El entonces presidente de EEUU suspendió la convertibilidad del dólar en oro el 15 de agosto de 1971
El 15 de agosto de 1971, el entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, anunció la suspensión de la convertibilidad del dólar en oro. Fue el acta de defunción de Bretton Woods, el sistema que había actuado como esqueleto de las finanzas mundiales desde la Segunda Guerra Mundial. Lo que Nixon no podía adivinar es que aquella decisión lo cambió todo en el mundo de las finanzas. Para siempre.
Nixon, cuyo recuerdo histórico está más vinculado al escándalo político del Watergate y a la finalización de la Guerra de Vietnam, anunció esa decisión en un discurso televisado a la nación. "En las últimas semanas, los especuladores han estado librando una guerra total contra el dólar americano", denunció. "He ordenado al Secretario del Tesoro que adopte las medidas necesarias para defender al dólar frente a los especuladores", continuó. "He ordenado al secretario [John] Connally que suspenda temporalmente la convertibilidad del dólar en oro u otros activos de reserva", remató.
Nixon anunció la suspensión de la convertibilidad del dólar en oro en un discurso televisado a la nación
Esta orden rompía Bretton Woods. Desde los acuerdos firmados en 1944 para intentar poner orden financiero en un mundo que había renegado del patrón oro clásico y que había pasado por dos guerras mundiales en menos de 30 años, el dólar estadounidense fue el elegido para ejercer de piedra angular de las finanzas mundiales. Todas las divisas quedaron vinculadas al billete verde y este a su vez quedaba ligado al oro a un cambio determinado -35 dólares por onza-, como cauce para que los países pudieran cambiar sus dólares por el metal precioso en la Reserva Federal (Fed) estadounidense si así lo deseaban. Pero las autoridades estadounidenses, al comprobar cómo bajaban sus reservas de oro y al entender que ese privilegio se había convertido en una carga demasiado rígida y costosa para su economía, se rebelaron. Y decidieron suspender la convertibilidad de oro por dólares aquel 15 de agosto de 1971. La intención era que fuera temporalmente; la realidad es que ya fue para siempre.
"Es el momento financiero más importante del siglo XX", asegura el analista y experto en historia financiera Juan Ignacio Crespo. "Marca un antes y un después. Un antes marcado por la pervivencia del patrón oro y el posterior establecimiento del sistema de Bretton Woods y un después en el que emergen los tipos de cambio flotantes en las divisas y todo el desarrollo financiero que le ha acompañado", añade.
TODO CAMBIÓ
En efecto, todo cambió. El mundo, acostumbrado a moverse en unos parámetros concretos, con unas referencias claras, como el oro o el dólar estadounidense ya tras la firma de los Acuerdos de Bretton Woods, intentó levantar otro esquema similar. Hubo reuniones entre las autoridades económicas de las principales potencias del planeta tras el anuncio del presidente Nixon, pero sólo sirvieron para confirmar que los tiempos de la cooperación cambiaria y financiera habían terminado. Desde 1973, y ya sin vuelta atrás posible, el mundo se adentró en un camino sin retorno hacia un sistema de tipos de cambio de flotación libre. Es decir, una nueva realidad en la que el precio de una divisa en términos de otra vendría determinado por los agentes del mercado. El tiempo de los tipos de cambio fijos o rígidos quedó atrás; al menos para las mayores potencias en un principio -y con los años para la mayoría de los países del mundo-, comenzaba la era de los cambios variables y sujetos a las fuerzas del mercado.
Se iniciaba una etapa en la que el dinero ya no era la representación de algo físico, sino intangible
La fractura fue monumental. Infinitamente superior a lo que ni Nixon ni sus asesores ni nadie hubiera podido imaginar en 1971. Para el mundo, porque se iniciaba una etapa en la que el dinero ya no era la representación de algo físico –como el oro-, sino intangible, porque comenzaba el tiempo del dinero basado en la fe, en la confianza; el dinero fiduciario. Para los países, por el impacto en sus balanzas comerciales, en sus exportaciones e importaciones, en sus entradas y salidas de capitales, en su propio funcionamiento económico y en la tentación de endeudarse e imprimir más monedas y billetes ahora que ya no había oro ni otros metales detrás. Para los bancos centrales, porque dejaron de tener una referencia tan clara como el oro o un sistema de tipos de cambio fijos para guiar sus decisiones monetarias y porque empezaron a tener un papel cada vez más protagonista en ese nuevo mundo de dinero fiduciario, deuda e inflación. Para las compañías, porque los tipos de cambio comenzaron a ser una variable fundamental en su actividad de fabricar, comprar y vender productos. Y para las finanzas en su conjunto, porque se derribó un muro que abrió de par en par las posibilidades para ampliar como nunca antes los tentáculos de los mercados.
El desarrollo de los mercados de divisas y de derivados, de los mercados de capitales y de la banca de inversión sólo fue cuestión de tiempo; la desregulación de los años 80 se encargó ya del resto. "Marcó el inicio de una nueva era económica en la que florece el libre comercio internacional y proliferan las oportunidades de especulación", confirma la analista de divisas y experta en mercados financieros Kathy Lien.
EL MERCADO QUE NO DUERME
La onda expansiva de aquel mensaje televisado de Nixon todavía es perceptible hoy. Cuarenta y cinco años después, el mercado de divisas, heredero directo de aquella decisión, es el mercado de los mercados. Es el que más tiempo opera -de domingo por la noche a viernes por la noche, ininterrumpidamente- y el más global de todos.
Y, sin duda, también el más líquido de todos. Según el último informe trienal del Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), en 2013 negociaba cada día 5,3 billones de dólares. Al cambio actual, unos 4,5 billones de euros. O lo que es lo mismo, en apenas seis horas mueve tanto dinero como la producción que la economía española genera en un año.
¿DECLIVE DEL DÓLAR? NO TAN RÁPIDO
Lo que no ha cambiado en estos 45 años es el nombre de la divisa hegemónica. Los parámetros son otros, los mercados y sus palancas son muy distintos y exponencialmente más potentes. Pero el dólar estadounidense sigue siendo el rey.
Lo que no ha cambiado en estos 45 años es el nombre de la divisa hegemónica
Periódicamente, siempre emergen las dudas sobre su supremacía. Y se menciona como prueba que, cuando Nixon acabó con la convertibilidad, una onza cotizaba a 35 dólares, en tanto que ahora supera los 1.300 dólares. Pero su dominio en el mercado de divisas es incontestable. Según el informe del BIS, en 2013 el dólar estaba presente en el 87% de las transacciones. La segunda en importancia, el euro, figuraba en el 33,4% de las operaciones, y la tercera el yen japonés, en el 23% -la suma supera el 100% porque en una transacción siempre hay dos divisas, con lo que el total es 200%-. Quince años antes, en 1998, la cuota de mercado del dólar también era del 87%.
"Al dólar le queda mucho como divisa hegemónica. China, que con el yuan podría ser la auténtica alternativa, todavía tiene que consolidarse como gran potencia económica", afirma Juan Ignacio Crespo. En 2013, y aunque ya se coló entre las diez monedas más utilizadas del mundo, el yuan estaba presente en el 2,2% de las transacciones.
SÓLO EN CASO DE CAOS
Y aún hay más. Existe otro ingrediente que manifiesta la importancia de lo que hizo y dijo Nixon el 15 de agosto de 1971. Y que subraya hasta qué punto fue importante el sistema de Bretton Woods y hasta qué extremo cambió todo después. Consiste en que, también periódicamente, regresa el debate sobre la conveniencia de levantar un Bretton Woods 2.0.
De forma periódica regresa el debate sobre la conveniencia de levantar un nuevo Bretton Woods, el 2.0
Suele surgir al calor de las crisis o de algún accidente financiero. Como los excesos que suelen precederlos habitualmente están vinculados a los movimientos de capitales, los desequilibrios comerciales o a bruscos cambios en el valor de las divisas y como, además, no son pocos los países que cuando entran en problemas intentan depreciar sus divisas como atajo para superarlos, devaluaciones o depreciaciones competitivas, se propone volver a edificar un modelo común para poner orden donde no lo hay.
De momento, sin embargo, los debates no han pasado del terreno teórico y académico. En un mundo con cada vez más potencias -a las de siempre se suman las emergentes ya emergidas- y en el que por tanto se complica alinear sus intereses, una segunda versión de Bretton Woods sólo parece posible en una situación desesperada. "Un segundo Bretton Woods únicamente sería posible si se produjera un caos completo en los mercados de divisas. Sólo algo así podría podría alcanzarse un acuerdo global para estabilizar la situación", expone Crespo.