El presidente de Gobierno puede condenar al PP a la indigencia en las próximas generales
La reacción de Mariano Rajoy a la debacle del Partido Popular del 24 de mayo –que supuso la pérdida de dos millones y medio de votos y de prácticamente todas las mayorías absolutas de que disfrutaba en los ámbitos autonómico y local- fue surrealista: ante los cuadros dirigentes de su partido, manifestó que el problema era de comunicación –no se habían explicado bien los logros- por lo que no procedía realizar cambio alguno.
“No haré cambios ni en el partido ni en el gobierno”, fue la frase textual que recogían al día siguiente todos los medios.
El estupor fue tan evidente y tan generalizado –por primera vez, los comilitantes del líder no hicieron siquiera el amago de aplaudir ante el jefe un análisis tan descabellado y alejado de la realidad- que poco a poco Rajoy fue desdiciéndose de aquella apatía, y aunque sin ganas, comenzó a enjaretar un discurso reformista: habría cambios en el partido y en el gobierno.
Si después de haber abierto expectativas relevantes e ilusionantes tanto en sus cuadros como en sus potenciales electores se vuelve atrás, Rajoy puede condenar al PP a la indigencia en las próximas generales
El secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, José Luis Ayllón, declaraba que los cambios no serán sólo cosméticos y el pasado martes, en Bruselas, el propio Rajoy declaraba que los cambios se producirán “antes de que termine este mes". Yo tendré que tomar algunas decisiones”. Y como es natural, comenzaban de inmediato las cábalas, todas infundadas porque Rajoy no había soltado prenda: Soraya Sáenz de Santamaría podría dejar la portavocía en manos de Alfonso Alonso, la salida de Wert del Gobierno daría paso a Cospedal en la cartera de Cultura… Las lucubraciones han sido muchas, todas basadas en la sensación, corroborada por el entorno de Rajoy, de que se iban a producir cambios de impacto, capaces de cambiar el sentido decadente de los acontecimientos, de reavivar la llama del partido conservador y de atraer de nuevo a este millón y medio largo de exvotantes que no se han ido a otro partido sino que permanecen probablemente en la abstención.
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Pues bien: hoy mismo, también en Bruselas, al término de la cumbre UE-CELAC, Rajoy ha echado un jarro de agua fría sobre tales expectativas. Ha suspendido la rueda de prensa que tenía programada y, según parece, ha querido mostrar irritación por unas declaraciones realizadas por la dirigente catalana Alicia Sánchez-Camacho en las que aseguraba que el cambio de gobierno sería inminente, probablemente a al vuelta del presidente de Bruselas.
Si después de haber abierto expectativas relevantes e ilusionantes tanto en sus cuadros como en sus potenciales electores se vuelve atrás, Rajoy puede condenar al PP a la indigencia en las próximas generales.
PERO, ¿QUÉ SE LE PIDE A RAJOY?
Rajoy ha recordado que ésta, la de cambiar el gobierno, es una prerrogativa que posee en exclusiva y se ha negado a seguir hablando del asunto para “no distraerse” de lo esencial, que es consolidar la recuperación económica al término de una legislatura que “ha sido muy dura” pero ahora está “en su parte mejor”.
Si después de haber abierto expectativas relevantes e ilusionantes tanto en sus cuadros como en sus potenciales electores se vuelve atrás, Rajoy puede condenar al PP a la indigencia en las próximas generales. Algo que pondría en riesgo no sólo el estatus del partido sino la estabilidad política del país. De cualquier modo, es claro que Rajoy no se ha enterado de que los cambios que reclama la opinión pública no son superficiales sino que se le exigen reformas de gran calado.
En realidad, lo que se le pide a Rajoy es que abra el partido a la sociedad; que el Congreso no se celebre cada cuatro años sino mucho más frecuentemente y sirva para cargar de ideas al aparato gubernamental; que cese este sistema indecoroso y digital de promoción interna y de selección de cargos que es la simple voluntad del líder; que se establezcan sistemas de circulación de elites que permitan a los jóvenes abrirse camino hacia puestos de responsabilidad; que se limiten cargos y mandatos; que se establezcan controles internos que hagan imposible la corrupción y la desviación de poder… En definitiva, que se haga del PP un partido moderno. Y que se haga del Gobierno un equipo de brillantes profesionales verdaderamente capaces y no sólo guiados por lazos de gratitud, servicialidad y lealtad.
La coyuntura es delicada y Rajoy se juega mucho en estas decisiones que maneja con evidente frivolidad.
Antonio Papell
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