El presidente francés, Emmanuel Macron ha presentado este martes en la universidad de la Sorbona, ante un público de estudiantes y académicos, un ambicioso plan de "relanzamiento y refundación de Europa. El anuncio estaba situado estratégicamente después de las elecciones alemanas del pasado domingo, en las que Merkel debía obtener su cuarto mandato. De hecho, el plan consistía en una resurrección del deteriorado eje franco alemán, que el anterior presidente saliente, Hollande, no había sabido mantener ni impulsar. Ahora, París y Berlín debían dedicarse a fondo a impulsar la federalización de Europa, una vez que el Reino Unido, providencialmente, había optado por salirse del club y de entorpecer por tanto todos los designios en este sentido.
La propuesta de Macron había sido ya filtrada en sus partes esenciales, y sus términos esenciales se subdividen en tres grandes capítulos: «soberanía», «unidad» y «democracia». Para reforzar la soberanía europea, Macron pretende trabajar en seguridad y defensa, zona euro e inmigración. El proyecto incluye la construcción de un nuevo avión militar europeo, que ya fue mencionado por Macron y Merkel hace unos meses.
En el terreno económico, Macron propone un proyecto no muy distinto del que Juncker enunció hace poco: un presupuesto común de la zona euro, la elección de un parlamento de la zona euro, un verdadero gobierno político de la Eurozona, con un ministro europeo de finanzas … Además, se crearía una especie de Tesoro, con una limitada mutualización de la deuda, y un fondo de garantía de depósitos, elementos sobre los que se asentaría la unión bancaria.
Macron pretende trabajar en seguridad y defensa, zona euro e inmigración
En el terreno que le es grato de la “nueva política”, Macron propone la celebración de “convenciones europeas”, con participación de la sociedad civil, destinadas a «repensar» el proyecto europeo y a favorecer una mayor participación de la ciudadanía en el proyecto europeo.
La propuesta es brillante pero tropieza con un problema probablemente insoluble: Francia tiene en este momento cohesión interna y potencia para impulsar unos designios como estos pero Alemania no. Merkel será muy probablemente canciller en la próxima legislatura, pero con condicionantes muy estrictos
Las últimas elecciones presidenciales francesas, que a punto estuvieron de llevar al país al desastre por la pujanza de las ofertas más radicales de derecha y de izquierda, representaron la definitiva y probablemente irreversible decadencia de las dos grandes opciones ideológicas que habían protagonizado dialécticamente todo el proceso político occidental desde la segunda guerra mundial. Los viejos partidos conservadores, refundidos para la ocasión en ‘Les Republicains’, y el progresista Partido Socialista –al que pertenecía el presidente saliente- ni siquiera llegaron a la segunda vuelta, ganada por un centrista ambiguo –Emmanuel Macron, al frente de ‘En Marche!’, una organización improvisada en poco tiempo— felizmente europeísta pero que de momento se mueve en un cierto vacío ideológico cargado de pragmatismo pero sin un rumbo conocido al que contraponer una alternativa (la democracia se basa, no se olvide, en el hecho evidente de que los problemas tienen más de una solución posible).
¿QUÉ HA PASADO EN ALEMANIA?
En Alemania, lo sucedido este domingo es menos dramático pero también inquietante. Los dos principales partidos del país que pusieron en pie el régimen surgido tras la Segunda Guerra Mundial mediante la Constitución de 1949, y que formaron en 2013 una “gran coalición”, también han descendido significativamente: la suma de los votos obtenidos por la CDU/CSU y el SPD se ha desplomado: del 67,2% en 2013 ha pasado al 53,5%. Entre los dos, han perdido 105 escaños en una cámara de 709 representantes. El SPD ha conseguido el peor resultado desde 1949 y los conservadores de Merkel el segundo peor resultado. Y en cambio, ha irrumpido con fuerza en el Bundestag la formación Alternativa para Alemania, ‘AfD’, de extrema derecha y veleidades directamente nazis, con el 12,6% de los votos y 96 escaños. Si Europa no estuviera alienada, debería inquietarse por este resurgimiento de las sobras chinescas filonazis, que bailan sobre las tumbas de seis millones de víctimas vilmente ejecutadas por el nacionalsocialismo.
Los potentes vientos de la integración europea que habían empezado a soplar tras la noticia del ‘brexit’ comienzan a amortiguarse
Hay además otras tres formaciones en el espectro alemán: regresan los liberales del FDP con el 10,7% de los votos y 80 escaños, después de no haber logrado en 2013 el 5% necesario para ingresar en el parlamento (venían de gobernar con Merkel, o sea que habrán aprendido la lección) y se mantienen Die Linke (La Izquierda) y Los Verdes con 69 y 67 escaños respectivamente, y un leve ascenso en ambos casos.
El derrotado líder del SPD, Martin Schulz, que venía de presidir el Parlamento Europeo y empezó la campaña con buenos presagios, que se disiparon pronto, ha anunciado que no renovará la gran coalición, ya que ha sido esta colaboración con la derecha la que a su juicio ha causado su gran derrota. En consecuencia, Merkel necesita matemáticamente para gobernar el apoyo conjunto del FPD y de Los Verdes. La negativa de Schulz es en cierto modo un alivio para Alemania y para Europa porque si se reeditara la alianza, la neonazi AfD sería el principal partido de la oposición.
El problema es que el FDP ha efectuado una campaña fuertemente euroescéptica, que hará muy difícil el acuerdo franco alemán de integración europea que propone Macron, basado en un presupuesto europeo, un ministro europeo de Finanzas, un Fondo de Garantía y un Tesoro, etc., que tanto agradaron a la Comisión Europea y más concretamente a su presidente Juncker. El joven líder del FDP, Christian Lindner, quiere a Grecia momentáneamente fuera del euro hasta que enderece su economía y ya declaró en campaña que sólo aceptaría un acuerdo de gobierno con la CDU si su partido controlaba el Ministerio de Finanzas, ocupado por el todopoderoso Schäuble, a quien Merkel querría mantener pese a que ya ha cumplido 75 años.
En definitiva, los potentes vientos de la integración europea que habían empezado a soplar tras la noticia del ‘brexit’ comienzan a amortiguarse. Alemania no dará facilidades, ni mucho menos se colocará a la cabeza de esta corriente integradora que terminaría costándole dinero al contribuyente germano. El liberalismo del FDP, un partido oportunista como todas las bisagras, será poco propenso a institucionalizar más la Unión, cuando lo razonable sería combatir la burocracia con eficiencia y no con recortes. En definitiva, Europa seguirá sin avanzar o lo hará con grandes cautelas y dificultades, lo que indica que el populismo sigue teniendo campo abonado para prosperar. Quién sabe hasta dónde.