¿Quién quiere proponer o hacer nada en la comisión del Pacto de Toledo si puede hacerlo en un plató de televisión o en un desayuno ante los medios? Los partidos políticos han abierto en las últimas semanas la veda de las pensiones con propuestas consecutivas lanzadas no donde se las esperaría, en la mesa oficial planteada para discutir este asunto, sino donde los focos más calientan.
Porque la actual ronda de reuniones del Pacto de Toledo se abrió en noviembre de 2016. Pero de momento no ha arrojado nada sólido. Entre el ambiente de provisionalidad que rezuma esta legislatura y la crisis catalana, lo cierto es que los acuerdos brillan por su ausencia. Pero las pensiones están volviendo a la primera línea de la actualidad fuera de ese ámbito. Lo están haciendo con propuestas de 'telediario'. Como las lanzadas por el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, con sus propuestas de que los bancos contribuyan con impuestos especiales al pago de las pensiones, o por la ministra de Empleo, Fátima Báñez, que ha soltado la posibilidad de computar toda la vida laboral en el cálculo de las pensiones, por ahora con carácter voluntario y tomando los años que más convengan para que la pensión sea lo más lustrosa posible.
Tolero, por lógico, el juego político de seducir a los electores con nuevas iniciativas. Pero, sinceramente, siento bochorno cuando este mercadeo se produce en torno a un asunto tan sumamente relevante y sensible como el de las pensiones y cuando, además, se produce fuera del cauce oficial de la Comisión existente en el Congreso y se hace bajo los focos de los medios.
Porque el asunto de las pensiones es sumamente importante. Y contiene ingredientes que deberían ser tratados de manera tan escrupulosa, por respeto a quienes las están cobrando y a quienes las cobrarán, por estar cotizando ahora o en el futuro, que causa vergüenza la ligereza con la que se sueltan determinadas 'perlas' u ocurrencias. Curiosa forma de actuar en un tema en el que se añora pedagogía, mucha más pedagogía, y en el que sobra demagogia, mucha demagogia.
Los datos exponen bien la tensión que está sufriendo ya, y seguirá sufriendo en los próximos años, el sistema público de pensiones. En diciembre hubo 18,46 millones de afiliados a la Seguridad Social, un 5% menos que una década antes. En cambio, se contaron 9,58 millones de pensiones, un 15% más que diez años antes. La nómina total de la pensiones se acerca a los 9.000 millones de euros al mes, un 57% más que en 2007. La pensión media alcanza los 926 euros, un 36% más que hace una década, incremento que no se produce por la inflación, porque, traída al presente, la pensión de 679 euros de hace 10 años serían ahora 767 euros, con lo que ese incremento se debe a que las nuevas pensiones cada son más altas. Las de jubilación alcanzan de media los 1.071 euros, un 40% más que hace diez años, pero es que las nuevas superan los 1.300 euros, cuando las que están acabando no llegan a los 1.000 euros. Y ahora la esperanza de vida al jubilarse se estira hasta los 21 años.
En resumen: menos cotizantes soportando un mayor número de pensiones, que son más altas y que se cobran durante más tiempo. El resultado de esta secuencia es el déficit de la Seguridad Social, es decir, unos ingresos que no cubren los gastos, desajuste que en los últimos años ha superado los 15.000 millones. Y que no se resolverá en el futuro. Redondeando los datos que manejan el Ministerio de Empleo y la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), hasta 2022 el sistema ingresará de media 130.000 millones y gastará de media 145.000 millones. El agujero, por tanto, se mantendrá en torno a unos 15.000 millones de euros. De hecho, es la cuantía que este año prestará el Tesoro Público a la Seguridad Social para que pueda hacer frente al pago de las pensiones. Y todo con una 'hucha de las pensiones' menguante, puesto que ha pasado de 67.000 millones a 8.000 millones. Incluso habría que matizar que, teniendo en cuenta el préstamo de 10.000 millones que ya recibió del Tesoro en 2017 y los 15.000 millones adicionales de 2018, se encuentra ya en una situación negativa: -17.000 millones.
Llámenme raro, pero me gustaría que con las pensiones me trataran como un adulto. Como un médico a su paciente
Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Si estos datos les parecen demasiado 'macro', pasemos a lo 'micro', a nuestro bolsillo y nuestra vida. Con las reformas de 2011 y 2013, se está retrasando la edad de jubilación, se está ampliando el número de años de la vida laboral que se toman para calcular las pensiones, se ha desligado la actualización de las pensiones de la inflación, de forma que si los precios se encarecen por encima del 0,25%, en realidad su pensión está perdiendo capacidad de compra, y aún queda por entrar en vigor el factor de sostenibilidad, que desde 2019 incorporará la esperanza de vida para calcular las pensiones. Y que con estos cambios la tasa de reemplazo, es decir, a cuánta parte de nuestro último sueldo equivale nuestra pensión, pasará del actual 80% a unos niveles más acordes con nuestros países semejantes, en los que esa proporción se mueve en torno al 45-50%. O lo que es lo mismo, las pensiones pasarán a ser menos generosas y más alejadas del último sueldo, con lo que el salto hacia la jubilación puede dar más vértigo para las finanzas familiares.
Si, pese a todo este caudal de datos, de peligros y de consecuencias directas, los políticos siguen tratando a los pensiones y los pensiones como un 'mercadillo' en vez de como un ASUNTO DE ESTADO, así, con todas sus mayúsculas, es que no se toman en serio ni a las pensiones ni a sus pensiones. De nuevo, llámenme raro, pero a mí me gustaría que con las pensiones me trataran como un adulto. Y como un médico trata a un paciente. Porque el sistema está enfermo, en forma de las fuertes presiones que está soportando, y es bueno que el paciente -el pensionista actual y el futuro- lo sepa, puesto que a los 65 años años no hay marcha atrás posible. No es cuestión de alarmismos o entusiasmos. Como le gustaba decir al anterior presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, no es cosa de "ser optimista o pesimista, sino de ser realista".
El primer paso consiste, precisamente, en reconocer que el sistema público de pensiones está y estará muy presionado.Y que necesita una revisión a fondo en la que los políticos deben dar cabida en las reuniones a expertos y técnicos en la materia, a profesores y académicos que conozcan la historia, la situación de otros países y las posibilidades que se pueden explorar para curar o, al menos, paliar esa 'enfermedad'.
Otro, imprescindible, pasa por aportar visibilidad a las pensiones. Que, de una vez por todas, llegue a nuestras casas una carta -o un email- que nos vaya informando periódicamente de cómo podría ser nuestra pensión con el objetivo de que tengamos tiempo e información para que podamos reaccionar, porque a los 63 o los 65 años ya es demasiado tarde. Hay que desterrar la sensación, aún existente por la opacidad que rodea a las pensiones y la complejidad de su cálculo, de que la pensión termina siendo una lotería. 'A ver cuánto me queda de pensión', suele decirse todavía hoy, como si todo se debiera al azar y no a datos ni aportaciones concretas.
Este tema, como tantos otros, obliga a tomarse en serio de una vez por todas la formación financiera de los ciudadanos. Que entendamos cómo se calculan las pensiones y qué alternativas tenemos, para que manejemos herramientas para definir nuestro futuro y no fiarlo todo a las decisiones de otros. Es decir, que sepamos que hay fórmulas de ahorro e inversión privadas que van más allá de las pensiones privadas y que sepamos qué es el interés compuesto, una poderosa herramienta si la ponemos a trabajar en nuestro favor.
Y, por supuesto, necesitamos políticos responsables. Sensibles a la complejidad y relevancia del problema, pero no por ello volubles, posibilistas ni demagogos, sino serios y respetuosos con los pensionistas y las pensiones. Con suficiente altura de miras como para ser conscientes de que este no es un asunto de una legislatura o de cuatro años, sino que concierne al futuro de un país. Y el futuro siempre vale mucho la pena. Muchísimo.