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En las últimas semanas, hay varios términos en boca de muchos inversores y analistas. Uno de ellos recuerda a una situación que se vivió recientemente durante la crisis del coronavirus: la recesión. Que la guerra en Ucrania va a afectar al crecimiento y va a traer una mayor inflación, es algo asumido por todos. Las dudas giran en torno a hasta dónde puede llegar ese frenazo y si se va a volver a la caída del producto interior bruto (PIB), al igual que en 2020.

Puede consultar aquí el directo especial de 'Bolsamanía' sobre la guerra.

“Las dudas ante una próxima recesión se elevan entre los inversores y, aunque todavía lo hacen de forma tenue, también constituye una tendencia innegable, a juzgar, por ejemplo, por los datos del motor de búsqueda de Google”, destacan desde La Financière de l’Echiquier (LFDE). En su último informe se centran en las consecuencias de la guerra y las sanciones impuestas contra Rusia.

Estos analistas destacan en el informe dos señales que invitan tanto a los analistas como a los inversores a dudar del optimismo generado desde los gobiernos y los bancos centrales en torno al crecimiento económico de cara a 2023. Una de ellas es el encarecimiento de las materias primas, con el aumento del precio de la energía, y la diferencia entre los tipos de interés a diez años y a dos años.

EL AUMENTO DEL PRECIO DE LA ENERGÍA

Por un lado, la inflación está disparada. Según los últimos datos publicados, en la zona euro los precios crecieron un 7,5% en marzo por el mayor encarecimiento de la energía a causa de la guerra en Ucrania. De hecho, solo este elemento subió un 44,7% frente al año anterior, seguida de alimentos, alcohol y tabaco (5%), bienes industriales no energéticos (3,4%) y servicios (2,7%).

De hecho, el mejor ejemplo de donde se ve la causa de estas subidas es la inflación subyacente, la que excluye la energía y los alimentos frescos, que se situó en el 3%, avanzando tan solo tres décimas frente a febrero.

Situación parecida es la que se vive en Estados Unidos, donde los precios subieron un 7,9% en febrero, es decir, cuando todavía no se había empezado a notar del todo la crisis energética por la guerra. Por lo tanto, es probable que estas cifras se aceleren.

Desde LFDE todavía recuerdan el impacto recesivo derivado del fuerte aumento de los precios del crudo en los años 70 o, incluso, en 2008. “La cuestión es primordial, sobre todo porque el conflicto ruso-ucraniano no explica, por desgracia, todo el aumento reciente. Si el conflicto fuera el único motivo, la inflación actual de la energía podría considerarse como exógena y transitoria y, por lo tanto, relativamente superable”, explican sus expertos.

Sin embargo, recuerdan que ya a principios de año, antes de la “operación militar especial”, como lo llamó el presidente ruso Vladimir Putin al inicio de la invasión, los precios estaban disparados. “La solidez de la recuperación económica posterior a la pandemia, principalmente en EEUU, explica en gran medida los precios actuales, que no sugieren un descenso apreciable, incluso si remitiera el conflicto ucraniano”, sentencian.

Eso sí, no todas las materias primas son el petróleo. Hay otras ‘comodities’ que sí se han visto directamente salpicadas por el conflicto armado y que son igualmente vitales. Hablan de productos agrícolas esenciales, como el trigo o el maíz para animales, y numerosos metales industriales, muchos de ellos fundamentales para el desarrollo de la energía renovable (níquel y cobre).

“Por ello, la crisis de las materias primas se ha generalizado y es más difícil de superar que una simple crisis petrolera, sobre todo porque el conflicto no parece que vaya a resolverse pronto, ni mucho menos las sanciones contra Rusia”, afirman.

LOS TIPOS DE INTERÉS

La segunda razón a la que apuntan los expertos de esta entidad es la diferencia en los tipos de interés a diez y dos años, que suele considerarse una señal de recesión. “Esta diferencia es generalmente positiva: incluso en ausencia de riesgo de impago, como lo que ocurre con la deuda estadounidense, los tipos son de media más elevados a largo plazo que a corto, ya que siempre existe un riesgo de inflación a largo plazo”, explican. Sin embargo, matizan que “a medida que los bancos centrales endurecen las condiciones monetarias, los tipos pueden elevarse más a corto plazo que a largo”. Este hecho hace presagiar, según el informe, una ralentización económica, que a menudo se traduce en una recesión.

Hace una semana se produjo esta inversión, algo que causó revuelo entre los inversores, aunque desde LFDE creen que no necesariamente se debe producir un retroceso en la evolución del PIB estadounidense. “La propia Reserva Federal ha declarado en numerosas ocasiones y, de nuevo, muy recientemente, que existe otro indicador basado en los tipos más relevante: la diferencia entre las previsiones de los tipos cortos a 18 meses y los tipos cortos actuales”, indican.

De hecho, este indicador está totalmente calmado en estos momentos, como otras metodologías usadas por los bancos regionales dependientes de la Fed. Ahora, también admiten que los indicadores y las previsiones estén equivocadas puesto que hay ocasiones en las que las recesiones salen por sorpresa.

“Después de todo, las tensiones vinculadas a las materias primas son muy reales y podrían ser duraderas. Además, una parte de la respuesta depende del imprevisible conflicto ucraniano. Sin embargo, en lo que respecta a 2022, dado el actual historial de crecimiento, parece muy improbable que se produzca una recesión”, argumentan.

Para 2023, no están tan seguros, ya que hay que sumar al endurecimiento drástico de las condiciones monetarias hay que añadir los “mil nuevos riesgos” que surgirán.

“Así pues, aunque parezca sensato tratar de anticiparse a las recesiones, puede ser en realidad un intento absurdamente ambicioso, mientras que, por el contrario, la sabiduría de los mercados que tenemos al alcance de nuestra mano asegura que, estadísticamente, si bien cuesta dinero mantener las inversiones durante las recesiones, cuesta aún más perderse los rebotes que surgen del corazón de las crisis. Podemos apostar a que, en los próximos años, el mercado le dará la razón a los inversores sabios que no hayan pecado de exceso de sabiduría”, concluyen.

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