- 11.467,300
- 0,24%
Hubo un tiempo en que las decisiones de rating de las Agencias eran fundamentales para los inversore
Hubo un tiempo en que las decisiones de rating de las Agencias eran fundamentales para los inversores. Los inversores reaccionaban con compras o ventas ante argumentos sólidos detrás de cambios de outlook y su materialización de forma simultánea o posterior en cambios de rating. Al final, un tiempo pasado donde una gestión activa del riesgo tenía sentido.
Ahora, lamentablemente, es la rentabilidad la que prima en las decisiones de inversión. En general.
Con todo, quizás el párrafo anterior no refleja del todo la realidad: los inversores valoran más en términos relativos aquellos activos que tienen una demanda estable y se consideran seguros. En estos momentos esta demanda estable procede de los bancos centrales y de las entidades financieras que cuidan su balance. La deuda pública, como activo seguro, ve reforzado este papel ante el efecto demanda tanto privada como oficial. De forma conjunta esta demanda, por encima de la oferta disponible.
Por el momento. Además, como hemos visto de forma reciente en la subida de los tipos, los mercados pueden tensionarse en un contexto de escasa profundidad del mercado. Los movimientos bruscos del mercado suelen traducirse en excesos en la evolución de los precios, al alza y a la baja. Conatos de un funcionamiento "normal" del mercado que ahora se ven más que compensados por su distorsión.
Como ven, el concepto de seguridad a la hora de invertir está claramente desdibujado en estos momentos. Pero es cierto que por todas las razones anteriores y otras más que se les ocurra, la deuda pública sigue siendo el activo "seguro" por antonomasia. Tradicionalmente, activos con riesgo de crédito bajo y liquidez elevada en un equilibrio siempre deseable por los inversores. Y que sirven de referencia (benchmark) para valorar el resto de los activos financieros. El problema surge cuando tratamos de concretar dentro de la deuda pública cuál es realmente la segura. Y quizás con ello debamos de nuevo utilizar en el futuro a las agencias de rating.
Antes de la Crisis más del 60 % de la deuda pública de los países del G10 tenían rating de triple A. En estos momentos es apenas la mitad del porcentaje anterior. Naturalmente, hay muchos escalones en las calificaciones de deuda dentro de la característica de inversión. Pero también es evidente como en un entorno de tipos de interés muy bajos en la deuda pública (mínimos históricos en términos nominales y reales) los spread actuales no reflejan en el fondo el riesgo de mercado e incluso de subyacente a la hora de invertir. Esto puede tener implicaciones importantes en el futuro, una vez que la distorsión derivada de la oferta y demanda se vaya resolviendo. Y esto probablemente ocurrirá, además, con tipos de interés al alza.
Sin embargo, todo lo anterior no inquieta especialmente a las autoridades económicas internacionales. Y en caso de hacerlo es cuestión de utilizar el arsenal verbal, como hizo la semana pasada Coeure del ECB, para combatirlo. De hecho, la inquietud que han mostrado de forma reciente tanto el FMI como el BIS se refiere más bien al riesgo asumido por fondos de inversión, compañías de seguros y pensiones en sus carteras bajo este escenario de búsqueda de rentabilidad en un entorno como el actual. ¿Activos seguros? Todos lo son. Incluso las bolsas, como confirmo a finales del año pasado el Fondo de pensiones públicas japonés al aumentar su exposición a bolsa y deuda internacional frente a la deuda pública japonesa.
Un nuevo ejemplo de la dificultad de concretar lo que son activos seguros desde una perspectiva de largo plazo, algo que debería primar su estrategia de inversión. Algunos hablarían de exceso de complacencia. Pero, en el fondo, va más allá de esto: es simplemente la búsqueda de rentabilidad por encima de todo. En el pasado este argumento ha sido un caldo de cultivo propicio para excesos que han llevado a burbujas. Naturalmente, esta vez será diferente.