- La maniobra y el sustituto encajan al milímetro con las urgencias que tiene la entidad
- Recuperar la confianza, limpiar el balance y preparar una fusión, las principales funciones de Saracho
Banco Popular tenía un grave problema: el mercado había dejado de creer en la entidad. Y justo eso, poner a una persona de mercados, es lo que ha hecho para sustituir a Ángel Ron en la presidencia. Emilio Saracho desempeña esa función a la perfección. Es, desde luego, mucho más que un gesto. Constituye un mensaje de lo más claro para ese mercado y para todo el ecosistema financiero que envuelve al Popular.
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Porque Saracho no es un banquero de 'ventanilla'. De tarjetas, depósitos o préstamos a las pymes, que es el perfil tradicional de Banco Popular. Todo lo contrario. Es un banquero de inversión, de mercados de capitales. De emisiones y ampliaciones de capital. De fusiones y adquisiciones.
De ahí que su elección, anunciada en diciembre y que será ratificada en la Junta convocada para el 20 de febrero, tenga mucho -casi todo- de ese término tan de moda en la banca: disrupción. Los inversores habían dejado de creer en Ron. Razones no les faltaban. En 2004, alcanzó la copresidencia, junto a Javier Valls Taberner, cuando la acción cotizaba a 23,5 euros -teniendo en cuenta el 'split' que la entidad hizo en 2005 y el 'contrasplit' de 2013-. Ahora cotiza por debajo de 1 euro, aunque ha llegado a caer incluso por debajo de los 0,80 euros en la recta final de 2016. Es decir, un descalabro que ha llegado a ser del 96%, que ha adelgazado la capitalización de la entidad hasta los 4.000 millones de euros y que ha provocado que cotice a 0,35 veces su valor en libros. En aquel lejano 2004, el valor bursátil triplicaba su valor contable.
PRIMERO, LO URGENTE
Esta evolución estaba minando ya la confianza de los pequeños inversores. Y ha acabado por acabar con la paciencia de los grandes, con el mexicano Antonio Del Valle al frente. Cansados de las promesas de que cada nuevo plan iba a ser el nuevo, y tras los preocupantes resultados del tercer trimestre, en las últimas semanas dieron un paso al frente. Y el ruido de sables se ha saldado este jueves con el anuncio del relevo.
Estas maniobras revelan las urgencias que arrastra la entidad. Y que condicionarán el trabajo de Saracho. En el sector tienen claro que de 100 días de cortesía, nada de nada. Tendrá que trabajar desde ya. Para empezar, con lo urgente, que en particular consta de dos prioridades.
La primera, lograr que el mercado vuelva darle un voto de confianza a la entidad. Saracho habla el idioma de los mercados. Los conoce, sabe como respiran, y el Consejo sabe que su llegada debe traducirse en un chute para la confianza que inspira el banco.
Esta desconfianza se ha reflejado en el incremento de las posiciones cortas en la entidad en las últimas semanas, una evolución que molestó a Ron, pero que en el mercado se interpretaba como la representación gráfica de hasta qué punto los inversores estaban dando la espalda a su gestión. Según la última remesa de datos recopilada por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), los inversores bajistas o cortos habían alcanzado cerca del 9% del capital del banco, un dato sin precedentes.
Saracho llega a un banco minorista siendo un banquero de inversión. Pero es que es precisamente ahí, en los mercados y en la gestión de activos problemáticos, donde el Popular se juega ahora todo. Principalmente su futuro.
Y la segunda, sanear el balance. Definir un plan creíble para dar salida a los activos inmobiliarios. La semana pasada, el banco ya dio un paso clave en esa dirección con la designación de un histórico ex de Banco Santander, Remigio Iglesias, como presidente de la nueva inmobiliaria del Popular, bautizada como Proyecto Sunrise. La llegada de Saracho, ex también del Santander, apuntala la nueva etapa que se abre en un terreno, el de la limpieza inmobiliaria del balance, clave para reforzar la viabilidad del banco.
Porque el banco es viable. Su negocio puro, principalmente el de pymes, es elogiado para el sector. "Es un gran banco, sobre todo en el segmento de pymes. Pero no tiene que sacar adelante su proyecto inmobiliario para volver a arrancar", asegura un experto de primer nivel de la banca española que prefiere no ser identificado.
Los datos, desde luego, confirman la impresión de lo que es Popular. De los casi 80.000 millones de euros de crédito bruto que acumulaba a finales de septiembre, la banca minorista representaba el 82% y dentro de ese total, 39.135 millones, prácticamente el 50%, correspondía a la actividad en el segmento de pymes y autónomos. El siguiente apartado en importancia es el de los créditos a particulares, con 21.636 millones. Es decir, 27%. La banca minorista, por tanto, es el núcleo del banco.
De ahí el impacto que genera la llegada de Saracho a un banco en el que, desde luego, la banca mayorista no representa su seña de identidad ni su mayor fortaleza. Pero es que es precisamente ahí, en los mercados y en la gestión de activos problemáticos -como si fuera un fondo más que un banco minorista-, donde el Popular se juega ahora todo. Principalmente su futuro.
Y LUEGO YA SE VERÁ...
Pero en el sector se menciona un tercer factor clave en la llegada de Saracho: la posible participación futura del banco en una fusión. Los analistas no lo ven como algo inminente, porque argumentan que primero "hay que poner la casa en orden", pero sí lo plantean como una opción posible pasado un tiempo.
"No es tan sencillo como decir que Popular cotiza a precios baratos y es una ganga", sostiene Nuria Álvarez, de Renta 4, y añade que comprar ahora Banco Popular es adquirir una entidad que está en pleno proceso de reestructuración: "Es preferible esperar y ver cómo se van desarrollando los acontecimientos. Aunque a dos años vista un comprador tenga que pagar un poco más, lo paga porque el banco ya ha hecho los deberes". Para Victoria Torre, responsable del departamento de Análisis de Self Bank, una fusión a corto plazo tampoco sería algo tan claro, aunque reconoce que la salida de Ron "allana el camino porque uno de los factores por los que no se llevaba a cabo (una fusión) era porque el mercado necesitaba verlo más claro en cuanto al plan estratégico".