El candidato socialista ha cumplido con la formalidad de presentar su programa
El candidato socialista a la presidencia del Gobierno ha cumplido con la formalidad de presentar su programa de gobierno, que es el contrato que ofrece a la ciudadanía a través de sus representantes. Con todo, el discurso ha sido una pieza pensada para tratar de abarcar no sólo el pacto ya logrado con Ciudadanos sino también un hipotético y complicado acercamiento a Podemos, sin el cual no hay solución al sudoku de la gobernabilidad.
De hecho, poco antes de la intervención de Sánchez, Óscar López descartaba una vez más la posibilidad de un pacto PSOE-Podemos con el concurso de ERC y DiLL, las formaciones soberanistas. Saben los socialistas que cualquier concesión en este aspecto sería para ellos letal.
Sánchez ha reconocido paladinamente que “la izquierda no suma”, por lo que “el cambio” tiene que ser híbrido, mestizo, transversal, y ha de englobar a fuerzas de diferente signo ideológico
Consecuentemente con esta evidencia, Sánchez ha reconocido paladinamente que “la izquierda no suma”, por lo que “el cambio” tiene que ser híbrido, mestizo, transversal, y ha de englobar a fuerzas de diferente signo ideológico. Y para captar a Podemos, ha utilizado un recurso dialéctico que ha sido retóricamente eficaz en la sesión parlamentaria pero cuyos efectos sobre los destinatarios están por ver.
El secretario general del PSOE ha enunciado un programa de gobierno, en su mayor parte pactado con Ciudadanos, que tiene importantes ingredientes sociales y que postula, concretamente, la recuperación íntegra del estado de bienestar anterior a la crisis y la puesta en marcha de un plan de emergencia social para restañar las heridas producidas por los recortes y la recesión. A partir de estas propuestas, que invaden claramente territorio de Podemos, y de otras encaminadas a restaurar las libertades, a devolver los derechos sociales a los trabajadores, a la regeneración de la vida pública, a combatir con eficacia la corrupción, a orientar la fiscalidad hacia objetivos de redistribución, etc., ha lanzado la gran cuestión que se ahora habrá que dirimir: ¿por qué impedir que estas medidas se adopten la semana que viene, cuando están tan al alcance de la mano?
Efectivamente, si se descarta cualquier movimiento imprevisto del PP –la formación conservadora ni está ni se la espera-, la investidura dependerá de que Podemos la acompañe o no con su abstención. Lo cual sería sin duda un éxito indirecto del PP, que estaría más cerca de unas nuevas elecciones y tendría todavía la oportunidad de probar fortuna en ellas para intentar una remontada.
Los líderes de Podemos tienen en definitiva que sopesar los pros y los contras de su decisión, que de momento es claramente contraria a la investidura. Evidentemente, una parte de las bases del partido de Pablo Iglesias comparte el proverbial odio leninista a la socialdemocracia, pero otros sectores preferirían sin duda ver un gobierno diferente a la continuidad del que encabeza Rajoy, aunque sea en funciones. En definitiva, es muy probable que el resultado final de la investidura dependa estrictamente del balance estratégico que, con toda frialdad, efectuará Podemos: si sus dirigentes llegan a la conclusión de que se beneficiarían de unas nuevas elecciones, en las que acortarían distancias con le PSOE, podemos dar por muerta la investidura. En cambio, si creen que el electorado les pasaría factura por la ruptura, pactarán. No hay mucha ética al fin y al cabo en las formaciones populistas, que utilizan con demasiada frecuencia el cínico argumento de que lo importante es el poder porque sin él todo lo demás es inútil.
Antonio Papell
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