La verdadera democracia: los gobiernos gobiernan, cargando con la popularidad o impopularidad de sus decisiones
La dislocada actitud del gobierno griego en lo que parecía la última fase de una ardua negociación que estaba aproximando las posiciones entre los acreedores y el país heleno no favorece en absoluto a Podemos, cuyos dirigentes elogian con voz impostada y sin énfasis la estrategia de Tsipras y los suyos, que de momento ha arrojado a Grecia a una situación desesperada.
Un referéndum supone una transferencia de responsabilidad desde el Gobierno, que fue elegido obviamente para gobernar, hasta la ciudadanía, que es emplazada a tomar una delicadísima decisión...
La convocatoria impropia de un referéndum supone una transferencia de responsabilidad desde el Gobierno, que fue elegido obviamente para gobernar, hasta la ciudadanía, que es emplazada a tomar una delicadísima decisión que sus dirigentes no han sido capaces de adoptar.
La verdadera democracia –en su versión genuina que es la democracia parlamentaria- no funciona así: los gobiernos gobiernan, cargando con la popularidad o impopularidad de sus decisiones, y el referéndum se reserva constitucionalmente para refrendar grandes cambios del marco jurídico o decisiones de verdadero calado y trascendencia en que existen racionalmente dos opciones alternativas. Y no se apela al pueblo con frívola precipitación como si los ciudadanos fueran los miembros de una asamblea universitaria que improvisa sus reacciones.
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EL GRAN EQUÍVOCO DE TSIPRAS
El referéndum ha molestado, además, a los socios europeos de Grecia porque la consulta compendia el gran equívoco con el que juega Tsipras al invocar la “soberanía” griega: esta soberanía ha sido voluntariamente enajenada por Atenas desde el momento en que ha aceptado voluntariamente ingresar en la UE y an la Eurozona, adoptar el euro y plegarse a las reglas de juego que sostienen la moneda única. Con este engaño demagógico, Syriza, al igual que las formaciones radicales como Podemos que se alinean con el partido de gobierno griego, se ha convertido en un partido paria a los ojos de los grandes partidos europeos.
La opinión pública española, como la europea, ha interiorizado suficientemente el parlamentarismo como para entender que el referéndum griego es una finta oportunista. De hecho, no ha habido en toda la UE más defensa mediática de él que el que han hecho los partidos radicales (en España, Podemos e IU). Tampoco comparte la madura sociedad española la versión edulcorada del conflicto que ofrece la gente de Pablo Iglesias: los pobres griegos, víctimas de la voracidad de los grandes intereses financieros internacionales. La gente común sabe que hay muchos millones de euros españoles embarrancados en el rescate europeo a Grecia.
Las colas en los cajeros, los jubilados temiendo por su supervivencia física- propaga la peor imagen que podía difundirse de este populismo inquietante que, como el de Podemos...
El desenlace de este plebiscito, que las propias instituciones griegas están a punto de declarar ilegal (convocar un referéndum en una semana y sin la menor apariencia de seguridad jurídica es más propio de una república bananera que de un país europeo), puede terminar desacreditando definitivamente lo que Syriza es y representa, y por lo tanto también a Podemos. Si triunfa el sí, es decir, la aceptación de las condiciones supuestamente leoninas impuestas por Europa, sería un escándalo que el Gobierno no dimitiera en bloque (Varoufakis ya lo ha anunciado pero Tsipras no).
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Y si el escenario es el opuesto y triunfa el ‘no’, Tsipras quedará en evidencia porque en modo alguno se cumplirá su previsión de que en 48 horas la Eurozona habrá firmado el acuerdo con Atenas. En este supuesto, la implementación de un tercer rescate costará sangre, sudor y lágrimas, si se produce, y a medio plazo el ‘corralito’ se perpetuará.
En definitiva, Syriza, que parecía tener una estrategia inteligente de negociación y que hubiera podido lograr un buen acuerdo con sus socios de la zona euro, ha metido a su país en un aterrador atolladero, cuya imagen plástica –las colas en los cajeros, los jubilados temiendo por su supervivencia física- propaga la peor imagen que podía difundirse de este populismo inquietante que, como el de Podemos, ni siquiera entiende lo que ha supuesto, en términos económicos pero también intelectuales e históricos, la construcción de Europa.
Antonio Papell
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