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EUROPA PRESS/CEDIDA - Archivo

Cuando uno está demasiado inmerso en los datos del mercado, obsesionado con cada pequeña variación de la inflación, es fácil perderse la visión del conjunto. Es como estar tan concentrado en un solo árbol que no te das cuenta de que el bosque en el que estás acaba de ser arrasado por un incendio forestal.

Fíjaos en este gráfico: mientras los banqueros centrales y los economistas hacen saltar la chispa por la desaceleración de la inflación (ese pequeño punto en la parte superior), la gente normal podría estar un poco más preocupada por ese enorme aumento de precios del 25% desde 2020 (sí, esa montaña gigante en el centro). Y no se trata solo de los alimentos: todo el índice de precios al consumo ha subido un 23%.

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La inflación es sólo una medida de la velocidad a la que suben los precios, por lo que una caída a un nivel "moderado" del 2% sólo significa que el ritmo se ha ralentizado, no que los precios estén volviendo a la tierra. Puede que la línea del gráfico se esté aplanando, pero esta mucho más alta que antes. Y si los salarios no han subido o nuestras inversiones no se han disparado, probablemente estéis notando el pellizco de un mayor coste de la vida.

En otras palabras, una inflación más baja suena bien, pero no anula el impacto de la subida de precios de los últimos años. Y para una parte significativa de la población, este recorte del poder adquisitivo es real. Crucemos los dedos para que la economía se mantenga robusta, los salarios aumenten y los precios de los activos sigan subiendo. De lo contrario, la presión del aumento del coste de la vida podría acabar afectando a la economía en general, y eso es un dolor de cabeza que nadie desea.

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