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A los gobiernos y bancos centrales les ha cogido el toro de la inflación. Es una realidad galopante que avanza a su propio ritmo, después de que unos y otros se han empeñado en minimizar sus efectos y su duración. En este contexto, los expertos alzan la voz sobre una inflación que ha llegado para quedarse, a la vez que llaman a la calma sobre la temida vuelta a los años 70 y 80.

"Las autoridades tanto políticas como monetarias carecen de extintor", señala Olivier de Berranger, director de gestión de activos en La Financière de l'Echiquier (LFDE). En su opinión, "la inflación no se deja controlar fácilmente, ni al alza ni a la baja, ya que la economía no es una mecánica simple. Es más bien un organismo dotado de sus propias dinámicas sobre el que no se puede actuar con un simple giro del grifo monetario", agrega.

En EEUU, la Reserva Federal (Fed) no ha dejado de repetir desde comienzos de año que la inflación, que supuestamente era transitoria, no debería ser motivo de preocupación. El mercado lo creyó. "No obstante, los datos, que a diferencia de los mercados, no temen a la Fed, apuntan a una inflación elevada y bastante duradera", asevera este experto.

El BCE ha seguido la misma línea. Hasta su conferencia de prensa de finales de octubre su presidenta no reconoció por fin la importancia de la cuestión para después seguir abordándola como un suceso sobre el que no había que tomar ninguna medida.

En cuanto a los gobiernos, "son los mayores beneficiarios de la inflación. Recaudan más ingresos de los impuestos indirectos y su creciente deuda se ve erosionada lentamente por la inflación", señalaba Daniel Lacalle, economista jefe de Tresis en un post en su blog. "Los gobiernos nunca actúan contra la inflación porque, además de beneficiarse de ella, y esto es lo más importante, pueden culpar a cualquier chivo expiatorio excepto a sus políticas", añadía.

En cualquier caso, “el consenso del mercado y los bancos centrales probablemente están subestimando el riesgo de inflación a medio plazo”, avisa Stefan Hofrichter, director de economía y estrategia global de Allianz GI. "Una vez superado el efecto de la comparación con los confinamientos de 2020, y aunque por causas extraordinarias los precios de la energía disminuyeran claramente después del invierno y las dificultades de abastecimiento en las cadenas de producción se reabsorbieran rápidamente, las dinámicas inflacionistas existentes en los salarios y los inmuebles de EEUU están lanzadas", agrega por su parte De Berranger "y su inercia es fuerte, a la vez que hay escasez de mano de obra".

Pero de ahí a que se vea una situación como en los años 70 u 80 o que la amenaza de la estanflación tenga algún tipo de base hay un largo trecho. Pese a que el debate está candente, tal como reconoce Hofrichter, "no hay señales de un frenazo duro en el crecimiento económico". "El impulso económico mundial está tocando techo, pero los temores de recesión son exagerados", sentencia.

La década de los 70 estuvo marcada por una crisis del petróleo sin precedentes, ya que los precios del crudo se multiplicaron por más de diez entre 1973 y 1980. "A modo de comparación, esto equivaldría hoy a que el precio del barril de petróleo pasara de 60 dólares (el precio medio de los últimos cinco años) a más de 600 dólares", comenta François Rimeu, estratega senior de La Française AM.

En los años 70, esta subida de precios estuvo ligada a un problema de abastecimiento (fin de los acuerdos de Bretton Woods, represalias ligadas a la guerra del Yom Kippur en 1973), que tuvo importantes consecuencias: aumento de los costes de producción, subida de los precios con reducción de los beneficios, caída del poder adquisitivo y, por consiguiente, disminución de la demanda. Esta crisis llevó a Francia y a otros países a emprender amplios programas de construcción de centrales nucleares para limitar su dependencia de los combustibles fósiles.

El problema de la estanflación, tal y como se vivió en la década de los 70, era, por tanto, esencialmente un problema de oferta, que, "parece bastante diferente de la situación actual", asegura Rimeu.

Ahora, "la situación estadounidense puede explicarse de la siguiente manera: la inflación (al 6%) está vinculada principalmente a una fuerte demanda y a un crecimiento real superior al potencial (se prevé que crezca al 4% en 2022), lo que no corresponde a un escenario de estanflación", prosigue.

En la zona euro, en términos de crecimiento, el estratega de La Française AM prevé el mismo escenario que en EEUU, pues se espera que el crecimiento real en 2022 supere el crecimiento potencial en más de un 4%. Sin embargo, avisa que "esta cifra podría revisarse a la baja debido al impacto negativo del aumento de los precios del gas sobre el crecimiento". Así pues, "podría darse un escenario de estanflación si los precios del gas siguieran subiendo, pero para ello sería necesario que la situación se prolongara durante varios trimestres, lo que en la actualidad parece poco probable".

"El escenario más probable parece ser que tanto la inflación como el crecimiento se mantengan elevados", augura. "En este escenario, los bancos centrales deberían retirar gradualmente parte de su apoyo monetario, lo que llevaría a una subida de los tipos (especialmente en EE.UU.) y a la continuación de la rotación sectorial que se está produciendo en los mercados de renta variable", concluye el experto.

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