Análisis | OXI: Por qué Bruselas va a tener que hacer de tripas corazón

Antonio Papell
Bolsamania | 05 jul, 2015 20:06
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El referéndum griego –un puro despropósito en términos democráticos por la forma precipitada y el fondo equívoco de la consulta- ha conseguido lo que se preveía: dividir a la población en dos mitades en lo que respecta a las afinidades políticas. Porque Tsipras, tan bien conectado según en él al sentir popular –ésta es la fuerza teórica de todos los populismos, desde Perón hasta el primer ministro griego-, no ha tenido el coraje de preguntar lo que correspondía, lo que hubiese disipado toda las dudas: ¿están los ciudadanos a favor o en contra de mantener el euro? ¿Quieren permanecer o quedarse en la Unión Europea? Y se ha ido por las ramas de la frondosidad dialéctica con la confianza de que con la confusión salvaría su propio e insoluble problema: el que resulta de su mentira originaria, de su promesa imposible de cumplir, la de arrancar un pacto a Bruselas sin cumplir los requisitos exigidos. Porque no se puede estar en la Eurozona sin acatar las reglas del juego del espacio comunitario.

El daño que la demagogia de Tsipras ha hecho a su pueblo es brutal, descalificante. Si hubiera aceptado la última propuesta de los acreedores, avalada por Bruselas, el país estaría en vías de resurgir, de dejar atrás el impasse en que lo ha sumido la irrupción de los radicales. Lo explica hoy Bernard-Henry Lévy en la prensa española: Grecia estaba materialmente a punto de salir del agujero de la historia. Y, sin embargo, la genialidad de Tsipras ha conseguido el drama: las colas de los atribulados ciudadanos frente a los cajeros, el llanto de los desesperados pensionistas que ven derrumbarse su precaria seguridad frente a la vejez y la exclusión.

Sólo apelando a la veta nacionalista de los griegos en una nueva manipulación podrá mantenerse en su puesto

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El miedo en los rostros, la zozobra en los hogares, la incertidumbre en el horizonte. Éste es el botín que ha logrado Tsipras con su absurdo alarde, en el que ha recurrido al viejo truco de agigantar el enemigo exterior. Sólo apelando a la veta nacionalista de los griegos en una nueva manipulación podrá mantenerse en su puesto… en el que ha debido por cierto recurrir a apoyos indecentes para supervivir.

Bruselas –Europa, todos nosotros- tiene que hacer pese a todo de tripas corazón y abrir de nuevo las negociaciones porque no es la estabilidad de Syriza lo que está en juego: es la supervivencia de esos infortunados que han herido nuestras retinas desde la imposición del ‘corralito’. Es la dignidad de una Europa que no puede arrojar al vacío a los 11 millones de griegos que forman parte, aunque ellos no lo sepan del todo, de la esencia originaria de la idea que impregna la gran aventura de la UE.

Ahora todo será más difícil, evidentemente. Un nuevo rescate requerirá trámites complejos –el aval parlamentario a varios gobiernos, como el alemán-, negociaciones más arduas… Todo mientras Grecia seguirá deslizándose cuesta abajo, sin un liderazgo de confianza, sin un norte al que orientar los esfuerzos. Sin nadie que le explique que el ingreso en Europa supone una gozosa transferencia de soberanía a una gran federación continental cuyas esencias entroncan directísimamente con el mundo grecorromano del que todos los europeos somos al mismo tiempo herederos y deudores.

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