Estamos generando empleo de pésima calidad, lo que acentúa gravemente la segmentación social y la desigualdad
A estas alturas de la legislatura, la EPA ya no es un indicador económico, fundamentalmente técnico: su significado político, tan evidente, predomina sobre cualquier otra consideración, y el Gobierno exhibe las cifras con alarde, pensando que acumula así méritos que le valdrán de aval en las inminentes elecciones generales. Es legítimo que así sea, y poco se puede objetar a semejante pretensión.
Sólo generamos empleo en los sectores tradicionales: turismo y construcción
Pero, dicho esto, y reconocidos los méritos de quien tomó a este país en recesión y lo ha conducido a fuertes tasas de crecimiento, no está de más efectuar un análisis algo más profundo de los datos y las cifras, que en realidad ocultan –todo es ambivalente- algunas evidencias no tan magníficas como las que forman la espuma de la información.
El análisis más equilibrado que hemos encontrado sobre el particular es el de "Economistas frente a la Crisis”, un grupo de expertos que publica análisis de coyuntura. En esta ocasión, el juicio es rotundo: "La creación de empleo, muy positiva en sí misma, no se está basando en una superación de los problemas económicos estructurales y en una mejora de la calidad del empleo, sino en una combinación de 1) factores exógenos que impulsan el crecimiento (caída de precios del petróleo, depreciación del euro, política monetaria expansiva del BCE), 2) la expansión de actividades de muy bajo valor añadido, y 3) la desregulación laboral y el hundimiento de la calidad del empleo".
En otras palabras, estamos generando empleo de pésima calidad –lo que acentúa gravemente la segmentación social y, en definitiva, la desigualdad-, con una temporalidad que alcanza el 75%, que en muchos casos no saca a sus beneficiarios del umbral de la pobreza, y lo hacemos sólo en los sectores tradicionales –turismo, construcción-, con una productividad bajísima y sin que se advierta el menor interés en generar actividades de mayor valor añadido.
Otro drama se desprende de la composición del colectivo de desempleados, que sigue siendo de 5,1 millones de personas (el 22,4% de la población activa): "hay 3,2 millones de parados de larga duración (el 61,9% del total), pero aún más grave es que entre ellos hay 2,3 millones de muy larga duración (más de dos años en el desempleo, a veces muchos más), el 44,8% del total, cuyas competencias profesionales se han deteriorado tanto que su reincorporación al empleo resulta enormemente difícil y precaria". Poco se está haciendo para reintegrar a estas personas en el mercado laboral.
Un empleo de baja calidad aumenta las desigualdades y no sirve para frenar el aumento de la pobreza y exclusión social
En definitiva, resume el mencionado informe, "el modelo de crecimiento por el que se apuesta y la regulación laboral adoptada, determinante asimismo de un importante proceso de devaluación salarial, explican que el empleo creado sea muy frágil, de malas condiciones laborales, y en consecuencia poco generador de riqueza colectiva y bienestar individual. Un empleo de baja calidad que es compatible con el aumento de las desigualdades y que no sirve para frenar el aumento de las situaciones de pobreza y exclusión social, que se han exacerbado en nuestro país durante esta crisis con la aplicación de erróneas políticas de ajuste extremo, desregulación laboral y reducción de lo público, hasta situarnos a la cabeza de Europa en tan lamentables registros".
Bien está, en fin, que se cree objetivamente empleo, porque lo contrario sería terrible, pero no parece que haya que dar rienda suelta a la euforia. Ni mucho menos.
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