Serán los años. O las manías. Pero cada vez me identifico más con lo que el gran Fito Cabrales dice en una de sus canciones: "Raro, no digo diferente, digo raro, ya no sé si el mundo está al revés o soy yo el que está cabeza abajo". Lo último que me confirma en mis rarezas es la cuestión del momento. La catalana.
Porque más allá de la ilegalidad del proceso actual, sobre la que tanto se viene hablando y escribiendo estos días, lo que me desconcierta, hasta el punto de que me molesta e incluso me enfada, de todo el 'procés' tiene que ver con dos cuestiones. La primera, las mentiras. O las medias verdades. O las medias mentiras. O la ocultación de la realidad, que todo ello viene a ser lo mismo.
Lo siento, pero es que no puedo con las mentiras. Y mucho menos cuando quien las suelta es alguien -supuestamente- preparado e inteligente, puesto que a esas personas les atribuyo un mayor grado de bajeza moral. Como remate, si además otorgan puestos de responsabilidad política o empresarial el agravante me parece insuperable por las repercusiones de sus mentiras en las vidas, las creencias o los empleos de quienes las sufren.
Las mentiras, o la ocultación de la realidad y las posibles consecuencias, abundan en la actual posición del Govern. ¿De verdad menosprecian tanto la madurez de la sociedad catalana como para no ser capaces de decirles que sí, que una Cataluña independiente saldría de la Unión Europea y, por tanto, del euro? ¿Y que tendría que lanzar una nueva moneda, con el consiguiente empobrecimiento porque inevitablemente nacería devaluada en un porcentaje notable, o adoptar unilateralmente el euro como moneda, aunque eso sometería totalmente al pueblo catalán a un Banco Central Europeo (BCE) que no le tendría en cuenta ni le financiaría, además de que conduciría a un control de capitales -coloquialmente llamado 'corralito'- para contener la fuga de depósitos? ¿Por qué no les dicen abiertamente a los catalanes que no saben qué pasaría después con las nóminas de los funcionarios y con las pensiones? ¿O con las sedes de las empresas o de los bancos? ¿O con los impuestos que tendrían que pagar en los primeros años para poder financiar el arranque de la nueva Cataluña? ¿O con las infraestructuras y su uso? ¿O con el sistema económico que imperaría? Porque, claro, Oriol Junqueras reconoció en 'El Objetivo' que defiende la economía de mercado, algo que difícilmente tiene encaje en la filosofía de la CUP.
No me vale el pueril argumento de que, hombre, cómo va a reconocer el Govern los peligros y los efectos secundarios que esperan tras la independencia, porque me parece una total falta de respeto en un tema, además, tan serio. ¡Que somos adultos, por favor!
¿Por qué, en cambio, ofrecen una tierra prometida que directamente no existe -ni existirá- en ningún sitio, ni en esa supuesta Cataluña, ni en España ni en Estados Unidos o ni siquiera en los países nórdicos? Menos paro, pensiones más altas, mejores sueldos, más gasto social... y todo ello así, sin pestañear, de buenas a primeras. Del 1 al 2 de octubre. ¿De verdad, a estas alturas de vida, alguien puede creerse semejante argumentario? Es más, ¿de verdad alguno de los motivos de irse está conectado con ese tipo de promesas? Cataluña tiene el mayor Producto Interior Bruto (PIB) de España, con 211.915 millones de euros, cuenta un 13,2% de paro, frente al 17,2% de toda España, sus hogares lograron unos ingresos medios de 31.339 euros en 2015 -último dato disponible-, frente a los 26.730 euros de la media española, y una pensión media de 957,8 euros, frente a los 922,2 de la media española. Ah, claro, que una Cataluña independiente tendría todavía mejores registros, porque España actúa como lastre. ¡Cómo se me había olvidado! ¿Qué hay temas que mejorar, como la financiación autonómica? Por supuesto, pero lo siente Cataluña como también lo padecen otras regiones españolas.
Y no, no me vale el pueril argumento de que, hombre, cómo van a reconocer estas cosas, porque me parece una total falta de respeto. ¡Que somos adultos, por favor! Las cosas, por derecho. Y de frente. Llámenme raro, pero cuando hay tanto en juego, al menos a mí me gustaría que me lo explicaran bien. Más que nada porque fiarlo todo a los deseos, al 'ya lo iremos viendo' o a los castillos en el aire cuando se trata de algo tan serio resulta, además de cobarde, sumamente irresponsable.
En lo sólido, en los detalles es donde habita el diablo, y últimamente el diablo ha andado sobrado de trabajo en estas cuestiones. Porque tenemos un precedente muy próximo en el tiempo y en el espacio, como es el Brexit. Sus promotores tardaron únicamente horas en admitir que, bueno, a lo mejor alguna cifra de las manejadas en la campaña no era correcta y que puede que hubieran exagerado un poco las ventajas de irse de la UE. Impresionante. Y ahora, más de un año después, Reino Unido aún no sabe cómo se irá y sigue negociando cuánto pagará a Europa. Sí, el que se va, paga.
La segunda cuestión que me rebela es el insoportable tufo supremacista que destila el 'procés'. De verdad, respeto profundamente a quien, con total sinceridad y convencimiento, quiere independizarse indiferentemente de las consecuencias. Me quitaría el sombrero ante quien mostrara los costes y los peligros que, por pura lógica, una Cataluña independiente encontraría. Y ante quienes, pese a esos costes y esos peligros, dijeran que quieren irse. Que están dispuestos a asumirlos y correrlos. Me parecería valiente. Y honesto, tremendamente honesto. Pero no estaría de más un menor grado de soberbia. Porque cientos, miles de españoles han contribuido a levantar una Cataluña mejor del mismo modo que cientos, miles de catalanes han ayudado a construir una España mejor. Y hay catalanes buenos, catalanes excepcionales, como también hay murcianos, cántabros, riojanos o madrileños que lo son.
La historia, de nuevo, tiene bien registrado lo que ocurre cuando se apela a las supremacías, a las razas hegemónicas, a los cromosomas superiores. ¿De verdad hay que hacer de menos a algo o alguien, como es España y los españoles, para defender lo 'tuyo' -Cataluña y los catalanes-? Sinceramente, no lo entiendo, como tampoco he entendido nunca en qué modo ayudas a tu equipo de fútbol cuando gritas o insultas al contrario, porque siempre he considerado que la talla de tu victoria depende de la de tu adversario, y cuanto mayor y mejor es este, mayor es tu triunfo. De nuevo, llámenme raro.
Con un elemento adicional: por el 'camino' hay personas. Y la masa, por definición, es inflamable. Y, en ocasiones extremas, incontrolable. Con el consiguiente riesgo de provocar daños irreparables. Y evitarlos debe ser una obsesión. Porque al 1 de octubre le seguirá el 2 de octubre, y me encantaría que fuera el primer día de la reconciliación, el inicio de un nuevo 'procés', esta vez enfocado no sólo en las bondades o los riesgos de irse de España, sino en las ventajas de permanecer y en cómo hacer que esa convivencia sea positiva, estable y duradera. Porque sí, me cuento entre quienes siguen creyendo que esto es posible. Llámenme raro.