Los inversores se preguntan por la posibilidad de subirlo al 3% o al 4%
Durante décadas la inflación se ha mantenido baja y estable. Sin embargo, la pandemia y la guerra de Ucrania han disparado la evolución de los precios hasta alcanzar el nivel más alto registrado en una generación. Los bancos centrales están llevando a cabo un agresivo endurecimiento monetario para domarla. Pero ¿y si ha llegado el momento de abandonar el objetivo de devolverla al 2%?
En los años 90, las economías más avanzadas se unieron para establecer un ideal de inflación que quedó fijado en el 2%. Esta meta no había sido cuestionada… hasta ahora, cuando la resistencia del IPC ha encendiendo el debate en torno a si los responsables políticos deberían abandonar este omnipresente objetivo y poner sus miras en un tope más alto.
Los que apoyan un objetivo de inflación del 3% o incluso del 4% argumentan que ello implicaría unos tipos nominales más altos.
Esto "reduciría el riesgo de que los bancos centrales se vieran condicionados por el límite inferior efectivo (o ELB, por sus siglas en inglés), ya que tendrían más margen para reducir los costes de endeudamiento cuando se enfrentaran a una recesión económica", indica George Brown, economista de Schroders.
Esta solución, aparentemente sencilla, también conlleva sus riesgos. Uno de ellos es si la inflación podría converger hacia el objetivo superior.
"Es un reto que el Banco de Japón conoce muy bien. Hace 10 años, elevó su objetivo de inflación del 1% al 2% en un intento de superar la deflación crónica. Y, para fomentar la inflación, inició una colosal flexibilización cuantitativa que ha hecho que su balance pase del 30% al 130% del PIB. Cabe decir que no funcionó", pone como ejemplo el experto.
Los inversores también se plantean la posibilidad de que nos encontremos ante un cambio de ciclo y nos dirijamos hacia un mundo menos globalizado, en el que la proximidad tenga prioridad sobre la eficiencia o los costes.
Esta variación puede generar una mayor estanflación que empuje al alza la inflación y ralentice el crecimiento mundial. "Un impulsor de este cambio podría ser el 'activismo fiscal', que podría dar lugar al aumento de los objetivos de inflación de los bancos centrales, o la anulación de su independencia", señala Brown.
Asimismo, el analista se cuestiona el hecho de que deba tolerarse una mayor inflación a menos que pueda mejorarse el anémico crecimiento de la productividad. "Pasar a un régimen de inflación más alta podría ayudar a estimular la inversión empresarial".
"Pero si la productividad sigue siendo baja y otros países no elevan también sus objetivos de inflación, se producirá una erosión gradual de la competitividad y un deterioro del nivel de vida", estiman desde Schroders.
Además, queda por ver cómo influirán en la inflación otros factores "novedosos", como el envejecimiento de la población, que no se sabe si es inflacionista o deflacionista, o la tecnología, que podría actuar como un viento en contra de la inflación, "por ejemplo, si la inteligencia artificial generativa provoca despidos masivos de trabajadores", subraya Brown.
En cualquier caso, un giro de 180 grados en las políticas de los bancos centrales puede traducirse en un daño a su reputación y credibilidad, especialmente en el caso de la Reserva Federal (Fed) y el Banco Central Europeo (BCE), que han mostrado su "obsesión" por devolver la inflación al 2%.
"Se trata de una situación muy delicada. Sobre todo, porque el poder de negociación de los trabajadores es alto y debería seguir siéndolo ante el envejecimiento de la población, el sentimiento antiinmigración y los esfuerzos de deslocalización", asevera el analista de Schroders.
En este escenario, a las empresas no les quedaría más remedio que acceder a las demandas de los trabajadores para que se les compense por el aumento de la inflación. "A menos que el crecimiento de la productividad pueda seguir el ritmo, se corre el riesgo de provocar una espiral de precios y salarios que tendría que ser detenida por los bancos centrales mediante un endurecimiento agresivo de las políticas, al estilo Volcker", prevé Brown.
Así pues, si asistimos a un nuevo contexto marcado por una inflación estructuralmente más alta en esta década que en la anterior, es probable que se necesiten reformas del lado de la oferta para acomodarla, ya que de lo contrario, según los analistas, la competitividad y el nivel de vida podrían resentirse.
"Además, los bancos centrales tienen que alcanzar primero sus objetivos actuales de forma sostenible para garantizar su credibilidad. Hasta que no se cumplan estos criterios, es prematuro hablar de abandonar el objetivo de inflación del 2%", concluye Brown.