Esta idea es demasiado simplista y en algunos casos está totalmente equivocada, para Odette Lienau
“Es hora de que reconsideremos el principio de que los Estados siempre deben pagar sus deudas soberanas”, afirma Odette Lienau, profesora asociada de la Cornell University Law School y autora del libro “Rethinking Sovereign Debt: Politics, Reputation, and Legitimacy in Modern Finance”.
Lienau considera que esta idea “es demasiado simplista y en algunos casos está totalmente equivocada”, argumentando que “los supuestos de neutralidad política, uniformidad del acreedor y constancia histórica sobre los que descansa la narrativa común, no resisten una inspección más cercana”.
Así ejemplifica: ¿Debería Sudáfrica pagar la deuda de la era del Aparheid? O dado que Saddam Hussein era un dictador que empleo los fondos públicos para oprimir a la mayor parte de la población de Irak, ¿sería conveniente exigir a las nuevas generaciones pagar sus pecados?
En este sentido, recuerda que “aunque las normas de reembolso estricto se ven 'aliviadas' en situaciones de cambio de régimen y de transición, estas expectativas se filtran a las negociaciones sobre la deuda más generales”.
REPENSANDO LA DEUDA SOBERANA
Según Lienau, “cualquier discusión sobre la deuda soberana se vuelve inteligible (…) al incorporar uno de los términos más altamente politizados (y, por tanto, más profundamente impugnados) del derecho y las relaciones internacionales: la soberanía. Dependiendo de la teoría sobre la soberanía implícita o explícitamente aprobada, puede esperarse que las prácticas de la deuda soberana y la reputación difieran considerablemente”.
Por otra parte, no podemos dar por hecho siempre “la uniformidad de los acreedores”. De hecho, diferentes acreedores “pueden interpretar, e históricamente lo han hecho” la deuda de manera contraria. Es más, los enfoques alternativos que “incorporan las ideas de deuda ilegítima y que permiten una cancelación limitada (…) podrían funcionar con mayor detalles en el futuro”.
De hecho, la era posterior a la Guerra Fría “ha sido testigo del movimiento internacional hacia un discurso de gobernabilidad, democracia y derechos humanos que ha entrado también en las grandes organizaciones económicas y grupos de acreedores privados. Aunque las expectativas de amortización uniforme aún dominan, los nuevos modos de interacción con los acreedores y las fuentes de capital internacional han permitido una mayor flexibilidad en algunos casos, como Irak, Ecuador, e incluso Europa”.
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