La nota política | El pánico a la ingobernabilidad
El Partido Popular no ha ocultado en esta campaña su lógica afición a las mayorías absolutas, que otorgan a los gobiernos que se sostienen sobre ellas la mayor estabilidad política imaginable, aunque a costa de otros problemas que están en la mente de todos. Sin embargo, si se aceptan las leyes empíricas de Duverger, el sistema electoral que nos hemos dado, proporcional corregido mediante la ley d’Hondt, que tiene respaldo constitucional, engendra modelos pluripartidistas en que la mayoría absoluta es la excepción y no la regla. Y todo indica que en la próxima legislatura no disfrutaremos de tal excepción, por lo que hemos de prepararnos para sobrellevar la normalidad.
Tal situación desazona al Partido Popular, que se ve, según las encuestas, ganador de las próximas elecciones generales y sin embargo con serios problemas de gobernabilidad, semejantes a los que padece ahora mismo Susana Díaz en su feudo andaluz. Y ciertamente existen objetivamente tales problemas, que no son imputables al pánico infundado de un partido que habrá de cambiar de estrategia y de ejecutoria.
"El problema de la falta de gobernabilidad no es, en este caso, debido a la necesidad de pactos que proporcionen suficiente respaldo parlamentario"
El problema de la falta de gobernabilidad no es, en este caso, debido a la necesidad de pactos que proporcionen suficiente respaldo parlamentario a los gobiernos sino al rechazo patológico a esos pactos, a los compromisos, a las coaliciones, que manifiestan los partidos “nuevos”, cuya principal pulsión característica es no parecerse a los partidos “viejos”. Ciudadanos ya ha afirmado que ellos sólo gobernarán si tienen mayoría absoluta en la institución de que se trate porque les parece ruin y desdeñable el reparto de cargos; en los demás casos, controlarán el gobierno desde la oposición. Y Podemos parece hallarse en una postura semejante, con lo que es acertada la definición que de ellos acaba de hacer José Ignacio Torreblanca en un artículo: “los partidos que no querían gobernar”. Pues bien: conviene decir cuanto antes que tal postura contradice las bases de la democracia parlamentaria que se practica en Occidente.
En estos regímenes, la consecución de acuerdos de gobernabilidad cuando ningún partido puede gobernar en solitario representa un ritual democrático impecable y grandioso que interpreta cabalmente la voluntad popular. Partidos afines (o contiguos, cuando menos) ponen en común la parte concomitante de sus respectivos programas hasta lograr un proyecto de gobierno, y a continuación se reparten las instituciones, no para adueñarse de un botín sino para compartir la responsabilidad. Esto fue, por ejemplo, lo que hicieron la CDU/CSU y el SPD para lograr el actual pacto alemán de legislatura: la negociación duró dos meses y fue muy ardua, y dio lugar a un programa común muy ambicioso que se está ejecutando; el SPD, como se recordará, obtuvo entonces la instauración en Alemania del salario mínimo.
"Los partidos clásicos deberían comenzar a hacer pedagogía, explicando a sus futuros partenaires en qué consiste la democracia parlamentaria"
En definitiva, la resistencia a los pactos, concebidos como el fruto de negociaciones legítimas para transaccionar los programas a plena luz del día y con absoluta transparencia, pone en riesgo la estabilidad política de este país. Por más que, lejos de sentir pánico, los partidos clásicos deberían comenzar a hacer pedagogía, explicando a sus futuros partenaires en qué consiste la democracia parlamentaria y hacia qué objetivos se debe caminar.
Podemos y Ciudadanos son la gran novedad de estos tiempos nuevos, y su contribución a la democracia ya se ha hecho sentir (en forma de un mayor celo contra la corrupción de los instalados, por ejemplo), por más que su potencia vaya a ser finalmente inferior a la que se presumió en los primeros momentos. Sin embargo, su presencia en el arco político podría ser efímera si no encontrasen su lugar y su cometido en el proceso político futuro. Porque si su papel no es constructivo en el sentido apuntado, si finalmente no contribuyen a facilitar la gobernabilidad –con rigor, pero con posibilismo-, acabarán siendo considerados un estorbo esteticista que un país en marcha no se puede permitir a medio plazo.
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