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El H2Med es una trampa para la transición energética. Así lo consideran Greenpeace y Fundación Renovables. Para las organizaciones, la propuesta actual del hidrógeno está sobrevalorada y supone el mantenimiento del estatus del modelo actual y de una política energética concesional con los grandes grupos energéticos, cuyo objetivo es la captación de fondos Next Generation EU.

En su análisis 'Desmontando el hidrógeno: H2Med, coartada para una falsa transición energética' advierten de que la futura infraestructura es una trampa que amenaza el modelo de transición energética al desviar los recursos y las prioridades de un desarrollo de las energías renovables de alta eficiencia y respetuoso con las personas y la biodiversidad.

Las dos organizaciones aseguran que el Gobierno español, capitaneado por Enagás y el sector gasista tradicional, ha hecho una apuesta por este "sueño megalítico" muy ajeno a la realidad del desarrollo de las renovables y de la demanda real de hidrógeno, tanto actual como futura.

"El Gobierno de España está apostando desacertadamente por convertirnos en un 'hub' de hidrógeno, en el que realizar una apuesta por la sobreproducción de electricidad renovable con el fin de producir y exportar hidrógeno. Algo ilógico porque siempre es mejor transportar electricidad que hidrógeno", ha señalado Fernando Ferrando, presidente de la Fundación Renovables.

Por su parte, José Luis García, responsable del área de Clima, Energía y Movilidad de Greenpeace, ha añadido que "el H2Med es totalmente inoportuno y supone una apuesta por el desarrollo de la infraestructura sin que exista una estimación real de su demanda. No podemos convertir una apuesta política en un activo varado, práctica desgraciadamente muy habitual en el modelo concesional español de realización de infraestructuras, como ha ocurrido con las regasificadoras, las autopistas radiales o el sistema de almacenamiento Castor".

Para ambas organizaciones, el hidrógeno verde debe tener un papel en el proceso de descarbonización de la economía y en el modelo energético del futuro, pero siempre circunscrito a cubrir las necesidades a las que la electricidad no pueda llegar: transporte pesado por carretera, naval o aéreo y como input industrial.

El documento, que también realiza un análisis de las necesidades reales del hidrógeno, señala que este no debe ser el sustituto del gas. Recalcan que su uso no es viable fuera de instalaciones industriales porque su origen es la electricidad, por sus características físicas y por seguridad.

"Tenemos que olvidar la idea de que, en el futuro, nos llegará un combustible limpio como el hidrógeno por donde actualmente nos llega el gas natural. Nuestras viviendas, nuestros coches, nuestro día a día no serán a base de hidrógeno. Es algo que no va a tener ningún impacto en la vida diaria de la gente, solo de algunas empresas", ha declarado Ferrando.

Es decir, creen que no es la energía del futuro para la sociedad en su conjunto, tan solo para una parte de la industria. Así, opinan que la apuesta por el hidrógeno debería estar basada exclusivamente en su producción mediante hidrólisis del agua con electricidad de origen 100% renovable y centrada, inicialmente, en la sustitución de la actual demanda de hidrógeno de origen fósil por hidrógeno de origen renovable.

Greenpeace y Fundación Renovables aseguran que no se puede incrementar la oferta y las infraestructuras de transporte de hidrógeno sin que exista una demanda que, a día de hoy, se produce en refinerías y cuyo futuro es incierto al apostar por la descarbonización y la erradicación de los combustibles fósiles. Además, señalan que siempre es mejor y mucho más eficiente transportar electricidad que hidrógeno. Esto conlleva que su producción debe estar lo más cerca posible del lugar de consumo o uso y no de las centrales de generación de electricidad.

Ambas también denuncian a la Unión Europea, que identifica el hidrógeno como un vector energético indispensable para poder cumplir con los objetivos marcados en el Acuerdo de París y que está intentando relajar las exigencias para que se admita su origen no renovable e insostenible, bajo la presión del lobby de países liderados por Francia para favorecer al sector nuclear. "Asignar colores para diferenciar su origen es una práctica de 'greenwashing' que encierra un claro intento de validar la utilización de energías no renovables y no la prohibición de su uso", ha concluido García.

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