
El segundo mandato de Donald Trump presenta notables diferencias con el primero, y la confianza de los consumidores es un claro reflejo de este contraste. En 2016, este indicador experimentó un fuerte repunte tras las elecciones y continuó en ascenso durante más de un año. En cambio, en la actualidad, todas las encuestas muestran una caída hasta su nivel más bajo en los últimos tres años, incluso por debajo de los registros durante la pandemia de Covid-19.
Es la visión de mercado de Enguerrand Artaz, estratega de La Financière de l’Échiquier. Según su valoración, esta situación se agrava por la fragilidad financiera de los hogares estadounidenses, que han mantenido un ritmo constante de consumo desde el fin de las restricciones sanitarias. Como resultado, el colchón de ahorro acumulado durante la pandemia se ha agotado por completo para la mayoría, e incluso muchas familias tienen hoy un nivel de ahorro inferior al que poseían antes de la crisis sanitaria.
Para evidenciar lo limitado de las reservas, este experto recuerda que la última encuesta de la Fed de Nueva York mostró un mínimo histórico de hogares que afirmaban poder afrontar un gasto imprevisto de 2.000 dólares. Esta merma en el ahorro para emergencias se refleja también en el mercado laboral, donde el porcentaje de trabajadores con un empleo a jornada completa y otro a tiempo parcial ha aumentado drásticamente en los últimos meses, alcanzando niveles no vistos desde la década de 1990.
En esencia, el consumo en EEUU se sostiene sobre dos pilares. El primero son los ingresos laborales, cuya acumulación es cada vez más difícil y cuya estabilidad genera dudas en un contexto de deterioro progresivo del mercado de trabajo. Además, estos ingresos podrían verse afectados por el aumento de los aranceles impulsado por Donald Trump, una medida que, aunque temporal y sin riesgo de generar una inflación sostenida, impactaría el poder adquisitivo real de los consumidores.
El segundo pilar es el "efecto riqueza", impulsado en los últimos años por el sólido desempeño de los mercados bursátiles. Sin embargo, este soporte también se ha debilitado: con la bolsa representando un 33% del patrimonio neto de los estadounidenses en el cuarto trimestre de 2024, la tendencia negativa de los mercados desde inicios de año amenaza con erosionar la confianza de los hogares y su disposición a consumir. Esta vulnerabilidad se acentúa si consideramos que el consumo estadounidense depende en gran medida de los sectores más acomodados: el 10% más rico de la población es responsable del 50% del gasto, y su patrimonio está altamente expuesto a la volatilidad de los mercados de renta variable.
Mientras el consumidor estadounidense genera preocupación, sobre todo porque ha sido el principal motor del crecimiento en los últimos dos años, el europeo ofrece una perspectiva más alentadora. A diferencia de EEUU, los hogares en Europa han utilizado poco el ahorro acumulado durante la pandemia y, de hecho, han seguido incrementándolo. La tasa de ahorro en la eurozona ha rondado el 15% en los últimos dos años, muy por encima del promedio del 12.9 % registrado en las dos décadas previas a la crisis. Esto tiene sentido: la incertidumbre derivada del conflicto en Ucrania, la inflación elevada, el estancamiento económico y la inestabilidad política han llevado a los consumidores europeos a la prudencia, y un consumidor precavido es un consumidor que ahorra. Sin embargo, con estos factores comenzando a disiparse, la confianza de los hogares podría fortalecerse, impulsando el consumo y el crecimiento económico.
Ni siquiera sería necesario recurrir al excedente de ahorro acumulado en los últimos años; con que la tasa de ahorro volviera a sus niveles previos a la pandemia, el gasto de los consumidores aumentaría automáticamente, proporcionando un impulso significativo al PIB.
En conclusión, mientras el consumidor estadounidense se asemeja a un equilibrista cuya cuerda de seguridad se va desgastando, el europeo se perfila como un pistolero con una inesperada reserva de munición.