• La divisa europea registra su cambio más alto contra el dólar desde finales de 2014
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El presidente del BCE, Mario Draghi.
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En la época de los algoritmos, el 'data'y la inteligencia artificial, algo tan viejo como la comunicación, como las palabras humanas, ha agitado el mercado más global y poderoso de todos, el de las divisas. El cruce de declaraciones entre las autoridades estadounidenses y europeas han provocado una semana frenética, con pasos adelante y atrás del euro y el dólar, cuyas consecuencias aún resultan impredecibles.

El primero en 'disparar' fue el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Steve Mnuchin. Pensó que la mejor forma de aprovechar su viaje al Foro Económico de Davos consistía en asentar la sensación de que su departamento ha desterrado la política del 'dólar fuerte' para sustituirla por la del 'dólar débil'. "Obviamente, un dólar más débil es bueno para Estados Unidos por el comercio y las oportunidades que genera", declaró en la ciudad suiza.

Y claro, el mercado tomó buena nota, porque Mnuchin no es 'cualquiera'. Es el 'ministro de Economía' de Estados Unidos, con lo que su posición es la de la Casa Blanca, la de Donald Trump. Aunque no era la primera vez que Mnuchin -o alguien de la Administración Trump- se pronunciaba en términos similares, lo cierto es que sus palabras provocaron una súbita reacción en el mercado, que interpretó que a Estados Unidos no le bastaba con que el 'billete verde' se hubiera depreciado de los 1,05 a los 1,23 dólares contra el euro en el último año. En cuanto escuchó su mensaje, el dólar arreció su descenso hasta las 1,24 unidades por euro, su cambio más bajo desde finales de 2014.

LA RÉPLICA DE DRAGHI

Las palabras de Mnuchin, que confirmaban el cambio de estrategia cambiaria de la mayor economía del mundo bajo la batuta de Trump, sonaron horas antes de la primera reunión de política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) en 2018, celebrada este jueves. La cita, sin duda, llegaba marcada por la fortaleza del euro. Y la realidad no se apartó de lo previsto, puesto que en esta ocasión las divisas robaron todo el protagonismo a los habituales asuntos monetarios.

El presidente del BCE, Mario Draghi, primero se acogió al manual con dos variantes. La primera, recordar que la política monetaria de la entidad sigue siendo claramente expansiva y que el BCE no tiene previsto cambiarla a corto plazo, con lo que el mercado no debería ver en ella un motivo para que el euro se aprecie. Y la segunda, lanzar el 'recado' de costumbre que el BCE emplea en estos casos: "La volatilidad del euro es una fuente de incertidumbre cuyas implicaciones sobre la estabilidad de los precios monitorizaremos".

Pero la certificación de que esta vez el tema cambiario molesta más a Draghi llegó luego. Cuando respondió a una pregunta sobre lo que está aconteciendo en el mercado de divisas. Fue entonces cuando concedió que sí, que la subida del euro se explica por el vigor económico que ya exhibe la Eurozona, pero que había otro motivo. "El lenguaje", precisó. "Las declaraciones de otra persona", añadió. No mencionó su nombre. Tampoco hacía falta. Todo el mundo sabía que se trataba de Mnuchin y sus palabras.

Lo que provocó esta extraordinaria alusión, puesto que los bancos centrales se cuidan mucho de hablar de las divisas y más aún de referirse a países concretos, es que Draghi y el BCE entienden que la posición de EEUU contraviene lo acordado en el Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo establecido por los distintos países en este foro es que la volatilidad de las divisas no es bienvenida, que hay que huir de las devaluaciones competitivas y que conviene evitar el proteccionismo. El banquero italiano interpretó que EEUU estaba quebrantando las 'reglas del juego', de ahí que alzara su voz.

No deja de ser curioso que Draghi, que quiere un euro más débil, que tiene los tipos en el 0% y que sigue creando euros con la compra de activos en el mercado, se queje de la política de Trump con el dólar. Pero es que han sido las formas y el momento las que han molestado tanto

Y todo por las palabras. Porque fueron las palabras de Mnuchin las que desataron la crítica de un Draghi que, en el fondo, también quiere un euro más débil. Lo dicen sus actos, puesto que mantiene activas las compras de deuda en el mercado, a razón de 30.000 millones de euros al mes "al menos hasta septiembre de 2018", y tiene los tipos de interés oficiales en el 0% y los de la facilidad de depósito en el -0,40%, cuando en paralelo la economía de la Eurozona creció un 2,4% en 2017, el mayor ritmo en una década y por encima del 2,3% de EEUU, donde los tipos de interés están en el 1,25-1,5% tras haber subido cinco veces desde 2015. El banquero italiano tolera un euro más fuerte que hace un año, cuando se movía entre los 1,05 y los 1,10 dólares, porque para eso la economía europea está más vigorosa, pero sin pasarse, puesto que una estancia más prolongada en los 1,25 dólares -o más allá- puede ejercer una presión desinflacionista adicional y suponer un freno para el crecimiento.

Por eso le molestaron tanto las formas, las palabras de Mnuchin, porque el BCE juzga que se salen del terreno acordado. Draghi entiende que sus hechos son los que son, como antes fueron los que fueron en la Reserva Federal (Fed) estadounidense, cuya expansiva política monetaria provocó que el euro se apreciara de los 1,22 a los 1,40 dólares entre 2012 y 2014. Pero entonces no dijo nada tan directo, como si aprobara que la Fed sólo estaba haciendo lo que correspondía en ese momento. Vamos, que interpretaba que el banco central norteamericano estaba actuando dentro lo habitual. Pero ya no son aquellos tiempos. Y ahora la Fed está subiendo los tipos, un escenario en el que el BCE considera que las palabras del secretario del Tesoro están fuera de lugar. Ya no tocan. Son un exceso.

TRUMP SALE A ESCENA

Draghi, sin embargo, no viró el curso de los acontecimientos en el mercado. Todo lo contrario. Mientras hablaba, el euro se aceleró para superar los 1,25 dólares. Estaba claro. Las palabras de Mnuchin podían más que las de Draghi.

Pero entonces emergió 'el jefe'. Trump, también en Davos, aprovechó una entrevista en la CNBC para matizar a Mnuchin. "Francamente, nadie debería hablar de estos asuntos", dijo para empezar. "Lo estamos haciendo bien y la economía está cada vez más fuerte y el dólar se fortalecerá y se fortalecerá", continuó. Y el remate: "Yo quiero ver un dólar más fuerte".

Otras palabras. Y otro brusco movimiento en los mercados. Esta vez con el dólar dando un paso hacia delante y la divisa europea dándolo hacia atrás. El euro, que caminaba sobre los 1,25 dólares, se frenó de inmediato hasta los 1,237 dólares. Trump, esta vez, había ejercido de bombero y había apagado un fuego que amenazaba, tal como avisaban los expertos de Rabobank, con abrir "una segunda ronda en la guerra de las divisas", el apelativo que se acuñó en los momentos más tensos de la crisis para criticar las artimañas que los distintos países estaban siguiendo, o intentaban activar, para depreciar sus monedas y encontrar ahí un resorte para luchar contra la recesión y la deflación.

LA INERCIA DEL MERCADO

Pero ni siquiera Trump es capaz de domar un mercado como el de divisas, que mueve cada día más de 4 billones de euros. Y su inercia es clara: al dólar le toca bajar, porque en el fondo la Casa Blanca no reniega de un 'billete verde' más débil, y porque la Eurozona está creciendo a su ritmo más alto en una década y el mercado tiene claro que, más pronto que tarde, el BCE tendrá que empezar a desmantelar sus estímulos monetarios. Sólo una sorpresa por parte de la Fed, con una subida de los tipos que supere los tres incrementos previstos para este año, provocaría un cambio brusco en la orientación actual del mercado.

"La dirección del dólar dependerá en gran medida de la Fed", constata Miles Eakers, economista jefe de mercado de Centtrip, quien añade que por ahora el 'billete verde' tiene poco que hacer: "El sentimiento general negativo del mercado está conduciendo el actual comportamiento del dólar. Hasta que no cambie, la propensión de vender dólares continuará y debilitará aún más la divisa".

El mercado manda. Y lo tiene claro. "No hay duda de la popularidad que tiene estar largos en el euro", constatan desde Rabobank

Ken Odeluga, analista de mercado de City Index, tampoco cree que los comentarios de Trump abran un escenario nuevo para el dólar. "La pregunta importante es si el rebote del dólar a las palabras [del presidente de EEUU] es sostenible. Y la respuesta es no. No creemos que los fundamentales económicos favorezcan un rebote sostenido del 'billete verde'", concluye. "Creemos que el dólar tiene más recorrido a la baja contra el euro", aseguran los expertos de Danske Bank, que manejan como estimación un tipo de cambio de 1,29 dólares por la "creciente demanda de euros por los flujos de inversión y los flujos de la balanza de pagos debido al continuo superávit por cuenta corriente de la Eurozona". "No hay duda de la popularidad que tiene ahora en el mercado estar largos en el cruce del euro contra el dólar", constatan desde Rabobank.

Esta popularidad no tardó demasiado en imponerse de nuevo, con nuevos pasos adelante y atrás. Como en la yenka. Apenas unas horas después de que Trump terciara en la polémica, el dólar volvió a las andadas bajistas. Y el euro a las alcistas. Regresó a los 1,25 dólares en la mañana del viernes, para luego moverse entre los 1,24 y los 1,25 dólares. Es decir, casi un 20% por encima del cambio que lucía hace un año. Y todo por las palabras. Que en esta época aún tienen mucho que decir. También en los mercados financieros.

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