- Se trata de una situación potencialmente beneficiosa para el desarrollo del resto de economías
China registró por primera vez en casi dos décadas un déficit por cuenta corriente de 28.200 millones de dolares a cierre del primer trimestre de 2018, lejos del superávit de 62.300 millones que el gigante asiático mostraba en el cambio de año. Ha habido que esperar diecisiete años. Los datos publicados por la Administración Estatal de Comercio Extranjero (SAFE) reflejaron un escenario al que los mercados internacionales no están acostumbrados. El país más 'ahorrador' del mundo precisa de financiación exterior, y el dólar y Donald Trump tienen mucho que ver.
China modificó su política exterior a raíz de la crisis financiera de 2008, nadie se salvó de sus síntomas. Por entonces, el país basaba su crecimiento en un yuan débil que le otorgara una posición privilegiada en términos comerciales, elevando de manera drástica su volumen de exportaciones. El Banco Popular de China almacenaba millones en divisa extranjera y mantenía a raya al 'billete verde' con un tipo de cambio fijo. Una situación que el regulador se vio forzado a modificar por una fragilidad excesiva de la divisa china, que amenazaba con hacer enfermar al país.
Desde entonces, al contrario de la creencia popular, China sólo ha buscado una cosa: fortalecer el yuan, o al menos limitar su desgaste. Una sobrepreciación de la moneda asiática evidente desde 2011, que ahora no juega a su favor.
La deuda y la financiación interna se han postulado como principal motor de la economía china
Fuertes ventas de divisa extranjera, escarnio público a aquellas empresas que colocaban capital fuera del país, o limitar a la banca su capacidad de dar crédito bajo divisa nacional fueron algunas de las estrategias del regulador. Las exportaciones perdieron parte de su protagonismo en detrimento de la deuda y la financiación interna como impulsoras del crecimiento, sin embargo, el motor parece haber dejado de funcionar en los primeros instantes del presente ejercicio. La economía china requiere el apoyo de capitales externos para compensar su balanza.
La política monetaria más restrictiva del regulador tiene mucho que ver. Cuando la liquidez es abundante, las entidades financieras pueden hacer circular el capital sin apenas restricciones, sin embargo, bajo condiciones más restrictivas, China mira lejos. La entrada de sus grandes tecnológicas en Wall Street es un gran ejemplo. Asimismo, la emisión china de deuda privada en dólares en el primer trimestre del presente ejercicio igualó el volumen expedido durante todo 2016. Una práctica que cada vez encuentra una menor demanda y aumenta el coste de financiación externa de las compañías asiáticas, lastradas por la persecución de Pekin sobre el apalancamiento y la inversión con divisa externa.
Asimismo, los analistas de Pantheon Macroeconomics argumentan que la situación política de China, bajo el mandato de Xi Jinping, fomentará una mayor salida de capitales del país. Situación que, por otro lado, tiene un potencial efecto positivo en el devenir del resto de economías, con este flujo de liquidez dirigiéndose, directa o indirectamente, hacia vehículos de renta fija que terminarán por relajar su interés y tranquilizar a los mercados. La curva de tipos estadounidense lo agradecerá.
Una devaluación del yuan sería un fuerte argumento para desencadenar la guerra comercial entre ambas potencias
La solución para China no es evidente. Si el país continuara siendo incapaz de financiar su endeudada economía, el regulador podría verse obligado a intervenir la situación mediante un programa de compra de activos, como ya hizo la Reserva Federal o el Banco Central Europeo. Un banco central acostumbrado a bailar con la cotización de su divisa y herramientas de sobra para devaluar el yuan desde su elevada tribuna. Y aquí está el problema. Una corrección a la baja de la divisa china sería un argumento suficiente para iniciar una guerra comercial entre las dos mayores economías del mundo. Trump no lo permitiría.
EL DÉFICIT, CON PINZAS
No obstante, los analistas advierten de tratar estas cifras con cautela. Existen varios factores que también podrían justificar tal comportamiento del país asiático.
En términos ajustados por los desvíos estacionales, la balanza por cuenta corriente es positiva para los primeros tres meses del año, con un superávit del 0,2% del Producto Interior Bruto (PIB), lejos del 10% que arrojaba antes de la crisis. En segundo lugar, los datos de exportaciones podrían haber sido gravemente distorsionados por el cambio de fecha de las festividades del año nuevo chino. Tercero, el balance para la compra-venta de bienes fue positivo en el primer trimestre, pese al moderado descenso de las ventas en marzo. Un comportamiento no compartido por los servicios, que arrojaron un fuerte desequilibrio, impulsado por el aumento del turismo entre la población nacional y el mayor poder adquisitivo resultante de un yuan más fuerte. Por último, la apreciación de la divisa produjo una reducción del beneficio de las multinacionales chinas al repatriar sus ganancias, y un efecto contrario en las empresas extranjeras que operan en suelo chino.