Las declaraciones de Rajoy tras entrevistarse con el Rey y recibir el encargo de formar gobierno, han suscitado perplejidad porque no se ajustan a las pautas constitucionales
Las declaraciones de Rajoy, quien ha anunciado antes que la presidenta del Congreso la decisión del jefe del Estado sobre la investidura, tras entrevistarse con el Rey y recibir el encargo de formar gobierno, han suscitado perplejidad porque no se ajustan a las pautas constitucionales.
En efecto, el líder del PP ha explicado poco después de su entrevista en Zarzuela que el Rey le ha encargado que se someta a la investidura, y, pese a que en estos momentos no cuenta con los apoyos necesarios, ha aceptado el encargo. Pero más adelante ha desarrollado el contenido de la encomienda según su propio criterio: en un plazo razonable –ha venido a decir-, informaré al Rey y a la opinión pública del resultado de las gestiones para conseguir el apoyo deseado y, por lo tanto, de si estoy o no en condiciones de formar gobierno.
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La afirmación se prestaba al equívoco y una periodista lo ha despejado con una pregunta sobre si sólo se sometería a la investidura si conseguía los apoyos pertinentes: Rajoy ha respondido abruptamente que no es bueno en ninguna faceta de la vida adelantar acontecimientos. En otras palabras: cabe colegir que Rajoy no piensa ir a la investidura si antes no ha conseguido la garantía de resultar elegido.
El artículo 99 de la Constitución, que regula la investidura del candidato a la presidencia del Gobierno, no es un dechado de literatura forense pero es bien específico en lo tocante a esta cuestión. En el párrafo 2, dice expresamente: “el candidato propuesto… expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara”. No hay pues candidatos condicionales, no se puede ser candidato sólo si se ya se sabe de antemano que se va a ganar la investidura. Rajoy pudo haber declinado el encargo del Rey como ya hizo tras el 20D –con un gran coste político esta vez- pero una vez aceptado tiene que llegar hasta el final.
Evidentemente, estas disfunciones –alguno ha hablado de marrullerías- no ayudan a conseguir una mayoría parlamentaria que respalde al candidato. La frivolidad genera rozamientos, y este arranque del proceso hará todavía más difícil cualquier acuerdo entre el PP y sus hipotéticos socios.
Que Dios nos coja confesados.
Antonio Papell
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