Los retos a los que se enfrenta la transición energética
Los principales líderes mundiales se reunirán este domingo en la cumbre del COP26 con la intención de establecer una hoja de ruta de transición energética para asegurar que las emisiones globales de carbono alcanzan el cero neto para 2050. Mientras tanto, desde mayo, el precio de una cesta de petróleo, carbón y gas se ha disparado un 95%.
Esto es un recordatorio de que el mundo actual necesita abundante energía, sin ella las facturas se pueden llegar a hacer inasumibles. El aumento de los precios ha revelado problemas estructurales a la hora de realizar una transición energética a un sistema limpio. Especialmente, una escasa o inadecuada inversión en renovables y en algunos combustibles fósiles de transición. Si no se actúa vendrán más y mayores crisis energéticas en el futuro cercano.
La escasez energética sonaba improbable en 2020, cuando en plena pandemia la demanda global descendió un 5% haciendo que la industria energética activase el ahorro de costes. Pero a medida que la economía mundial se restablece, la demanda se ha disparado haciendo que tres problemas cobren especial importancia.
El primero, la inversión en energías limpias está a la mitad de lo que se ha calculado que debería estar para alcanzar el cero neto en 2050. El gasto en renovables debe aumentar y la oferta y la demanda de combustibles fósiles debe reducirse a la par sin crear desajustes que resultarían peligrosos. Los combustibles fósiles satisfacen el 83% de la demanda primaria de energía y ésta tiene que reducirse a cero. A la vez, se tiene que pasar del carbón y del petróleo al gas, que reduce a la mitad las emisiones, para que sea el combustible puente hasta que las renovables sean capaces de asumir la demanda global. Las amenazas regulatorias han reducido un 40% la inversión en gas desde 2015, haciendo que muy pocos proyectos basados en este combustible de transición hayan salido a la luz. La difícil adaptación de los proyectos gasísticos a los intereses económicos ha provocado esta paralización.
El segundo problema es el geopolítico. Las democracias de los países desarrollados están eliminando su producción de combustibles fósiles y el suministro energético está concentrándose en autocracias con menos escrúpulos que no tienen problemas en utilizar la energía como arma arrojadiza en el tablero internacional. Esta crisis se puede asimilar a la de los años 70, cuando los graves problemas de la guerra fría nos llevaron directos a la mayor crisis energética de la historia.
El tercer y último es el diseño defectuoso de los mercados energéticos. Desde la década de los 90 hemos visto a muchos países cambiar de la industria energética controlada por el propio país a un sistema abierto donde los precios del petróleo y la electricidad los marcan unos mercados suministrados por proveedores en competencia que aumentan la oferta si los precios suben. Pero éstos están intentando lidiar con la futura disminución de los combustibles fósiles, con proveedores-estado autocráticos y con una proporción creciente, pero intermitente, de energía eólica y solar.
La respuesta más evidente sería una reforma de los mercados energéticos similar a la que se hizo del sector bancario tras la crisis de 2008, donde los suministradores energéticos estuviesen obligados a almacenar más reservas al igual que los bancos están obligados con el capital.
Una mayor diversidad de suministradores también beneficiaría al mercado y restaría control de éste a los estados autocráticos. Esto implicaría impulsar el negocio del GNL (Gas Natural Licuado) e invertir en un mayor comercio eléctrico entre países. A día de hoy sólo el 4% de la electricidad en países desarrollados se comercializa de manera transfronteriza en comparación al 24% del gas y el 45% del petróleo. Para esto sería necesario una inversión conjunta entre países que posibilitase la construcción de redes submarinas además de convertir la energía limpia en hidrógeno para poder ser transportada en barco. Todo esto implica duplicar la inversión actual hasta los 3-4 billones de euros al año.
Hay una intención por parte de los países, pero se necesita concretar y esperemos que se haga en la reunión de la COP26 porque al planeta no le queda mucho más tiempo.