En la política no hay ni puede haber ni un solo adarme de violencia
Un menor de 17 años ha golpeado al presidente del Gobierno en la cara, rompiéndole las gafas, cuando paseaba esta tarde por Pontevedra. El joven, que aparentó querer hacerse un selfie con el presidente y que le dio de improviso un manotazo, ha manifestado tras su detención que estaba “muy contento” por lo que había hecho. | Vídeo: Así ha sido el puñetazo a Mariano Rajoy en Pontevedra
El incidente no ha tenido consecuencias, ni ha puesto en verdadero riesgo al jefe del Ejecutivo, pero como es natural ha de ser duramente condenado porque en la política no hay ni puede haber ni un solo adarme de violencia. La raya roja es en este sentido es radical e inamovible.
El chico que ha tenido el desacierto de desentonar debe ser un inadaptado o un loco. Y ni siquiera merece el minuto de gloria que algunos estúpidos consiguen a costa de cualquier excentricidad.
Dicho esto, hay que enfatizar que la excepción confirma la regla, porque tenemos serias razones para mostrar profunda satisfacción por el país en que vivimos. Durante la crisis, la mayor que hemos padecido en muchas décadas y que ha llegado a generar bolsas de hambre física, no ha habido la menor señal de xenofobia –tan habitual en otros países del entorno-, ni episodios chirriantes de tensión a consecuencia de la a veces sangrante inequidad. Y cuando también aquí se ha ampliado el panorama político, por el cansancio producido por las fuerzas tradicionales y la comprensible demanda de cambio y novedad, las formaciones emergentes han sido democráticas y moderadas, al contrario de lo que ha ocurrido en países cercanos como Francia y el Reino Unido. Incluso Podemos, que nació de la protesta durante la etapa más dura de la crisis y que mostró al principio cierta dureza verbal, se ha moderado hasta mostrar hoy un rostro amable y conciliador. También hay que alegrarse porque el conflicto catalán, políticamente grave y que ha tocado el sentimiento de pertenencia y las fibras más sensibles de los ciudadanos, no ha tenido la menor deriva heterodoxa ni violenta, y todo él se ha conducido por cauces estrictamente dialécticos.
Así las cosas, el suceso de Pontevedra es un asunto menor que nada tiene que ver con la campaña electoral, con la política española, con la dialéctica más o menos inflamada que han mantenido los partidos entre sí en la legítima disputa del poder durante las pasadas semanas. Que nadie explote, pues, el suceso. El chico que ha tenido el desacierto de desentonar debe ser un inadaptado o un loco. Y ni siquiera merece el minuto de gloria que algunos estúpidos consiguen a costa de cualquier excentricidad.
Antonio Papell
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