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Foto: PEPE H

Hacer una obra musical sobre la mayor quiebra de la historia de la banca mundial, Lehman Brothers, parece una idea disparatada. Pero el italiano Stefano Massini se lió la manta a la cabeza y la escribió, y ahora Sergio Peris-Mencheta la ha traído al escenario de los Teatros del Canal en Madrid. El resultado es fascinante, con un montaje espectacular, una labor interpretativa muy meritoria -los seis actores dan vida a 120 personajes, cantan, bailan y tocan durante tres horas- y una narración con recursos muy originales y más centrada en las historias personales que en la pura economía.

Lehman Trilogy comienza con el desembarco en Nueva York del emigrante judío alemán Hayed (Henry) Lehman en 1844, seguido poco después por el de sus hermanos Emanuel y Mayer. Hijos de un tratante de ganado, comienzan con una tienda de telas, pasan a ser proveedores de las grandes plantaciones de algodón de Alabama y, por un golpe del destino, intermediarios entre estas y las industrias del Norte.

La historia sigue con su supervivencia a la Guerra de Secesión, su traslado a Nueva York, su conversión en banco, su entrada en el café o el ferrocarril, su expansión a la Bolsa de comercio, primero, y después a la de valores de Wall Street, el apoyo a EEUU contra su Alemania natal en la Primera Guerra Mundial, la financiación de nuevos negocios como el cine (King Kong) o la aviación, su milagrosa supervivencia al 'crash' del 29, la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, el New Deal, la llegada de la informática, su participación en el Canal de Panamá, la pérdida del control del banco por la familia y, finalmente, su hundimiento.

Foto: PEPE H

Pero más que en todos esos avatares por los que atravesó Lehman Brothers, la obra pone el acento en las historias personales: el reparto de papeles de los tres hermanos -Henry, la cabeza; Emanuel, el brazo; y Meyer, lo que hay en medio (la patata)-, sus amores y peleas, los niños, la rivalidad con los Goldman Sachs, también judíos alemanes, la brillantez de la mente cuadriculada de Philip o la envidia por parte de Billy a su tío Herbert (gobernador de Nueva York) y las malas relaciones con sus sucesivas esposas.

Sin duda, la gran fuerza del espectáculo reside en el trabajo de los actores y en la puesta en escena. Los seis intérpretes se relevan constantemente para recitar un texto muy poético basado en repeticiones constantes, para hacer de solistas o los coros en los números musicales, para interpretar multitud de personajes con cambios constantes de vestuario, o para tocar diferentes instrumentos.

El escenario circular y de dos pisos da un enorme juego para recrear decenas de lugares y para ofrecer dos o tres acciones simultáneas. Porque los cuadros que propone Massini son ingeniosísimos, como la escuela judía, las señoritas de la alta sociedad tocando el piano para entretener a las visitas, el enano trilero, el equilibrista de Wall Street, la comilona del consejo de administración, el restaurante griego de Nebraska, la carrera de caballos o el hilarante partido de squash con sus comentaristas. Todo ello, trufado de números musicales que van desde el espiritual negro o judío a Bob Dylan y los Beatles pasando por el blues, el ragtime o el minstrel.

Foto: PEPE H

UN PAR DE FALLOS IMPORTANTES

Un espectáculo fascinante, en definitiva, no exento de dos importantes fallos. El primero es que ni se mencionan las últimas décadas de vida de Lehman Brothers o las causas de su muerte. Esto parece deberse a que la obra se entretiene demasiado en los primeros tiempos (el último acto empieza en el 'crash' del 29, para hacernos una idea), y explicar los más recientes la habría llevado fácilmente a las cuatro horas. Una pena que el ingenio de Massini no haya hecho sangre con los yuppies de los 80, o que no haya superado la inolvidable explicación de la crisis hipotecaria que da Margot Robbie desnuda en la bañera bebiendo champán en 'The Big Short' (La gran apuesta).

Hablando de mujeres, ese es su segundo gran desacierto. Solo hay actores, no actrices, e interpretan a una buena cantidad de personajes femeninos siempre con finalidad cómica. Lo de reírse de señores con barba con vestidos de mujer poniendo caras o hablando con voz de pito parece más propio del humor de la Transición que del actual.

Pero salvo por estas cuestiones, se trata de una idea tremendamente original llevada a escena con un montaje abrumador que, sin duda, merece la pena ver.

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