La derivada de esta conclusión es clara: Podemos no quiere cooperar con el PSOE sino laminarlo y sustituirlo en el mapa español de partidos
La oportunista ruptura de las negociaciones a tres por parte de Podemos –de hecho, la organización de Iglesias sólo se sentó a la mesa para pedir la exclusión de Ciudadanos- conduce a una conclusión tan obvia como inquietante: Podemos no aspira al poder sino a la hegemonía, es decir, no pretende conseguir el gobierno para “la izquierda”, compartiéndolo en fraternal alianza con el PSOE y/o otras organizaciones, sino que pretende imponer su propia cosmología, su código de valores y principios, para erigirse como partido hegemónico en protagonista de un verdadero cambio de régimen. No es exactamente el chavismo pero se le parece mucho.
La derivada de esta conclusión es clara: Podemos no quiere cooperar con el PSOE sino laminarlo y sustituirlo en el mapa español de partidos. El PSOE debe pugnar, pues, no sólo para conseguir adhesiones (y recuperar a los desertaron de él) sino para preservar su espacio, que le esta siendo disputado con un argumento equívoco, tomado del marxismo: el de que el PSOE es un partido del establishment que en el fondo defiende los intereses de las elites, frente a un Podemos que defiende a los más desfavorecidos, a los excluidos del sistema.
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Sentado lo anterior, los márgenes de maniobra de las diferentes formaciones quedan muy condicionados. Y en el caso del PSOE, es notorio que la presión exterior de Podemos le impide pensar siquiera en la ‘gran coalición’ a la alemana con el PP, que en circunstancias normales hubiera podido servir para sacar a este país del actual impasse y –sobre todo- para llevar a cabo las reformas constitucionales y estructurales que necesita, en aras de una modernización inaplazable.
La ‘gran coalición’ tropezaba de entrada con la postración del Partido Popular, muy afectado por una corrupción que excede de los límites de lo soportable en nuestros contextos europeos
La ‘gran coalición’ tropezaba de entrada con la postración del Partido Popular, muy afectado por una corrupción que excede de los límites de lo soportable en nuestros contextos europeos y que necesita con urgencia una regeneración interior que suponga una renovación de los cuadros dirigentes más abrasados con lo sucedido. No es fácil para un partido –como el PSOE o Ciudadanos- aliarse con quien está bajo sospecha y bajo constantes pesquisas de los tribunales.
ENCAMINADOS A LAS ELECCIONES
Pero, además, en las circunstancias actuales, la hipotética alianza PSOE-PP dejaría todo el espacio de la izquierda a merced de Podemos, que podría extender demagógicamente sus tesis descalificantes contra la izquierda socialdemócrata (es conocido el deje despectivo con que Iglesias pronuncia el adjetivo), dar el temido sorpasso y erigirse en verdadero y genuino representante del progresismo, lo que nos dejaría en una situación de bloqueo de resonancias griegas (Syriza es ya la única izquierda sólida). Que la alternativa al gobierno sea un partido antisistema es evidentemente temible.
Así las cosas, la única vía abierta en la coyuntura actual de este país es la que conduce a las elecciones generales, en que tanto PP como PSOE deberán defender ardorosamente sus espacios respectivos, que marcan vectores diferentes pero no incompatibles entre sí. Y debe quedar bien claro el rechazo de los dos grandes partidos a las fórmulas exóticas que ningunean a Montesquieu y que apuestan por fórmulas de representación y de discurso que en la práctica conducen a patéticas dictaduras como la de Maduro en Venezuela.
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