En 1936 escribió los poemas titulados El silbo vulnerado e Imagen de tu huella, y el más conocido El Rayo que no cesa
Miguel Hernández Gilabert, nació en Orihuela el 30 de octubre de 1910 fue poeta y dramaturgo de especial relevancia en la literatura española del siglo XX. Aunque tradicionalmente se le ha encuadrado en la generación del 36, Miguel Hernández mantuvo una mayor proximidad con la generación anterior hasta el punto de ser considerado por Dámaso Alonso como 'genial epígono' de la generación del 27.
Tal día como hoy murió en Alicante, el 28 de marzo de 1942, celebrando el 74 aniversario de su muerte. Proveniente de una familia campesina humilde, Miguel Hernández dejó sus estudios de bachillerato para trabajar de pastor de ovejas y hacer relevo a su padre. Sin embargo, mientras cuidaba del rebaño Hernández leía a los poetas clásicos españoles y comenzaba a escribir sus primeros versos.
A partir de 1930 comenzó a publicar sus poemas en revistas locales como El Pueblo de Orihuela o El Día de Alicante. En esa misma década, y ya con un reconocimiento regional importante, viajó a Madrid para colaborar en distintas publicaciones. Ya afincado en Madrid trabajó como redactor de diccionarios, dramaturgo y poeta. Conoció a su gran amigo y compañero del alma Ramón Sijé, al que dedicó el poema Elegía.
En 1936 escribió los poemas titulados El silbo vulnerado e Imagen de tu huella, y el más conocido El Rayo que no cesa.
Miguel Hernández se integró como militante del bando republicano e inició lucha activa en la Guerra Civil Española. También entró al Partido Comunista de España en el que desempeñó un importante papel como pensador y político.
En 1937 asistió al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas celebrado en Madrid y Valencia, en el que conoció al poeta peruano César Vallejo con el que establece una bella amistad.
A principios de 1939 nació su hijo, Manuel Miguel, a quien dedicó las 'Nanas de la cebolla'. “La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días y de mis noches”
En diciembre de 1937 nació su primer hijo, Manuel Ramón, que murió pocos meses después y a quien dedicó el poema 'Hijo de la luz y de la sombra'. A principios de 1939 nació su segundo hijo, Manuel Miguel, a quien dedicó las famosas 'Nanas de la cebolla'. “La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días y de mis noches”.
Por el riesgo que corría en España, Hernández decidió refugiarse en Sevilla algunos días con la intención de viajar a Huelva y de allí cruzar la frontera con Portugal. Pero al momento de cruzarla, la policía del Primer Ministro, fascista, Antonio de Oliveira Salazar, de Portugal, lo capturó y entregó a la Guardia Civil Española.
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En 1939 Miguel Hernández fue liberado con la condición de abandonar España de forma inmediata, sin embargo, Hernández volvió a Orihuela por su familia y allí fue detenido otra vez y condenado a la pena de muerte en 1940. Pero varios de sus amigos intercedieron por él y la pena se conmutó en 30 años de prisión. Durante su detención contrajo bronquitis que evolucionó en una grave tuberculosis que le provocó la muerte el 28 de marzo de 1942.
Este es uno de sus poemas más famoso
La Elegía
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las ladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
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