• Los encontronazos entre FAES y el PP han sido continuos pero en los últimos tiempos habían adquirido una contundencia especia
  • El Partido Popular tendrá ahora que encajar el divorcio de familia, que siempre provoca sensaciones encontradas
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El expresidente Aznar se ha desligado definitivamente del Partido Popular mediante una gélida carta de renuncia a la presidencia de honor y a asistir al próximo congreso de la formación política, dentro de unas pocas semanas. La misiva, dirigida a Mariano Rajoy, no explica los motivos –“que alargarían innecesariamente” el escrito- de su decisión, y tan sólo muestra el pobre argumento de que ninguno de los patronos de la Fundación FAES ocupa cargo alguno en un partido político y él no quiere ser una excepción. Algunos comentarios populares han subrayado el flaco favor que Aznar ha hecho a su partido saliendo tan abruptamente de escena a las puertas de un decisivo congreso, pero la delicadeza nunca fue signo de identidad del expresidente.

Aznar culpa a su partido de haber asumido el discurso de sus enemigos en tres asuntos cruciales: el final de ETA, la cuestión catalana y el posicionamiento económico

En realidad, esta ruptura no hace sino rubricar un largo periodo de desencuentro ideológico que hace poco culminó con la renuncia de FAES a cualquier subvención pública, requisito que sus promotores consideraron indispensable para lograr la total independencia de criterio. Los encontronazos entre FAES y el PP han sido continuos pero en los últimos tiempos habían adquirido una contundencia especial. Todavía resuenan las críticas al partido por haber ‘abandonado’ a Rita Barberá (como si la corrupción valenciana no hundiera sus raíces en la época de Aznar) y, sobre todo, las censuras a Soraya Sáenz de Santamaría por haber reconocido la vicepresidenta que quizá fue un error la recogida de firmas del PP contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña.

En realidad, Aznar culpa a su partido de haber asumido el discurso de sus enemigos en tres asuntos cruciales: el final de ETA, la cuestión catalana y el posicionamiento económico y fiscal del gobierno popular. Aznar no ha podido convencerse aún de que ETA fue inteligentemente derrotada por el PSOE de Rodríguez Zapatero y Rubalcaba; que la cuestión catalana no tendría la virulencia actual si él mismo no hubiera provocado al radicalismo independentista, pero también al nacionalismo moderado, durante la nefasta legislatura 2000-2004; y que la derecha europea se ha impregnado de ciertos tintes igualitarios y socialdemócratas porque no es sostenible determinado grado de desigualdad en las sociedades modernas.

El PP actual tiene en todo caso poco que agradecer a Aznar, cuya temperamental sobreactuación provocó la derrota del partido conservador en 2004, un salto desde la mayoría absoluta a la oposición que sólo puede entenderse tras una etapa de delirante deriva de un presidente del Gobierno poseído de sí mismo que embarcó a este país en el conflicto de Iraq y que atribuyó obstinadamente a ETA los gravísimos atentados de 2004 cuando ya se conocía que la paternidad de los mismos era claramente islamista. De los tiempos de Aznar son también los fichajes de Bárcenas y Francisco Correa –todavía está en la retina de muchos la imagen del matrimonio Correa, ambos cónyuges disfrazados de nuevos ricos, en la boda de la hija de Aznar en El Escorial-. Y aún podrían atribuirse a expresidente la ligereza política que impulsó la construcción de las autopistas de peaje quebradas e incluso la burbuja inmobiliaria nacida al socaire de la ley del Suelo de 1997 que la hizo posible…

Rajoy, con sus defectos y virtudes, ha tenido en cualquier caso el mérito de despojar al Partido Popular de los residuos autoritarios de aquella época y de divorciar el legado que recibió de la influencia atrabiliaria de aquel personaje que seguramente no quedará muy bien parado en los libros de historia. El PP tendrá ahora que encajar el divorcio de familia, que siempre provoca sensaciones encontradas, pero de lo que no hay duda es de que el común de la ciudadanía respirará aliviada al saber que Aznar ya no influye en los destinos de la formación de centro-derecha, una de las dos esenciales sobre las que descansa la estabilidad política de este país.

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