El BCE pone más carne en el asador monetario en un entorno de baja inflación y bajo crecimiento
Mario Draghi es un artista. En lo suyo, que es la gestión del Banco Central Europeo (BCE) y de la política monetaria en la Eurozona. Y en la puesta en escena, porque maneja con precisión su lenguaje y sus gestos. Y aunque siempre cabe que haya sobreactuado, la interpretación con la que ha despedido 2016, lejos de casar con la alegría vista en las bolsas europeas, tiene más de malo que de bueno.
Para empezar, porque ningún banco central, cuya misión principal consiste en preservar la estabilidad de los precios y la estabilidad financiera, anuncia alegremente que prolongará las extraordinarias medidas de emergencia, representadas en su programa de compra de activos (APP, por sus siglas en inglés), a las que viene recurriendo para intentar dejar atrás la crisis y su alargada sombra de una vez por todas. Como un médico al que lo que más le gusta es curar y dar de alta a un paciente que ha estado gravemente enfermo, el deseo de Draghi sería retirar esas medidas y certificar que la economía ya puede caminar sola, sin sus estímulos. Pero nada de eso. Ahí sigue, conectada a la medicina del BCE.
Si, como ha anunciado este jueves, el BCE va a seguir comprando deuda pública y privada en el mercado durante nueve meses más de lo anunciado hasta ahora -de abril a diciembre de 2017-, a razón de 60.000 millones de euros al mes, para un total de 540.000 millones adicionales que elevarán todo el programa de compras de activos a 2,2 billones de euros desde su inicio en marzo de 2015, no es una buena noticia. Representa, simplemente, la evidencia de que 'la cosa' aún no carbura.
Lo menos malo es que, al menos, desde abril reducirá el montante de las compras de los 80.000 millones actuales a esos 60.000 millones. Como el propio Draghi ha asegurado, esta rebaja supone volver sobre sus pasos. Es decir, representa el primer síntoma, aunque sea tentativo, de normalización. Porque, en efecto, el BCE fue parido a comienzos de 2015 con un volumen de 60.000 millones al mes, que fue elevado en marzo de 2016 hasta los 80.000 millones por el verdadero pánico que había a que la Eurozona cayera en garras de la deflación. "El riesgo de deflación ha desaparecido claramente", ha expuesto Draghi. Con el grado de alarma rebajado, el BCE ha dado eso paso atrás. Un paso de 20.000 millones.
ALGO (O MUCHO) NO ENCAJA
Pero es que, claro, ha dado otros nueve pasos adelante, cada uno de ellos de 60.000 millones al mes. Y es por algo. Y ese 'algo' está en parte en lo que ha dicho o anunciado este jueves. Pero también en lo que no ha dicho ni anunciado.
Porque algo -o mucho- no encaja. Ni a Draghi ni al BCE, por ejemplo, le encaja que Donald Trump vaya a fabricar inflación así como así. Eso, al menos, es lo que reflejan las nuevas previsiones de inflación de la institución monetaria. En septiembre, veía la inflación de 2017 en el 1,2%. Con todo lo que ha pasado desde entonces, como el triunfo de Trump o el acuerdo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para recortar su producción, la sensación es que el BCE iba a elevar con claridad su pronóstico para 2017. Pues nada de eso. Lo ha subido ráquiticamente al 1,3%. Pero es que la previsión de 2018 la ha rebajado del 1,6% al 1,5%. Y la de 2019 se queda en el 1,7%, todavía fuera del objetivo de la entidad situarla por debajo, pero cerca, del 2% a medio plazo.
Esta visión choca con la de un mercado qué sí está comprando la idea de que 2017 estará marcado por el retorno de la inflación. Pero Draghi no lo ve. Y en parte no lo ve porque tampoco ve demasiado crecimiento en la Eurozona. Para 2017, el BCE apenas ha mejorado su previsión de crecimiento del 1,6% al 1,7%, que es la misma tasa que espera para 2016. "Los riesgos que rodean la perspectiva de crecimiento de la Eurozona permanecen inclinados a la baja", ha expuesto. Esto es, que en todo caso el crecimiento está expuesto a riesgos que pueden frenarlo más que acelerarlo.
Este 2016 que termina con un festival de máximos en Wall Street deja una herencia muy pesada para 2017. Porque será el próximo año cuando se vean los auténticos efectos del Brexit, de Trump y de la incertidumbre política en Europa
Y si tampoco ve más crecimiento, tal vez se deba a lo que todavía no se ve de 2017. Pero se intuye. Porque este 2016 que termina con un festival de máximos históricos en Wall Street deja una herencia muy pesada para 2017. Porque no será este año, sino el que viene, cuando se empezará a ver de verdad la dimensión del Brexit; porque no será este año, sino el que viene, cuando se empezará a ver de verdad de qué pasta están hechos el presidente Trump y sus políticas; porque no será este año, sino el que viene, cuando se verá quién gobierna en Francia, en Alemania y posiblemente en Italia, es decir, las tres principales potencias del euro.
"La incertidumbre prevalece por todos los lados", ha advertido. Un mensaje de los que el mercado etiqueta como 'dovish' o blando, y que ha calado en el euro. Esperaba a Draghi en los 1,08 dólares y se ha debilitado luego hasta los 1,06 dólares.
Todo ello, en un momento en el que, además, incluso se estaba discutiendo si el BCE iba a empezar a moderar sus estímulos más extraordinarios -'tapering'-, Draghi ha querido ser claro: "No hay tema sobre el 'tapering'. No se ha discutido hoy", ha zanjado. Pero claro, como desde abril recortará las compras a 60.000 millones, el debate se está centrando en la semántica. ¿Pero es 'tapering' o no es 'tapering'?, se debate ahora incluso entre los expertos, cuando lo relevante es que el BCE seguirá 'chutando' cada mes, hasta finales de 2017, 60.000 millones. Y cuando también ha anunciado que está dispuesto a incrementar de nuevo esta cantidad a poco que las cosas se tuerzan. Y cuando Draghi ha dicho que el BCE sigue en modo expansivo, es decir, con mayor inclinación a adoptar más medidas que a frenarlas. "Queremos transmitir el mensaje de que el BCE permanecerá en los mercados mucho tiempo", ha confirmado el banquero italniano. "Ejerciendo presión en los precios, pero sin distorsionarlos", se ha atrevido a matizar.
Aunque para matices los que ha introducido para hacer más viable -y potable- la ampliación del APP. Hasta ahora, sólo compraba bonos con un vencimiento comprendido entre los dos y los treinta años; en adelante, rebaja ese límite para comprar también títulos a un año. Y también hasta ahora, no compraba títulos cuyo rendimiento fuera inferior al tipo de interés de la facilidad de depósito, situado en el -0,40%; en adelante, y si es preciso -"Es una opción", ha precisado Draghi- también comprará títulos por debajo de ese rendimiento. Con estos detalles técnicos, el BCE pone más títulos a su alcance, algo que no le viene nada mal con todo lo que aún se propone comprar.
Y claro, a vueltas con las compras de activos y el debate semántico sobre el 'tapering', también queda en un segundo plano que el precio oficial del dinero sigue ahí, gratis, en el 0%, y que los tipos de la facilidad de depósito están más allá, en el -0,40%. Y que cuanto más tiempo continúe vigente el APP, más tiempo seguirán los tipos donde están. Y, por tanto, más riesgo tendrán que asumir los hogares si quieren sacar rentabilidad a sus ahorros. Y, por tanto, más ajustes, más ganancias en eficiencia y más consolidación tendrá que haber en la banca para soportar un escenario en el que, si en efecto el BCE cumple el plan anticipado por Draghi este jueves, los tipos no empezarán a subir hasta bien entrado 2018. Como pronto. Y unos bancos en problemas tampoco suelen ser buenas noticias para la denominada economía real, y más para una tan bancarizada como la europea -y la española más aún-.
Con todo, lo más tremendo es que en 2017 se celebrará -es un decir- el décimo aniversario del inicio de la crisis, cuyo pistoletazo de salida oficial se dio un 9 de agosto, el de 2007, cuando tanto el BCE como la Fed tuvieron que inyectar liquidez de urgencia para paliar la emergente sequía que estaban sufriendo las cañerías del sistema financiero. El BCE, entonces presidido por Jean-Claude Trichet, suministró 95.000 millones de euros, una cantidad que entonces pareció excepcional. Diez años después, es 'calderilla' en comparación con lo que se ha hecho. Y con lo que se sigue haciendo. Porque lo que Draghi ha venido a decir -y a hacer- este jueves es fundamentalmente eso: que una década después, las medidas excepcionales seguirán haciendo falta.