchez y su equipo más cercano para llevar al PSOE a la abstención en una nueva investidura de Rajoy. De hecho, el pistoletazo de salida de la cuartelada, el ‘Grândola Vila Morena’, lo dio Felipe González en un desabrido mensaje en el que acusó a Sánchez de haberle mentido al prometerle que esa sería su actitud… cuando era evidente que Sánchez no pudo prometer tal cosa porque estaba atado a la decisión explícita del comité federal que en diciembre pasado fijó con meridiana claridad la posición del “no” a Rajoy.
Susana Díaz con Page y Lambán, como escuderos, no se han atrevido siquiera todavía a pronunciar en forma de propuesta la palabra maldita, “abstención”
Sin embargo, no debían haber considerado los promotores del derrocamiento la impopularidad que este apoyo alcanza en las filas de la militancia y del electorado socialista, y es francamente curioso comprobar que los líderes más conspicuos de la nueva era, con Susana Díaz al frente y Page y Lambán como escuderos aventajados, no se han atrevido siquiera todavía a pronunciar en forma de propuesta la palabra maldita, “abstención”. Saben que quien la pronuncie pasará a los anales del PSOE en sus páginas más negras, y que acto seguido se pronunciarán algunos socialistas con la advertencia de que ellos no obedecerán la consigna. De momento, algún diputado y el PSC en bloque se han desmarcado de esta opción, mientras algún miembro de la propia gestora se ha mostrado partidario de consultar a la militancia… que es como mentar la soga en casa del ahorcado porque es la militancia precisamente la que, como Pedro Sánchez, no quiere apoyar a Rajoy.
Así las cosas, no es seguro que la gestora proponga y el comité federal apruebe el respaldo del PSOE al PP en una hipotética investidura. Pero, pase lo que pase, el PP ya ha ganado.
De cualquier modo, es digno de resaltarse que el Partido Popular ya había ganado las elecciones el 20D y el 26J, pero ahora ha ganado también en el terreno de la estrategia que va a conducirle a la formación de gobierno. O, si se prefiere, el PSOE, su adversario natural, aquel con el que ha competido durante toda la etapa democrática, ha perdido. Porque si la fortaleza de la derecha parecía escasa para alcanzar el poder, ahora el partido conservador, sin mover un músculo, tiene ya prácticamente asegurados otros cuatro años de gobierno con Rajoy al frente, y sin estar obligado a realizar las concesiones que hubiera debido otorgar a los socialistas a cambio de su inhibición.
El cambio, producido por el suicidio político de PSOE en el comité federal del pasado sábado, consiste en que ahora los socialistas, que parecían favorables a someterse a unas nuevas elecciones que hubieran resultado probablemente más reñidas –había quien auguraba que la cerrada negativa de Sánchez a ceder el poder a la derecha le hubiera resultado rentable en las urnas–, ya no pueden correr este riesgo. Primero, porque la imagen del partido ha salido tan deteriorada de la lucha interna que la caída en el aprecio popular puede ser brutal. Y, segundo, porque, según los vigentes estatutos, el candidato del PSOE a estas nuevas elecciones debería ser elegido en primarias entre la militancia, y de eso no quieren oír hablar los autores del golpe de mano, no fuera a ser que Sánchez ganase de nuevo la nominación. Después de la cuartelada, bien podrían quienes controlan el comité federal saltarse de nuevo las normas, pero el escándalo tendría de nuevo un alto precio en votos.
Con el abanico parlamentario surgido del 26J, es claro que el tándem PP-Ciudadanos tendría que gobernar en condiciones muy difíciles
Así las cosas, el PP y Rajoy deben ponderar muy seriamente la conveniencia de hipotecarse ahora aceptando la abstención del PSOE. Porque con el abanico parlamentario surgido del 26J, es claro que el tándem PP-Ciudadanos tendría que gobernar en condiciones muy difíciles. Las grandes leyes orgánicas, y en particular los presupuestos generales del Estado, se aprobarían con gran dificultad, aunque no estuviese en riesgo la solidez del gobierno porque, como es sabido, la moción de censura es constructiva en nuestra Constitución: no prospera si en la misma votación no se inviste a un candidato alternativo; algo muy difícil, como es evidente, con este parlamento.
En consecuencia, parece lógico que Rajoy, que ya se ha manifestado en el sentido de aceptar el apoyo sin condiciones, dude en su fuero interno de la conveniencia de someterse a una nueva investidura contando con la oferta de “abstención técnica” del PSOE (es poco probable que los socialistas acepten condiciones a un gesto que consideran magnánimo). Objetivamente, lo mejor, desde el punto de vista de los intereses del PP, es acudir a unas terceras elecciones en las que se aprovechará del desgaste innegable de Ciudadanos, del descrédito del PSOE y de la probable parálisis de Podemos, organización que tampoco está en su mejor momento por los debates internos y por la mejora de la coyuntura socioeconómica, que probablemente habrá reducido la indignación de ciertas capas sociales.
Si la demoscopia avalase esta percepción, el PP podría no optar Rajoy a la investidura de nuevo y probar fortuna otra vez en las urnas para tratar de conseguir, junto a Ciudadanos, una mayoría absoluta.