Sánchez: un encargo de cuidado
El socialista ha liberado al país del círculo vicioso de la corrupción que atenazaba la política
Pedro Sánchez, un personaje fuerte que ha sabido defender sus principios con coraje y con éxito incluso frente a la minoría de su propio partido, ha llevado a cabo una jugada de tiralíneas que le ha proporcionado la jefatura del Gobierno al tiempo que ha liberado al país del círculo vicioso de la corrupción que atenazaba la política.
Es incluso curioso constatar que uno de los beneficiados de este rotundo puñetazo en la mesa ha sido el propio Partido Popular, que caía vertiginosamente en las encuestas hasta correr el riesgo de desaparición, según algunos analistas, sin que su líder reaccionase. Hoy, al repasar la argumentación desaforada de Rajoy del jueves, antes de que supiera que su causa estaba irremisiblemente perdida, se constata que el presidente saliente no era en realidad consciente de la situación: recluido en su propio mesianismo, creía poder remontar un declive que se iba convirtiendo poco a poco en un precipicio.
El primer interesado en disponer de un plazo para efectuar la necesaria catarsis y adoptar las decisiones adecuadas es el PP
Con todo, el encargo que ha recibido Sánchez no es precisamente envidiable: la heterogeneidad de los apoyos que lo acompañan convierte la gobernabilidad en un hecho prodigioso, que requiere grandes dosis de destreza y mano izquierda. Con todo, le corresponde intentar esta tarea de ‘estabilización’ que abra un periodo de tiempo durante el cual los partidos habrán de reconsiderar su posición y, en algún caso, que reconstruirse internamente. El primer interesado en disponer de un plazo para efectuar la necesaria catarsis y adoptar las decisiones adecuadas es el PP. Ciudadanos sale también maltrecho de la prueba, quizá porque se ha equivocado al no sumarse a la movilización general imparable.
La tarea de Sánchez, quien ya cuenta con unos presupuestos de partida que -al menos- cumplen las exigencias de Bruselas, consta de dos elementos esenciales. Por una parte, debe afrontar sin perder un instante el conflicto catalán. Es evidente que ha de mantener intacto el bloque constitucional, pero es también urgente un cambio de estilo, de maneras y ademanes. Y ello no será difícil porque ni Sánchez es Rajoy ni el PSC es el PP, y es muy probable que la capacidad de entendimiento entre el constitucionalismo y el soberanismo sea ahora mucho mayor que antes.
Es cierto que la judicialización del problema ha hecho estragos, pero todo tiene solución, y es claro que existe un vasto campo de negociación en el que pueden barajarse la clásica propuesta federal del PSOE, la cuasi confederal que acaba de hacer el Círculo de Economía de Cataluña, el pacto fiscal que en un cierto momento propuso Artur Mas (sin que Rajoy quisiese escucharle siquiera cuando acudió a Madrid a proponerlo en 2012), etc. En definitiva, el relevo al frente del Gobierno ofrece oportunidades que deben ser aprovechadas inmediatamente porque la cuestión catalana sólo puede tener una solución ampliamente dialogada y negociada.
Por otra parte, Sánchez deberá gestionar una serie de propuestas ya pactadas por toda la oposición a Rajoy, que pretenden revertir determinadas decisiones radicales adoptadas por el PP cuando disponía de mayoría absoluta, y que no se avino a tramitar después, ya en minoría, amparándose en el artículo 134.6 C.E. (“Toda proposición o enmienda que suponga aumento de los créditos o disminución de los ingresos presupuestarios requerirá la conformidad del Gobierno para su tramitación”). Como se sabe, el Tribunal Constitucional moduló hace poco la interpretación de esta norma, que ha de ser aplicada muy restrictivamente.
Es probable que Sánchez haga coincidir las elecciones generales con las municipales, autonómicas y europeas de mayo de 2019
Las medidas que Sánchez podrá impulsar en el Parlamento con apoyos asegurados de antemano son, entre otras, el nonato Pacto Educativo, la reforma o derogación de la Ley de Seguridad Ciudadana (la ley mordaza, que impone restricciones inaceptables a la libertad de expresión); la reforma de la ley de Relaciones Laborales, de forma que los trabajadores recuperen los derechos laborales, injustamente mermados hasta el punto de desactivar la negociación colectiva, y se ponga coto a la temporalidad excesiva; la reforma de la Financiación Autonómica…, etc. Al propio tiempo, esta tarea debe tener un efecto pedagógico: frente a la negativa sistemática del PP a negociar “sus” propuestas con los restantes actores, Sánchez debe dar visibilidad a la evidencia de que este régimen cuatripartito sólo funciona si se prodigan la negociación y el pacto.
Sánchez ya explicitó que no agotará la legislatura (el cuatrienio concluiría en junio 2020), por lo que una posibilidad clara es que se hagan coincidir las elecciones generales con las municipales, autonómicas y europeas de mayo de 2019. Quedaría, pues, casi un año para que los partidos tomen resuello -sobre todo el PP, desarbolado y perplejo-, se oriente la cuestión catalana y se reforme el marco general de convivencia con las medidas apuntadas. Pero aunque el PSOE ha manejado internamente esta posibilidad, será la práctica cotidiana del poder la que acabará fijando las fechas y los plazos definitivos.
Se percibe, en cualquier caso, un tiempo nuevo, que asoma sin dramatismo y con ciertas dosis de ilusión. Pocas lágrimas se han derramado por la marcha de Rajoy, quizá porque la política democrática es un simple ejercicio de razón en que el desgaste de los líderes forma parte inevitable del paisaje.