La diferencia entre las maneras de resolver las anteriores crisis y esta es que, todo, absolutamente todo, ha cambiado
Albert Rivera, el joven líder de Ciudadanos, ha dicho que hacen falta líderes nacidos en democracia. Es una obviedad, que de entrada tropieza con la evidencia de que se está produciendo una flagrante malversación de la energía juvenil, que tropieza con un desempleo intolerable e injustificable que debilita la emergencia de las nuevas generaciones,que asimismo sufren el obstáculo de la proletarización de sus mayores… y el de ellos mismos por causa de protagonizar un relevo generacional real.
La reacción ha sido la de esperar: la contestación, de gran parte de medios y analistas, a dicha declaración entendiéndola como una especie de declaración de guerra 'de edades'. Y es que Rivera, en la capacidad que tiene la gente joven de abrir debates o hacer propuestas que a otros niveles pueden ser controvertidos, ha destapado la caja de Pandora. Efectivamente, el manido –y celebrado hasta la ridiculización por redes sociales- lugar común español –que, por cierto, no era literal de ‘El Quijote’-: Ladran, luego cabalgamos.
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"Ser joven no es un bien en sí mismo ni garantía de nada"
Dicho lo cual, es cierto que la frase no deja de ser algo estridente y puede que un poco grosera. Y es que más que una atribución de roles entre viejos y jóvenes -ser joven no es un bien en sí mismo ni garantía de nada-, lo que ha de hacerse es invocar la idea ética de compromiso, de idealismo político, de cumplimiento del deber que imponen las propias convicciones. Y mostrar a todos -jóvenes y viejos- que una vida puede colmarse plenamente con la satisfacción del deber cumplido, sin necesidad de acaparar bienes ni de disfrutar de honores pasajeros. Cierto sentido de austeridad confiere credibilidad intelectual en un mundo mercantilizado como el nuestro.
NACIDAS EN DEMOCRACIA...
Pero también es obvio que la regeneración que precisa la política -y otras muchas actividades relevantes, contagiadas de la mediocridad general- aunque tiene que ver poco con la edad sí que pasa por el espíritu de más o menos juventud de la gente que debe estar involucrada en el mismo. Porque la revisión de los grandes valores, hoy tan debilitados, depende seguramente de que se impliquen personas, efectivamente, ya “nacidas en democracia” y que sepan expandir estos aires regeneradores y los vientos democráticos del debate, el libre mercado, la igualdad de oportunidades y el reparto de la riqueza.
La diferencia entre las maneras de resolver las anteriores crisis y esta es que, esta vez, todo, absolutamente todo, ha cambiado.
Y si bien es cierto que no es en la juventud sino en las ideas donde residen la sabiduría, la inteligencia y el trabajo, no lo es menos que España es una democracia relativamente reciente. Y que el código de valores y de comportamientos, que en casos muy extremos ha dado lugar a comportamientos escandalosos y a todo tipo de casos de corrupción económica e incluso moral, parecen emanar sospechosamente de una escala de valores más parecida a un ‘antiguo régimen’ anclado en un circuito clientelar, extremadamente despreciativo con la visión de uno mismo emanada por el resto de la sociedad e, incluso, con cierto despotismo, lógico en las anteriores estructuras predemocráticas –e incluso en la estructura de la transición, donde fue necesario llegar a pactos con los poderes tradicionales para conseguir dar forma a nuestra moderna democracia.
Por lo tanto, en momentos de grave crisis -recuérdese la de 1898-, es bueno recurrir a los intelectuales para que desentrañen la enfermedad e indaguen las terapias adecuadas y reclinarse ante los altares ideológicos habituales para intentar repensar el sistema. Pero, la diferencia entre las maneras de resolver las anteriores crisis y esta es que, esta vez, todo, absolutamente todo, ha cambiado. La diferencia entre este nuevo momento y el anterior es dramático: la globalización de los valores democráticos y su homogeneización, el estallido de la nueva revolución tecnológica, la consolidación de la democracia y la libertad de mercado en España y la configuración de una nueva sociedad civil no solo permanentemente informada sino que tiene un mayor nivel de exigencia para y con frente a las principales instituciones –y demanda mayor participación en ellas- obliga, en cierta manera, con matices, a darle la razón a Albert Rivera: necesitamos más, muchísimos más líderes jóvenes en los mandos de la política. Más gente joven nacida en democracia que sepa afrontar el futuro sin los peores ‘vicios’ del pasado. Gente nacida en democracia y que, por dar esta democracia por garantizada, que sepa con esa –con perdón- arrogancia revolucionarla hasta un nuevo lugar en el que las instituciones se regeneren para preservar los valiosos logros de las anteriores generaciones y al mismo tiempo, satisfacer las expectativas de las nuevas.
LO QUE NECESITA ESPAÑA
España necesita un relevo generacional urgente, rápido, dramático. Y no sólo a nivel político, posiblemente en todos los ámbitos. Eso sí: en ese relevo los jóvenes deberán apoyarse en las generaciones de mayor edad, ya que ellos depositan la experiencia –la buena y también la mala, los pueblos han de aprender de sus errores-. Pero, eso sí, dichas generaciones deberán saber abandonar el volante e instalarse en el asiento del copiloto, orientando, aconsejando, ayudando a reflexionar pero al mismo tiempo dejando ‘pilotar’ a gente joven. El viaje que empieza ahora llegará a buen puerto con líderes que no sólo tengan capacidad de hacer, sino también capacidad de entender los nuevos códigos de comportamiento, sistemas de valores y ambiciones éticas de los jóvenes y que no tengan obstáculos por delante para conseguir llevar el sistema a un nuevo y buen puerto. A fin de cuentas, fue un grupo de brillantes treinteañeros los que trajeron el cambio de una dictadura a la democracia. Abramos pues, a estos jóvenes que señala Rivera, paso y orientémoslos, pero dejémosles hacer. El futuro pasa por ellos.
Antonio Papell
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