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Cataluña sabe mucho de jornadas históricas. Las movilizaciones por la Diada reivindicando la independencia de la región, el 24-N, el 1-O, las participaciones récord en los comicios autonómicos -79,04% en el 21-D sin ir más lejos-. Cada una de esas efemérides ha trascendido de tal manera que ha dominado la política nacional durante meses y el 14-F no ha sido distinto. Desde antes de la inhabilitación del expresident Quim Torra, las elecciones al Parlament de Catalunya centran la atención por el cambio de tornas que barruntan en el gobierno de la región, pero también por su impacto social en plena tercera ola de la pandemia.

No son ni mucho menos los primeros comicios que se celebran en tiempos del Covid-19. Ni tan solo en España. El pasado 12 de julio tuvieron lugar los sufragios al Parlamento vasco y a la Xunta de Galicia, en plena desescalada del confinamiento duro de 2020. Si en aquella ocasión la situación fue inusual, el ritmo actual de transmisión del virus trastoca el funcionamiento de unas elecciones en que rige un esmerado protocolo con el que se vela por la seguridad de la ciudadanía, con franjas horarias y cambios de centro de votación, y conlleva un invitado nada deseado en cualquier cita electoral: la abstención.

Hace algo más de medio año, con mejor perspectiva pandémica que ahora, en el País Vasco participó casi el 53% del censo, mientras que en las autonómicas gallegas lo hizo casi el 59%. En vista de los antecedentes, no es difícil prever que la participación en Cataluña caiga unos 20 puntos este domingo con respecto al hito de 2017, lo que vuelve el resultado imprevisible. Los sondeos avalan estas proyecciones, de la misma manera que arrojan alrededor de un 40% de indecisos. Con semejante panorama, cualquier intento de hacer quinielas de escaños y ganadores es pura adivinación.

Los partidos han tenido que ajustar su campaña en función de estas variables, conscientes de que la victoria se juega en un puñado de diputados. El PSC y ERC parten en clara pugna por el primer puesto y, con ello, ganarse la prerrogativa de intentar formar un Govern que nadie tiene ganado, incluso podría llegar a darse un empate. En función de quién quede vencedor, Cataluña podría romper con la hegemonía de algo más de una década del independentismo, pero todo apunta a que las alianzas para el futuro Ejecutivo y la investidura del President acabarán de decantar la balanza en las semanas venideras de negociaciones y pactos.

VICTORIA SOCIALISTA, ¿GOVERN CON PODEMOS?

Por el momento, más que de acuerdos, de lo que más se ha hablado ha sido de vetos, hasta el punto que JxCat, ERC, CUP y PDeCAT dejaron por escrito que no pactarán con el PSC la formación de un Govern a partir del lunes. La campaña le ha ido bien al candidato socialista, Salvador Illa, que ha sido la sensación de las últimas semanas, pero la polémica alrededor de la negativa de hacerse una prueba PCR antes el debate de TV3 ha significado un traspiés importante a su candidatura, hasta el punto que el tradicional 'tracking' electoral que publica 'El Periódico de Andorra' hasta la víspera misma de la cita con las urnas otorgaba a los socialistas catalanes entre 31 y 33 escaños, desde los 32-34 anteriores.

Pese a este resbalón, el exministro de Sanidad aglutinaría el máximo número de votos, lo que le podría animar a formar un ejecutivo en el que ya ha declarado que piensa contar con En Comú Podem. El partido de Jessica Albiach, con entre ocho y nueve diputados sería la muleta de Illa, pero con alrededor de 40 escaños, quedarían muy lejos de la mayoría absoluta de 68 diputados que se requiera para investir al president. Fuentes próximas al partido exponen que prevén al menos la abstención de Ciudadanos, un gesto que probablemente emulen el PP y Vox, lo que les daría 26 votos, en la franja alta de la última encuesta publicada, que ni sumaría ni restaría. De hecho, ni tan sólo el sí de estas formaciones llevaría a Illa al Palau de la Generalitat.

VICTORIA DE ERC, JUNTS, CUP... Y PODEMOS

La jornada electoral tampoco dejará un panorama claro a los republicanos. De optar a encabezar un nuevo Govern sin necesitar a Junts per Catalunya, ‘esquerra’ se ve obligado a reformular sus quinielas y a afrontar un amargo panorama en que, tal vez, la única salida sea reeditar la alianza con la formación de Carles Puigdemont después de una legislatura en que la coalición ha descarrilado completamente. “No les queda otra que volver a entenderse con ellos y con la CUP”, apuntan fuentes del entorno de estos partidos, a tenor de lo que publican los sondeos más recientes.

Los socios de Govern tendrían que tragarse el orgullo y recoser unas relaciones muy contaminadas con Junts per Catalunya -que podría llegar a 30 diputados- por los continuos conflictos y desencuentros acumulados desde el 21 de diciembre de 2017. No obstante, es una combinatoria que en casi todos los muestreos demoscópicos suma, en la parte alta de la horquilla, la mayoría absoluta de 68 escaños que garantizaría la presidencia para Pere Aragonès, con los cuperos y el PDeCAT como poseedores de la llave de la reedición del Govern independentista que lleva años sentado en las instituciones catalanas.

En la parta baja de lo que les dan todos los sondeos, no obstante, los comunes se veulven el socio indispensable que daría continuidad al independentismo. Y el partido de Albiach ha declarado que se aviene a un pacto con ERC, pero vetan a junteros y neoconvergentes, en un contexto en que los pactos futuros pueden “suscitar tensiones en el Ejecutivo central”, señalan los expertos de Barclays. Avisan los analistas del banco británico también que, tras las elecciones, ERC y Junts “pueden ser menos propensos a apoyar al gobierno en futuras votaciones en el Congreso”, más si las urnas acaban demostrando que a Aragonès se le escapa la presidencia de la Generalitat.

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