- Fitch, la agencia de rating, acaba de alertar de que la deuda pública española seguirá por encima del 95% en 2025
- La economía no puede dominarlo todo: en ocasiones, las decisiones han de fundarse en criterios éticos, en un cierto sentido de la responsabilidad
Tras el ingreso de nuestro país en la eurozona, previo cumplimiento de las condiciones impuestas por Bruselas, la deuda pública se mantuvo contenida y con tendencia a la baja. Aznar se la dejó en 2004 a Rodríguez Zapatero en el entorno del 45% del PIB y el segundo presidente socialista de la democracia llegó a bajarla a un confortable mínimo en 2007 del 35,5%... hasta que sobrevino la gran crisis. El ‘Plan E’ marcó el arranque de una descoyuntada política anticrisis que lanzó el gasto público, redujo drásticamente la actividad y la recaudación y disparó la deuda hasta alcanzar el 70% del PIB a finales de 2011, cuando el poder ya había sido transferido a Rajoy, quien llevó el indicador hasta rebasar el 100% del PIB a finales de 2015.
Algunos expertos previenen del riesgo material que supone tan elevado endeudamiento público, aunque enfatizan que más preocupante es todavía la deuda privada, que sobrepasa el 180% del PIB. Pero la realidad es que la deuda pública tiene como avalista el Estado, y ello genera servidumbres que tienen sobre todo trascendencia política. Y no parece que el alto endeudamiento quite el sueño a nuestros gobernantes ni a los aspirantes a serlo: Fitch, la agencia de rating, acaba de alertar de que la deuda pública española seguirá por encima del 95% en 2025… Ya se sabe que la credibilidad de semejantes previsiones no es alta pero el pronóstico indica que no se espera que los gobiernos españoles consideren urgente la reducción de un déficit que vulnera el pacto de estabilidad y transfiere pesadas cargas a las generaciones venideras.
"No es de recibo que dejemos tranquilamente a las futuras generaciones esta espada de Damocles"
A algunos nos parece bochornoso que la clase política, en nombre de la soberanía popular, transfiera a nuestros descendientes el pago de unas deudas poco justificables que no han servido para modernizar el país sino para sufragar dispendios de dudosa oportunidad. Mantenemos a nuestros hijos en el desempleo –la mitad de los jóvenes no tiene posibilidades de trabajar- y castigados con salarios inferiores a los nuestros, y encima cargamos sobre ellos el peso de una deuda equivalente a toda la riqueza nacional en un año.
Pero, además, esta carga es una auténtica bomba de relojería porque hoy el servicio de la deuda es barato, ya que los tipos de interés son bajos, incluso negativos, pero nada ni nadie nos asegura que la situación vaya a mantenerse. Es más, resulta muy probable que los tipos suban a medio plazo. Y cada punto de interés que haya que pagar por la deuda pública actual representa 10.000 millones de euros que habrán de ser cubiertos por los presupuestos, por el dinero de todos, por nuestros impuestos… o, mejor dicho, por los impuestos de los herederos de este regalo envenenado.
La economía no puede dominarlo todo: en ocasiones, las decisiones han de fundarse en criterios éticos, en un cierto sentido de la responsabilidad. Y no es de recibo que dejemos tranquilamente a las futuras generaciones esta espada de Damocles amenazante que puede tener consecuencias trágicas para quienes siguen nuestra senda con la confianza, pobres de ellos, de que no hemos dejado minas bajo sus pies.
Antonio Papell