El auge de los movimientos de ultra-derecha en toda Europa y en Estados Unidos, el Brexit, el movimiento independentista catalán y hasta la revolución feminista son la cara y la cruz de las consecuencias en el plano político de la crisis económica mundial de la última década. La caída de Lehman Brothers y la quiebra del sistema financiero generó una profunda desconfianza en las sociedades que los populismos han sabido aprovechar dando lugar a lo que el economista Robert Skidelsky, llama “malas políticas”.
Se trata de una “explosión del egoísmo nacionalista” que tan bien le ha ido a Donald Trump, quien lo ha llevado a la enésima potencia con su lema “Make America Great Again”, en aras del que se ha embarcado en una guerra comercial con medio mundo. “Trump está haciendo del acoso a China la punta de lanza de su agenda y sus políticas son indudablemente malas”, prosigue el autor del recientemente publicado ‘Money and Government’, “pero llena un vacío porque los problemas que aborda existen y nadie se atreve a hacer nada al respecto”.
Este drama político se ha magnificado en los últimos cuatro años, cuando ha proliferado lo que califica de “nacionalismo xenófobo”, pero tiene su origen antes de la hecatombe financiera de la banca occidental. Según el profesor emérito de la Universidad de Warwick, su génesis es la globalización de los mercados, “un sistema que implosionó y puso de relieve las dañinas consecuencias de este proceso para las sociedades”, argumenta.
Tras la crisis, “los nacionalistas encuentran un pasto verde porque se erigen como los únicos capaces de proteger a su gente contra el caos mundial”
Y en este nuevo escenario, “los nacionalistas encuentran un pasto verde porque se erigen como los únicos capaces de proteger a su gente contra el caos mundial”, prosigue. Además, explica el éxito de la ‘far-right’ porque las izquierdas buscan proteger la sociedad, pero fallan a la hora de crear un movimiento “que empodere a la ciudadanía”, lamenta a su vez el filósofo Josep Ramoneda, que, junto a Skidelsky y otros expertos ha participado en el ciclo de conferencias del Cercle de Economía de Barcelona sobre el décimo aniversario de la quiebra de Lehman Brothers. Si acaso, apunta, “el único movimiento transversal que ha logrado ilusionar en los últimos tiempos es la revolución feminista”.
Pero ambos creen que hay lugar para la esperanza y frente a la deriva hacia un autoritarismo post-democrático, el filósofo catalán señala que “aún no está claro el nuevo sistema de gobernanza que saldrá de la crisis”. “Quienes vaticinan que vemos el segundo avenimiento del fascismo exageran ya que la recesión no ha sido ni de lejos como la de los años 30, pero el rápido auge de las derechas debe ser una alarma”, completa por su parte Skidelsky.
LAS CONSECUENCIAS EN LA POLÍTICA ESPAÑOLA
Estos movimientos han florecido en un momento en que “la política se ha quedado sin instrumentos para compensar la inseguridad e insatisfacción que una década de recesión ha dejado en las sociedades”, insiste Ramoneda. Especialmente en España, donde “se ha transformado completamente el sistema de partidos y se ha fragmentado el Parlamento”, agrega por su parte Sandra León, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de York.
No sólo en España, sino en toda Europa, los partidos “son percibidos como una extensión del Estado”, hecho que ha afectado la alternancia del poder y se ha visto cómo, en los últimos años, “los gobiernos duran menos en el poder y hay una gran volatilidad electoral, que se traduce en una caída de la fidelidad de los votantes, elabora León.
A esto se agrega el convencimiento de que el “marco legal e institucional ha fallado” porque no se ha aprovechado la crisis como una oportunidad para las reformas, expone por su parte Antonio Argandoña, profesor de IESE, razonamiento con el que conviene León.
En definitiva, se ha desembocado en una “política cortoplacista, que pone énfasis en los medios y no en fines”, añade Argandoña, y en un populismo entendido como “seguimiento de la opinión pública para adecuar la acción de los gobiernos y la agenda de los partidos”, sentencia.
En última instancia, “el fallo del sistema, unido a los casos de corrupción o a la falta de división de poderes deteriora el sentido de pertenencia”, concluye el profesor de IESE, lo que, para Ramoneda, explica el grado de calado del soberanismo catalán: “Ha sido capaz de ofrecer un proyecto de futuro y ha destacado del resto de la política que no ofrece expectativas y se orienta sólo a la economía”, redondea el filósofo.