No podemos olvidar ni la familiaridad de sangre y cultura, ni la generosidad de México durante nuestra guerra civil
España ha hecho lo posible a lo largo de la etapa democrática por mantener viva la comunidad iberoamericana. El régimen franquista, a través del Instituto de Cultura Hispánica, trató sin éxito de mantener unos trasnochados vínculos imperiales, pero el nuevo régimen basado en la Constitución de 1978 ha intentado crear y mantener, con un éxito discreto y solo relativo, un espacio común y simétrico formado por Latinoamérica y por los dos países de la Península Ibérica, que ha rendido frutos culturales muy apreciables pero sólo ha proporcionado una descriptible y frágil rentabilidad política y económica. De cualquier modo, las “cumbres iberoamericanas”, aunque en cierta decadencia, son un elemento notable de nuestra política exterior, y puede decirse que existe una familiaridad especial entre el conjunto de los países de este ámbito, cuyos ciudadanos, con una lengua común, sí mantienen vínculos estrechos.
Así las cosas, se entiende mal el silencio de España ante la afrenta a México de los Estados Unidos, a través del recién llegado presidente Trump, con la amenaza de un muro que separe dramáticamente ambos países, y que debería ser financiado, nadie sabe por qué, por los mexicanos.
El trato displicente e imperativo del jefe de Estado americano a México, con amenazas directas y con desprecio total a los acuerdos firmados, es más propio de una potencia colonial que de un vecino civilizado. Y esta agresión reclama a voces la adhesión y el apoyo de los amigos de México, entre los que se encuentra España. No podemos olvidar ni la familiaridad de sangre y cultura, ni la generosidad del país azteca durante nuestra guerra civil, cuando acogió sin límites y con una dadivosidad espléndida a muchos miles de exiliados que huían del régimen de Franco, y que allí encontraron, trabajo, estabilidad y dignidad.
La respuesta textual de la canciller alemana Angela Merkel a la brutalidad USA ha sido resonante
Claramente, España habría debido pronunciarse en defensa de México y en tono crítico contra la insolencia agresiva de Trump en este asunto. Y hubiese sido lógica incluso una convocatoria de la cumbre iberoamericana para estudiar el asunto y ofrecer a los mexicanos una solidaridad conjunta de todo el mundo latinoamericano. El silencio (o las medias palabras de compromiso) ha sido en este caso cómplice y muy ruidoso.
Pero no acaban aquí las reacciones que Madrid habría debido expresar. También ha habido motivos para la crítica a la decisión de prohibir la entrada en su país de ciudadanos de siete estados de mayoría musulmana, elegidos arbitrariamente y de acuerdo con los intereses particulares del propio presidente Trump. En este caso, la respuesta textual de la canciller alemana Merkel a la brutalidad USA ha sido resonante: “Estoy convencida de que la guerra contra el terrorismo no justifica que se coloque bajo sospecha generalizada a personas en función de una determinada procedencia o religión”.
Merkel es inequívocamente conservadora, pero ya ha dado pruebas de un valor objetivo en materia de derechos humanos y de principios democráticos. Se ha jugado su carrera política por haber abierto las fronteras de su país en momentos de una gravísima crisis humanitaria en el cercano oriente, y ahora se planta con gallardía ante el desafuero de Trump.
Aquí, nuestro gobierno, conservador, parece atemorizado, y lanza apenas críticas veladas, intentando salvar la cara pero sin el énfasis que requiere la magnitud del desaguisado… Y ello a pesar de que Trump no ha hecho el menor gesto de aproximación a Rajoy en toda su ya larga carrera hacia la Casa Blanca. Hay silencios cómplices y actitudes gallardas, y aquí parece que hemos optado por lo primero. Lo cual no sólo desacredita al gobierno sino también al país. Y defrauda una vez más a la ciudadanía, obviamente.
Antonio Papell